El tipo que se golpeaba una y otra vez contra una pared, ¿nos estaba comunicando sobre algo o más bien nos estaba expresando algo? Quietud y silencio por mi parte, y por parte de quienes tenía en ese momento a mi alrededor, Duarte incluida, delante de una pantalla donde alguien no paraba de moverse y hablar de una forma recurrente y violenta. El vídeo tenía una estética original, como si hubiera sido filmado en la época de Melies o de los hermanos Lumiére, lo cual convertía a aquella sala oscura en una barraca y a sus visitantes en una copia provisional de aquellos primeros espectadores boquiabiertos ante la llegada del tren a la estación de ferrocarril o ante la salida de los obreros de la fábrica o ante la llegada de un ser humano a la luna. Asistíamos también a la reproducción original de la inversión que se produjo en la relación con las imágenes tradicionales de la pintura, y de las imágenes en general, a partir de la aparición de la cámara. Tal vez por eso en ese momento que estaba viendo a ese hombre golpearse contra la pared, entendí la respuesta que le di a Duarte, cuando en el tren que nos llevaba a Kassel me preguntó con una solemnidad en ella desacostumbrada, que era lo que yo esperaba encontrar en la Documenta 14. Y recordé entonces, allí dentro de la barraca, que le respondí que lo más me interesaba ver eran las instalaciones en soporte vídeo. ¿Por qué?, me pregunto Duarte. Pues honestamente, no sé por qué, tal vez cuando me meta en el “barullo” artístico o como se llame eso que llaman arte actual o contemporáneo, me aclare un poco más, le respondí.
En la forma tradicional de mirar las obras de arte se produce, por así decirlo, un corredor entre el que mira y la obra en cuestión. En un extremo de este corredor la obra de arte - pintura, escultura - permanece bajo la influencia de la quitad y el silencio; en el opuesto el espectador es quien habla y se mueve hacia la obra. Con la aparición de la cámara y de la reproduccion de las obras de arte, tal y como lo definió Walter Benjamin en su ensayo, “la obra de arte en la época de su reproducción técnica”, la dinámica de lo que había ocurrido en ese corredor durante miles de años da un giro de radical y no siempre consecuente: es la obra la que habla y se mueve hacia el espectador, y es el éste quien se queda quieto, produciéndose una nueva manera de medir y sentir el tiempo, diferente al de la velocidad de la luz. También modifica la línea divisoria, como estamos viendo en el momento presente, entre expresión y comunicación. Ante aquellas instalación, que reproducía los rudimentos de la aparición de la cámara en la escena de lo artístico, todo lo que habíamos visto antes de ella, de repente, me pareció arte tradicional. Habrían pasado escasamente poco más de media hora y los maniquíes guillotinados estaban ahí, dentro de la misma tradición escultórica que todas las esculturas antiguas o de la Edad Media o de la Edad moderna, que, en museos o al aire libre tanto da, había contemplado en mi vida. Pues a todas las vi con el prisma primero del corredor que he aludido: en un extremo ellas quietas y en silencio y en el otro yo dando vuelta a su alrededor murmurando en voz baja o dialogando con mi acompañante sobre lo que nos parecían. Sin embargo, en la sala oscura, llena a rebosar, nadie movía un músculo ni abría la boca, mientras el hombrecillo de la pantalla no dejaba de hablar cada vez que se acercaba a la pared para estampanarse contra ella.
Esta última instalación de la primera planta del Fridericiarum antes de subir a la segunda, previa visita al WC, digamos que me produjo un bajón a cuenta de esa confusión que he mencionado antes entre expresión y comunicación, que introduce la aparición de la cámara en el ámbito de lo creativo. Ya se ha hecho habitual mencionar en los diferentes foros donde se habla y discute sobre la vigencia del arte - en una época en la que, debido al uso masivo de las cámaras, se ha extendido la divulgación y contagio de artificios tan urgentes como banales e innecesarios, más allá del ombligo de quien los divulga - la sospecha, en relación con esta epidemia artificiosa, de que muchas de las construcciones intelectuales actuales, y lo que estábamos viendo en Documenta 14 lo eran sin duda, se levantan a partir del autoengaño personal, es decir, de la falta de honradez y de humildad, lo que a su vez es fuente de una gran dosis de nihilismo. Todo lo cual, e independiente del adobo con que se presente en sociedad - y no hay que olvidar que los adobos no están ausentes de lo que es la esencia que constituye a Documenta - es un atributo muy propio del ser humano tardomoderno, o de esta última etapa de la modernidad, pongamos, a partir de 1945. Un ser humano que por otro lado nunca dice que lo ha hace mal o que se equivoca - a lo que no es ajeno, a mi entender, esa combinación letal de la libertad total en el uso de la palabra y de la indiferencia absoluta respecto a la responsabilidad a la hora de prestar su atención a lo que le rodea, que parece ser el santo y seña de lo actual - y si lo hace, a continuación declara solemnemente que en cualquier caso se hubiera merecido acertar o hacerlo bien, dada la alta estima que tiene de sí mismo o dada su hombría de bien, o su valía, etc. La sospecha, en fin, de que más de cien años después de que la aparición de la cámara introdujera el giro mencionado en el corredor tradicional de ver y ser visto, éste se haya convertido, por mor de esa afición al autoengaño, en un verdadero nido de ciegos.