martes, 1 de agosto de 2017

FINAL DE TRAYECTO


La aventura del “Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán”, de Rüdiger Safranski llega a su fin. Ha sido un recorrido de más de trescientas cincuenta páginas y casi doscientos cincuenta años, que comenzó con el grito “Filósofos, a la mar”, que pronunció Johann Gottfried Herder el 17 de mayo de 1769 en Riga, antes de subir a bordo de una nave que transportaba centeno y lino con destino a Nantes. “Mi única intención es conocer desde más perspectivas el mundo de mi Dios”, fueron sus palabras de despedida de la comunidad a la que pertenecía en tierra. Un recorrido que acaba con unas palabras exhortativas del autor y una cita de Rainer María Rilke, que ya he mencionado en otra entrada: “Por otra parte no podemos perder el Romanticismo, pues la razón política y el sentido de la realidad no son suficientes para vivir. El Romanticismo es la plusvalía, el excedente de hermosa extrañeza frente al mundo, el excedente de significación. El Romanticismo despierta nuestra curiosidad para lo completamente diferente. Su imaginación desencadenada nos otorga los espacios de juego que necesitamos, siempre y cuando compartamos la observación de Rilke: no estamos muy seguros, no nos sentimos en casa en el mundo interpretado”.

Lo que hecho durante este itinerario lector ha sido comprobar en que medida le podía dar alojamiento en la sensibilidad del momento presente. Para ello la pregunta que me he hecho ha sido, ¿en que medida las advertencias de Safransky y la observación de Rilke están presentes e interpelan a la vida actual de los millenials, teniendo en cuenta que son ellos los que se han de encargar, o se están encargando ya, del mundo que han heredado? ¿O hemos de reconocer que las palabras finales del libro son también las de aquel mundo que inauguró Herder, y que, por tanto, a otra cosa mariposa? Dicho de otra manera, ¿hemos de reconocer que los millenials aupados en la digitalización total de su experiencia no están en condiciones de ser herederos de nada, sino fundadores de todo? ¿Y que son así en tanto en cuanto ya no son dueños de su voluntad al quedar subyugados al poder de los dispositivos que manejan? Ya que en caso contrario, al ser ellos los que todavía manejasen a los dispositivos, estaríamos en una nueva etapa de la romantización del mundo, como diría Novalis. La etapa digital del Romanticismo, a mi entender, la más romántica de toda la historia de la humanidad. Aunque por ello no deben eludir enfrentarse a lo que acarrea verdaderamente de novedoso, que no es el mundo, sino, a saber, la tensión entre lo que hoy puede representarse y lo que pueda vivirse. Algo que siempre ha acompañado a las diferentes generaciones de románticos y que Goya nos advertió de sus riesgos en la estampa “el sueño de la razón produce monstruos”. El intento entre la tropa de los millenials de conducir esta tensión a una unidad sin contradicciones puede llevar al empobrecimiento o desertización de la vida. O en el peor de los casos, a un nuevo intento de su aniquilación total. Aquí se encuentra el auténtico reto de los millenials y el peligro que detecto en esa comunidad de nostalgia que han ido formando con sus padres y profesores, como respuesta, de momento, a aquella tensión que aludo. Todos colegas, todos amigos para siempre, así en el aula como en el hogar dulce hogar. Y en internet. Fíjate en la advertencia goyesca al tratar con el salto romántico que se ha producido en poco más de doscientos cincuenta años. De filósofos a la mar, a todos en internet. De mi única intención es conocer desde más perspectivas el mundo de mi Dios, a mi única intención es poseer todas las perspectivas del mundo al instante. De querer conocer a Dios, a creerme Dios. De la necesidad de seguir representando el mundo, a creer que ya no hace falta porque el mundo es mío. La tensión ha desaparecido, y las contradicciones también. Ahí dentro, y al día de hoy, parece que nadie es capaz de representar nada más allá de lo que creen que es posible traducir a una realidad vivida. El desierto avanza inexorablemente. El cambio no es climático, sino de abandono del espíritu romántico que, en la modernidad en que vivimos, es como decir el abandono de toda vida espiritual. Ese mundo ya existe, por ahora, en forma de distopía. ‘Un mundo feliz’, de Adous Huxley. Un mundo cuyo destino es no tener destino. Un mundo donde todo se fusiona en una acción técnica constante. Lo habitan dos tipos de seres: los que tienen cerebro, refinados y melancólicos, y los nuevos primitivos que se mueven en ese mundo como los monos del zoo en una jaula, deshinbidos, desorientados y angustiados. Les iguala el que tanto los listos como los tontos han perdido su alma. Iremos comprobando si me equivoco. Eso espero.