Hay tres maneras de manejar la propiedad de nuestra vida y la herencia del mundo en que nos encontramos. Una, la resistencia reactiva o enajenación de la propiedad en su enfrentamiento contra la herencia. Dos, la aniquilación o suicidio de la propiedad después de haber roto todo vínculo compartido con la herencia. Tres, la resistencia imaginativa, o creación, de la propiedad en su afán por entender el lugar que ocupa en el ámbito de la herencia. Cualquier búsqueda existencial fallida o cualquier pérdida (en el mundo laboral de forma notoria) se afrontan seguramente con un popurrí de las tres maneras. Únicamente en la consumación de la segunda el abismo deja de ser una perspectiva y se convierte en un lugar definitivo. La flexibilidad y la rutina, de las que Sennett habla en su libro, son atributos fundamentales del carácter que ha de manejar las otras dos maneras a que me he referido. La palabra, más allá de que se transforme en poema o en otra clase de texto, es uno de los ámbitos privilegiados de esa forma melancólica del carácter humano ante el fracaso o la pérdida. Sin embargo, la forma de comunicación asociada a la economía digital emergente, no siendo la única forma de comunicación existente, ni tan siquiera la más importante, la sociedad actual la ha convertido en la forma de comunicación dominante. Arrastrando en su ansia de dominio a la forma de entender la rutina y la flexibilidad. Y, por su puesto, a la forma de usar las palabras, cuyo ámbito queda así absolutamente restringido a la gramática de la comunicación dominante. El vínculo de necesidad entre flexibilidad y rutina, limitarse y extenderse, Adam Smith y Denis Diderot, es sustituido por el de exclusión, flexibilidad o rutina, analógico o digital, yo o el abismo, relatos todos ellos tan queridos por tipos como el del mini rojo, verdaderos narradores de la forma de comunicación de la economía digital.
Posiblemente en la actualidad la gran confrontación es la que enfrenta a las formas de comunicación de las comunidades establecidas y tradicionales, con la forma de comunicación de la comunidad emergente alrededor de la economía de mercado digital. Mejor dicho, en que medida la segunda se quiere apropiar del estilo de vida y de pensamiento de las primeras, y estas lo consienten, haciéndose cómplices necesarios de su dominio, al resistir numantinamente en los guangos donde han existido siempre. Abdicando para siempre de lo que es propio de la resistencia creativa, a saber, la contemplación, la intuición y la representación de imágenes mentales, la necesidad, en resumidas cuentas, renunciando a proyectar hacia el mundo heredado las figuras visibles e invisibles que anidan en la imaginación de quienes se siente afectados por semejante acoso y derribo. Renunciando a la rutina y la flexibilidad, a la limitación y la extensión del aprendizaje que la propiedad debe poner en marcha, desde la cuna hasta la tumba, para llegar a saber el lugar que ocupa en el mundo que ha heredado. Para saber, en definitiva, como la propiedad pasa el testigo a las propiedades por venir.
La imagen que Diderot utiliza para representar los beneficios de la rutina, como un profesor, me parece la más adecuada para iluminar lo que he dicho. Y recalco lo de como un profesor, para distinguirlo del monitor saltimbanqui, que, siguiendo los preceptos de la forma de comunicación dominante de la economía digital, se encarga hoy del aprendizaje en las aulas de enseñanza, desde la guardería hasta la universidad, perdón por la redundancia. Caminar de forma flexible sobre el lado duradero, pero no necesariamente práctico y urgente, de la realidad, no es para inventar cada día un mundo nuevo - obsesión de la economía digital dominante -, sino para hacer visible lo que está oculto por esa practicidad falsamente novedosa. El mundo ya está creado, sin que sepamos ni por quien ni cómo. Pero eso no es lo importante, lo que importa a una vida imperfecta, y de paso por el mundo, es que ese mundo es la sustancia misma de lo que hereda. Lo que nos “obliga” a averiguar la necesidad que nuestra presencia propicia ante esa herencia abrumadora e incognoscible en su totalidad, pues esa es la condición de posibilidad de nuestra existencia finita.