miércoles, 4 de octubre de 2017

INTEGRIDAD, CONSONANCIA Y CLARIDAD

Nada más abandonar el vestíbulo donde se encontraba el caledoscopio me encontré con un grupo de maniquíes vestidos con trajes austeros y desprovistos de cabeza que enfocaban su posición - no podían enfocar su vista pues carecían biológicamente de ella, fue lo primero que dije para mis adentros - hacia un centro donde se dibujaba un juego de saltos de cuyo nombre ahora no me acuerdo. La instalación - ya habrás podido deducir que es el nombre que se utiliza en la jerga de Documenta para nombrar a la mayoría de las piezas que allí se exhiben - atrajo mi atención de inmediato y la de algún que otro de los visitantes que en ese momento pululaban a su alrededor. Duarte desenfundó la cámara de fotos y empezó a escudriñar cual podría ser el mejor enfoque para captar el alma de aquellos cuerpo decapitados. Segundos antes me había comentado, acercándose a mi oído, que le parecían cuerpos sin alma, lo que a su vez la convirtió en parte añadida de la instalación cuando se dispuso con la cámara en bandolera a captar tan fundamental carencia. En ese momento intuí lo que dije en el anterior escrito: aquello estaba sin acabar. Y no porque su autor no hubiera llegado a tiempo y lo hubiera colocado tal y como se encontraba en su taller o estudio. Sencillamente estaba sin acabar porque no podía hacerlo. 

Hubo un tiempo no muy lejano en que se veía al mundo como un problema matemático que, como tal, debía de tener una solución, y si no era así es que no era un problema. Era un tiempo de optimismo generalizado en el que campeaba por sus fueros, y de forma excluyente, la racionalidad físico matemática. O dicho de otra manera, cualquier obra humana lleva inserta la exactitud como sinónimo de estar acabada, de que no se le podía añadir ni quitar nada más. Todo lo que cayese fuera del foco de esta visión del mundo, se podía decir que no existía. La belleza radical, que he mencionado como aspiración de todo arte en cualquier tiempo y lugar, vivió así oculta bajo el imperativo de la causa y el efecto, del problema y su solución, ligados fundamentalmente a satisfacer las necesidades presentes y futuras de la autoconservación y reproducción de la especie.  Sin embargo, lo que yo observaba delante de aquellos cuerpos guillotinados era un ritmo inesperado y discordante. Lo mirase como lo mirase no le veía reglas preestablecidas. Me atrevo a decir que, contra mi propia voluntad en el momento que los contemplaba, a aquellos cuerpos sin alma, por seguir con la tesis de Duarte, me trasmitían integridad, consonancia y claridad. Había algo que resplandecía dentro de cada uno de ellos y entre lo que los unía. Eso que la filosofía medieval denominó la esencialidad de las cosas. De repente, me sentí bien uniendo el siglo XXI con la Edad Media. ¿No será nuestra alma lo que hay que meter en esta instalación para que esté definitivamente acabada?, le pregunté a Duarte en el momento que se decidía a hacer su primer click con la cámara.