miércoles, 16 de agosto de 2017

EL CAMBIO Y SUS GRIETAS

Entre el hombre de Davos que se llama Hans Castorp y el que responde bajo el nombre de Bill Gates media una distancia que no se corresponde con los cien años históricos que, más o menos, hay entre ellos. Siendo de ficción, Castorp parece hoy un ser totalmente verosímil y, al revés, siendo real como la actualidad que protagoniza Gates, parece, a todas luces, un ser inverosímil venido de otra galaxia que, sin saber cómo, él dice que es la nuestra. Todo se debe a la manera que tienen de administrar las apariencias. En la época de Castorp las apariencias eran físicas porque pertenecían a cuerpos sólidos, aunque estos cuerpos estuvieran seriamente dañados por la tuberculosis. En el momento presente las apariencias son volátiles, aunque los cuerpos estén más musculados que nunca. La innovación tecnológica que mantiene en lo alto al sistema actual, del que Gates es uno de sus capos más prominentes, permite separar fácilmente la apariencia de lo existente, convirtiendo a la apariencia en lo único realmente existente: un espectáculo de vestimentas y máscaras sin fin. Así pretende cumplir un único objetivo: desear mas para tener más. Un destino al que, teniendo en cuenta la tecnología digital, se debería dirigir movilizando todas las energías disponible en todas las direcciones imaginables, lo hace, paradójicamente, como si estuviera adscrito al mecanismo monótono de una noria sin engrasar. Vale decir una noria roñosa. El ganador se lo lleva todo, es el epítome de esa aventura de aventureros sin gracia. Puede que el nuevo hombre de Davos sea disgracioso en tanto en cuanto es codicioso e implacable, pero no se le puede negar una fortaleza de carácter para saber moverse en medio de un desorden y  dislocación constantes.

Como a todos los de carácter estoico, entre los que se encontraba mi padre y yo mismo hasta que conocí al del mini rojo, amaba lo permanente dentro de la constante transformación, lo habitual dentro del cambio y lo conocido dentro de lo inusual. De este modo lo extraño se hacía familiar sin perder su color, y de este modo el lugar donde vivía y trabajaba poseía la eterna magia de lo extranjero. Todo ello se trastornó cuando el del mini rojo - mi particular hombre de Davos - introdujo el veneno del cambio en la percepción que tenía hasta entonces de la vida. Al igual que yo en aquel entonces, el hombre del mini rojo no había oído hablar nunca de Gates, el emergente hombre de Davos, ni tampoco de Hans Castorp, el hombre de Davos de Thomas Mann. Ni falta que le hacía. Como dice Sennett, al que seguro tampoco había leído el del mini rojo, al referirse a Bill Gates y, por extensión, a todos lo que con el tiempo y la digitalización de su experiencia han acabado modelando (la corrosión es la forma menos amable y fiable de cualquier intento de modelado) su carácter, “parece no padecer la obsesión de aferrarse a las cosas. Sus productos aparecen con fuerza en el mercado y con la misma rapidez desaparecen; Rockefeller, en cambio, quería poseer pozos de petróleo, edificios, maquinaria o carreteras y poseer todo por mucho tiempo. La falta de un apego duradero parece caracterizar la actitud de Gates hacia el trabajo - con diferencia respecto a otros rasgos lo que más impresionó de la forma del carácter del hombre del mini rojo -; habló (en Davos) de posicionarse en una red de posibilidades más que quedarse paralizado en un trabajo dado. Es, en todos los aspectos, un competidor inescrupuloso, y las pruebas de su codicia son vox populi. Tiene, si no la capacidad de dar, sí la capacidad de desprenderse”.


Pon tu vida en orden. Tienes que ser alguien. El carpintero contra el montador de la cadena de montaje. Son frases que me repetía mi padre con bastante frecuencia. Un carácter estoico está más cerca de la verdad cuando afirma que las posibilidades de la vida son limitadas. Muy limitadas en la mayoría de los casos. Sin embargo, como ya he dicho un día entró en mi vida y en el entramado de la sociedad la palabra cambio. Y a través de las grietas que abrió, observé que ya nada volvería a ser lo mismo.