miércoles, 11 de octubre de 2017

DENSIDAD Y PESADEZ

Lo que me quedaba por ver de la Documenta 14 en la primera planta del Fridericiarum tenía una final muy..., en verdad no se qué calificativo usar al tratar con este tipo de instalaciones. Si me dejo guiar por las palabras de los comisarios de la muestra, que ayer imaginé al final de mi escrito, podría decir que era como una culminación democrática del racionalismo relativista que inspiraban las demás instalaciones de la planta. En cambio, si me dejaba guiar por el punto de vista que había adoptado Duarte, determinado por la concepción del arte como misterio y únicamente como misterio - lo cual no quiere decir que Duarte lo exprese así, llegado el caso - me atrevería a decir que el parlamento de los cuerpos - así se llamaba la última instalación de marras en la primera planta del Fridericiarum - era un lugar de descanso frente a ese misterio. Mejor dicho, un espacio para animarme a penetrar con más audacia en su interior. Hasta llegar ahí tuve que entrar en la sala del mineral - como la denominó Duarte en su diario. Consistía en un trampolín de hierro, o metal altamente magnético, y unas bolsas de carbón de las que emanaba una placa de hierro encuadrada, que se apoyaba por una de sus esquinas a la materia prima. Seguíamos dentro del ambiente de la primera revolución industrial, donde los materiales se caracterizaban por su pesadez y densidad. Duarte no dijo nada respecto a si entre aquellas dos instalaciones pudiera existir algún tipo de sincronicidad - palabra que según mis apuntes popularizó Carl Jung a partir de sus investigaciones con el subconsciente, y que es muy del gusto de los seguidores de los mundos paralelos o paranormales - o asociación mental con la de la estantería de los rollos de alambre, y si todas pudieran pertenecer a ese tempo que ella imaginaba. El señor del relativismo artístico - eso de que nada es verdad ni mentira todo depende del color del cristal con que se mira - que había conocido delante del templo del alambre, no estaba en la sala. Supongo que reaccionó de similar manera a la que tuvo cuando se puso delante de los maniquíes decapitados y de la estantería con los rollos de alambre. La ausencia del espectador relativista me hizo recordar un artículo de Félix de Azúa donde reflexionaba sobre el arte contemporáneo. En él decía - entre otras cosas interesantes - que el arte actual, heredero de la concepción romántica del Arte con mayúsculas como sustituto de la vacante de Dios, está determinado de un lado por una absoluta libertad y de otro por una total indiferencia. Nadie tiene que dar cuenta de nada, ya sea el que crea como el que mira. Azúa no menciona la palabra arbitrariedad, que yo si mencioné ayer, porque no quiere detectar la ultima decepción en esa deriva en que, a su entender, se encuentra el arte actual, sino, paradójicamente, las condiciones de posibilidad de lo que él llama las artes con minúscula. Dice: “hoy me parece ingenuo creer que la decepción sea cosa que pueda aprenderse. Después de tantos años sigo con el convencimiento de que los humanos escondemos algo extremadamente poderoso y desconocido bajo el nombre y la práctica de las artes. Solo con esa sospecha en bandolera puedo entender la presencia perfectamente viva de Homero o de Villon, de los frescos románicos y las naturalezas muertas de Chardin, de una canción anónima y de una danza renacentista, como si el tiempo no existiera. O mejor dicho, como si no existiera la Historia y los humanos fuéramos siempre él mismo humano, sucesivamente relatado, retratado, danzado, habitado...y vuelta a empezar y siempre el mismo retorno a lo idéntico.”

Detrás de las bolas de carbón, que más de un visitante intentó coger entre sus manos eludiendo la mirada de los vigilantes de la exposición, yo quise entender que para volver a tener la experiencia, o tenerla por primera vez, de lo pesado y denso en comparación a lo volátil y efímero de casi todo lo que tocamos y vemos ahora, detrás, decía, había un laberinto de espejos con multitud de esquinas. A la izquierda en una de las salidas, vi la primera instalación hecha con soporte del vídeo: un señor que se batea contra la pared, como si fuera él la pelota, una y otra vez, una y otra vez. Más adelante, unos cubículos cuadrados transparentes colgados como cuadros, conteniendo rizos de plástico, negros, grises y blancos, daban paso al parlamento de los cuerpos.