Pronto me di cuenta que en la fábrica donde entré como aprendiz, por mediación de mi padre, la lucha contra la rutina era el caballo de batalla dentro del recinto empresarial. Era ya el signo de los tiempos laborales. Pocos años después de empezar a formar parte de su plantilla, y dentro del ambiente de mundialización de la economía, la fábrica fue comprada por una compañía alemana que fue introduciendo los cambios pertinentes que imponían las nuevas formas de flexibilización en su combate contra la rutina laboral. Estos cambios son los que menciona Sennet en su libro, a saber, reinvención discontinua de las instituciones, especialización flexible de la producción y concentración sin centralización del poder. Aunque participé de esa obsesión y desconcierto colectivos, nunca entendí realmente el alcance de sus consecuencias en cada uno de los obsesos. El comportamiento flexible da alas a la libertad humana, sin duda, pero al revés, vista mi experiencia en la fábrica desde la perspectiva del paso del tiempo, no lo tengo tan claro. Al final he llegado a la conclusión de que la verdadera creatividad es hija de la rutina. El lema “nada a largo plazo” le sienta bien a los neuróticos, que, mira por dónde, es la enfermedad que padecen la mayoría del censo de las grandes ciudades modernas.
El novum moderno está lleno de trampas. Y aunque se ha convertido en algo hegemónico, pues todo el mundo lo practica - hoy el censo de cualquier ciudad está formado por unos miles o millones de ciudadanos genios que dedican su vida a exaltar todo lo que de original y diferente son respecto a los demás - al más puro estilo romántico de 1800 - que se creen especiales y diferentes unos de otros, que están dispuestos a hacer en su vida privada lo que en cada momento les salga de la entrepierna hasta el punto de haber convertido su conducta arbitraria en algo sagrado, y que, por tanto, deben ser tratados, Uno a Uno, como tales genios arbitrarios etc, etc. Todo lo cual ha engendrado, como ya he dicho en otras entradas, un individualismo radical inspirador de un nihilismo, no menos corrosivo que la fe del carbonero en cualquiera de las creencias religiosas habidas y por haber, y, por supuesto, más vitriólico para el carácter que la corrosión que denuncia Sennet. Otra cosa a debatir son los efectos también corrosivos que esa concepción nihilista de lo privado produce en forma de residuos invisibles no degradables, que los vierte sin escrúpulos sobre el solar abandonado, por el propio nihilismo privado, del antiguo espacio público, donde concurrían las legitimidades tradicionales, las creencias y costumbres colectivas históricamente cohesionadoras.
Debe ser, a mi entender, en el ámbito de la vida privada del trabajador donde se tiene que dar la respuesta universal, y la comunicación a los otros que esa universalidad lleva asociada, a la corrosión del carácter íntimo por motivos laborales. El sindicalismo es una respuesta parcial, social y política a la vida laboral dentro del lugar laboral, esté donde la flexibilidad haya tenido a bien ubicarlo, lo cual no debe confundir ni anular la capacidad de traducir en universal los efectos íntimos de esa corrosión laboral individual. Surge así lo propio del ámbito de la nueva vida privada, organizada alrededor, no de la libertad a secas como antes, sino de lo que cada uno hace con su libertad y lo que esa libertad hace con cada uno. Es una respuesta creativa, que hace visible la comunidad donde tiene lugar ese giro lingüístico que va de la libertad individual romántica al poder ser libres juntos. Hace visible la comunidad y la convierte en fuente y referente de sentido, al poder transmitir a sus miembros el hallazgo universal en que cada cual ha traducido su corrosiva experiencia laboral propia.