viernes, 20 de octubre de 2017

LA BELLEZA TRADICIONAL

Mientras voy escribiendo esta crónica, no puedo evitar que me acompañe la sensación más sobresaliente que acabé teniendo de mi visita a la Documenta de Kassel, que no fue otra que la saturación en la percepción de imágenes. Todas, sin excepción, reclamaban la atención del espectador, ya que todas, amparándose en el derecho que emana de la libertad absoluta de sus autores, me interpelaban, como no podía ser de otra manera, como si su propuesta estética contuviera la última imagen de la que, a su vez, saliera también la última palabra. Esta es, conviene no olvidarlo, la esencia de lo que se conoce como vanguardia, a saber, la construcción del mundo como una sola Instalación Artística, en la que vida y arte, realidad y ficción alcancen al fin la síntesis universal de autorealización. Ni que decir tiene que no andan muy lejos de conseguirlo, aunque no de la forma que aquellos añejos vanguardistas de principios del siglo XX soñaron. Pues la instalación artística universal ya está en marcha, de la que se puede discutir si Documenta 14 es un eslabón más o su lado más crítico, mediante la acción del marketing para las masas y la cultura de la distracción. Todo ello, tampoco hay que insistir demasiado, está construyendo una sociedad que adora la docilidad, el infantilismo y la apatía como virtudes cardinales. Y, sin embargo - aquí radica la perplejidad del presente - todavía es habitable porque de forma misteriosa eso que tradicionalmente llamamos belleza, en la mayoría de los casos de forma inconsciente, sigue salvando al mundo de los monos racionales y de los abismos de su propia racionalidad. Es por ello que esa insistencia en querer ser la última imagen y la última palabra, es incómodo de ver o de prestarle mi atención con la disposición e intensidad que pretendo. Y ello a pesar de que Vila-Matas ya me lo había advertido en el arranque de su novela, Kassel no invita a la lógica. Dice así: “Cuando más de vanguardia es un autor, menos puede permitirse caer bajo es calificativo. Pero, ¿a quien le importa esto?” Todo parece indicar que la famosa frase “con la iglesia hemos topado”, que tantas veces hemos utilizado como forma de hacer explícita nuestra impotencia ante la inmovilidad de lo que creemos que debería moverse, debemos empezar a cambiarla, en la sociedad secularizada en que vivimos, por la de “con la indiferencia total del personal hemos topado”, que es lo mismo que decir “¿a quien le importa esto? Sin embargo, hemos de convenir que la iglesia, o las iglesias, no son lo mismo que la indiferencia total humana. Hay un grieta entre ellas, una grieta nunca existente hasta ahora, que es donde la belleza tradicional juega en la actualidad su carta de salvación, digámoslo así, de la humanidad de los monos racionales. 

Visto así, entonces, Documenta 14 ya no es la última imagen de nada, sino el primer lamento de algo. Documenta 14 pudiera ser esa gran grieta, desde donde la belleza tradicional nos llama y nos interpela desde siempre, como lo ha hecho siempre y para lo que lo ha hecho siempre, a saber, para salvarnos de nosotros mismos. Y lo debe seguir haciendo con razonable éxito, es decir, haciendo fracasar, una y otra vez como el hombrecillo del vídeo que he descrito en la entrada anterior, el intento de estampanarnos contra la pared hasta hacernos añicos irrecuperables, incluso en cualquier planta moderna de desperdicios. ¿Es este el secreto de Documenta  14, su capacidad de transmutar momentos temporales de modo que se abran a la eternidad que habita en ellos? ¿Es eso lo que experimentó Duarte con el templo del alambre o el espectador relativista en el parlamento de los cuerpos o yo mismo delante de los maniquíes decapitados? Como dice J. F. Marcel en su libro “Vindicación del arte en la época del artificio”, “Una cosa parece cierta: si hemos de recuperar la fe en este mundo, debemos recobrar la voluntad de ver la realidad de la belleza como una cualidad fundamental del universo, además del misterio que esa misma realidad encierra. Necesitamos reconocer el orden del ser que el pensamiento moderno se ha empeñado (infructuosamente) en hacernos creer que no existe: el orden positivamente religioso de los sueños y del espíritu.”