martes, 24 de octubre de 2017

EL BLOQUEO

Mientras de forma rotativa la vista panorámica de Beirut se va diluyendo en luces que parecen de neón, seguido de pequeñas explosiones parpadeantes, y mientras a la vuelta de la esquina el pequeño suspiro aguanta con tesón en su rincón al cuerpo  aplastado de su propietario, yo entro en algo parecido a un colapso icónico, o dicho de otra manera, mi primer bloqueo en Documenta 14. Algo de lo que esta sensación o sentimiento - no se todavía cómo calificarlo - significaba lo había leído en el libro de Vila-Matas. El protagonista, al que han invitado a Documenta 13 para que se constituya el mismo o en una instalación: hacer de escritor frente al público en un restaurante chino, Dschingis Khan, en las afueras de Kassel, tarda un buen puñado de páginas en ponerse en situación. Lo que no le evita, una vez que sigue las indicaciones de las organizadoras, encontrarse perdido, de repente y cuando menos se lo espera, en medio del bosque o de las calles solitarias de la ciudad. Así lo intuye el narrador protagonista, cuando todavía no había iniciado su particular periplo por Documenta, “me agradaba que me reclamasen desde Kassel, pero no la historia de tener que sentarme tres semanas en un chino. Eso lo tuve claro desde el primer momento. De modo que, aún temiendo que acabaran retirándome la invitación, me sentí obligado a decirle a Boston que la oferta me parecía demasiado escuálida y debía por tanto pedirle que les trasmitiera a Carolyn Chriztov-Bakargiev y a Chus Martínez que la sola idea de que centenares de abuelos alemanes del Imserso pudieran bajar de autocares para ir a un restaurante a ver lo que yo escribía y a interconectarse conmigo me había dejado literal y mentalmente descoyuntado.”

Pienso que ese descoyuntamiento o desquiciamiento está en la base de esa sensación o sentimiento, a que me refería antes, de bloqueo que sin previo aviso se apoderó de mí después de salir de la contemplación, digamos gozosa e inquietante al mismo tiempo, de la vista panorámica de la ciudad de Beirut y del suspiro que latía en su contraportada, valga decir como complemento a ese parpadeo o duelo que mantenían la luz y la oscuridad sobre la pantalla de plasma. Y es que no debería olvidar, al transitar por este constelación de instalaciones que es Documenta 14, que, como todo ser humano, inicié mi andadura por la vida en el recinto esférico del vientre de mi madre y lo he desarrollado hasta hoy en diferentes interiores de tipo rectangular. Esas cajas arquitectónicas se han convertido en manos de arquitectos y artistas en campos de experimentación para la creación de otros espacios. Y a eso lo llaman instalaciones. O sea, que desde la costumbre del hábitat del visitante a Documenta, una instalación es como si se te cayera encima el palo del sombrajo, por utilizar en el lado opuesto del experimentalismo un dicho popular, que viene a significar algo así como si te quedaras a la intemperie.  

El caso fue que dado el bloqueo lo mejor, pensé, era abandonar el  Fridericiarum cuanto antes. Se me ocurrió que lo más acertado para la ocasión era ennumerar lo que iba viendo, como si fueran miguitas de pan que señalaban la salida. Así, todavía en la segunda planta, unos globos se proyectan y los hombres/mujeres globo los mueven. Abajo vuelvo a ver el parlamento de los cuerpos. Seguimos por unos pasadizos,  entre unas muestras de fotos que parecen puestas para tocar, pero no, son obra de arte. Sobre un mostrador en forma de herradura, tras mirar aún lado y otro sin identificar autores ni obras, vamos a parar a una torre y bajamos hacia la salida. Nos en encontramos un cuarto con dos paneles que proyectan sombras chinas. Luego un colgante de metal que bien podría ser un trozo de árbol del futuro, el final parece simbolizar una hoja. En esta primera visita al Fridericiarum no puedo apreciarlo del todo. En la siguiente una sombra que parecía de hombre pero era una proyección del mismo, relata un poema sobre la longitud de los brazos, me parece entender, primero detrás de uno y luego del otro. Salgo y de nuevo tengo el Partenón de los libros prohibidos delante, con las tripas al aire. Atravieso la plaza para ir hacia la Torwache donde el artista ha querido cubrir con sacos lona de Ghana, los dos edificios que se miran y que la calle les impide unirse.