jueves, 3 de agosto de 2017

RUTINA O FLEXIBILIDAD

A partir de un momento de mi existencia, que coincidió cuando dejé voluntariamente la fábrica donde había trabajado los primeros dieciséis años de mi vida laboral,  empecé a preguntarme que hubiera sido de aquella si mi padre no hubiera abandonado su ciudad natal, que también era la mía, a finales de los cincuenta, meses antes de que visitara España por primera vez un presidente de los Estados Unidos de América, a la sazón, Dwight David «Ike» Eisenhower.  Si mi padre, en lugar de verse tentado por el ‘nada a largo plazo’ que le inculcaron sus hermanos mayores, hubiera seguido los consejos de Diderot, que alude Sennett en su libro, y que más o menos se resumen en ‘como en casa en ningún sitio’, todo hubiera sido distinto, aunque no me atrevo a decir mejor. Lo más conveniente sería decir que todo fue necesario para encontrarme frente a las preguntas que ya estaban presentes entonces, pero que ni mi padre, ni yo por supuesto, supimos verlas, como deudores que éramos de la cultura a la que pertenecíamos. Una cultura a la que pertenece la del trabajo, por lo que mi padre emigró, y que se inspira en  los principios modernos del subjetivismo romántico de Herder - recuerda, aquello de Filósofos a la mar - y no por las preguntas de Kant que más han atormentado a la mayoría de la humanidad en silencio, a saber, ¿de qué es y de qué no es capaz la razón humana y cuáles son sus pretensiones y sus límites? Como puedes suponer a esas preguntas sólo se puede llegar sin salir de casa, como fue el caso de Kant que no abandonó Koninsberg en toda su vida, o después del periplo de Ulises y habiendo soportado el canto de las sirenas, plantearte el cómo volver a casa. Los dilemas del trabajo occidental - rutina o flexibilidad, en mi casa o en tu fábrica u oficina - están teñidos, como no podía ser de otra manera, por la disgregación original del mundo en Espíritu y Naturaleza. 

Como dice Carl Jung, “el mundo occidental ha salvado la Naturaleza, en la que cree por temperamento y en la que se ve cada vez más enredado, a través de todas sus tentativas dolorosas y desesperadas de espiritualización”. Por ejemplo, la flexibilidad en el trabajo que propone Adam Smith en el libro de Sennett  - nada a largo plazo - acaba por fomentar en el trabajador la rigidez de su  alma, poniéndola en serio riesgo de desaparición. Por contra, la rutina  en el trabajo que propone Diderot - como en casa en ninguna parte - alienta la flexibilidad del alma del trabajador. Esta es la gloria de la modernidad occidental y también su condena. “El mundo oriental por su parte - continua Jung - ha elegido el Espíritu, decretando que la materia no es sino Maya, y se ha entumecido en su sueño en medio de la miseria y la suciedad asiática”. 


Ahora que lo pienso, mi padre huyó de su ciudad natal para no tratar con la pobreza, no con la roña, pues mi madre era mas limpia que los chorros del oro, eso es lo que siempre me dijeron. Aunque tengo para mí que huyeron, como todos los que abandonan su lugar de origen, en busca de algún tipo de éxito. Sea como fuere, el caso fue que sí lo obtuvieron - yo nunca pasé hambre, siempre fui bien vestido y puede ir a la universidad -, aunque mi padre nunca me dijo en que grado o si el éxito se parecía a lo que él y mi madre habían soñado. Lo que no me cabe ninguna duda es que a cambio del éxito, mi padre perdió su enorme y hermosa alma de carpintero, la misma que yo nunca pude heredar y que siempre he añorado. Y fue a mi madre a la que se le agrió el carácter.