Al salir de una de las Torwache, la otra no tenía acceso al público, y dirigirnos hacia Landesmuseum, una gran sala dedicada a un simulacro de barco de madera que parecía un decorado para un capitán pirata, amenazado desde arriba por lo que tenía la pinta de simbolizar una gran ola de rafia azul, todo lo cual, en fin, trataba de evocar en tierra firme la tragedia los destrozos de un gran tsunami en el medio del mar, según caminábamos, decía, Duarte me vio cabizbajo y me preguntó que me pasaba. Al oír la pregunta me resistí a decirle lo que me pasaba y contesté, como no podía ser de otra manera, al ególatra estilo, es decir, nada. Y es que al ego o al yo campanudo moderno cuando pierde el dominio sobre sí mismo y lo que le rodea nunca le pasa nada. Únicamente le pasa algo cuando todo cae bajo su control, es entonces cuando toda audiencia es insuficiente y todo auditorio estrecho para dar cabida a las palabras y gestos del campanudo. Es el momento de gloria del individualismo, fácilmente reconocible en las mil y una manera, desde la más estruendosa hasta la más discreta, con que se nos presenta y nos presentamos en la vida cotidiana. Es nuestro relato único. Dependiendo los ambientes y las latitudes se le conoce con diferentes nombres. El más conocido es el de self made man (el hombre hecho a sí mismo). Es una de los relatos que más persiste en occidente e ilustra sobre nuestras capacidades de presentación en sociedad. Una presentación que consiste prioritariamente en demostrar un férreo control sobre lo que le rodea, validado mediante su juicio, conocimiento de las cosas y poder. Lo que se conoce como la imposición de una fuerte personalidad (no confundir con carácter) sobre el mundo. O como dice Martel en el libro que ya he mencionado, “Vindicación del arte en la era del artificio”, es la realización del yo en un objeto diferenciado, separado por completo del mundo. Se trata de una actitud que no se da, o no tiene cabida, en el espacio y el tiempo propios de la imaginación, o de lo imaginal como subraya también Martel. Sin embargo, la individuación es la entrega del yo a la experiencia de la propia vida en el mundo que hereda mientras esta se desarrolla, dejando de tener sentido, entonces, donde termina aquella vida y donde empieza este mundo. Llegados aquí es cuando el campanudo tiembla y abandona la mesa de diálogo. Esa palabra que, como buen sofista, el campanudo es la que más ama, tanto que, como en la copla, la acaba matando porque es suya, sólo suya. Pues no hay nada que mas le aterroriza al campanudo que la idea de perder el control de sí mismo y de su idea del mundo que suele confundir con su vida, es decir, lo que más le aterra es tener que diferenciarlos primero y después tener que reconocer la precariedad e insuficiencia en que consiste su vida, lo cual le lleva a tener volcarse en el mundo, a saber, en el otro y lo otro.