jueves, 24 de agosto de 2017

ANTE EL AFÁN DIGITAL

Lo correcto es largarse, viajar a otros ámbitos. Así solía acabar el del mini rojo sus razonamientos con un orgullo no disimulado. Pienso que la tecnología digital le estaba dando alas para salirse del mundo. Probablemente, sin ser muy consciente de ello, quería cumplir el mandato vanguardista de principios del siglo XX. No pintes lo que ves, sino el efecto que te produce o lo que piensas sobre eso que ves. A medida que las vanguardias y su condición de posibilidad o correlato político y social que las inspiró, la fe en la revolución y el progreso, forman parte ya de la tradición histórica, como lo son la Edad Media o el renacimiento, se hace más evidente su voluntad de desentenderse del mundo de donde partían. De romper mesiánicamente con esa tradición. No fue que las formas de arte se  modificaron y cada vez se relacionaban de una manera diferente con todo. Eso había sucedido desde las pinturas de las cuevas de Chauvet. Más bien lo que las vanguardias inauguraron fue que las formas que crearon tenían la voluntad expresa de no relacionarse con nada, ni con nadie, excepción hecha con el autor de las piezas en cuestión que era el protagonista indiscutible del nuevo espectáculo. Hecho añicos el lema de Goethe, limitarse es extenderse, la rutina asociada a los límites que imponía la naturaleza saltó igualmente por lo aires. Saltó la rutina y saltó su aliada indiscutible, la paciencia. Y ya sin rutina y sin paciencia, saltaron, como si formaran parte de un castillo de naipes, el valor, el coraje, la atención, la humildad y la honestidad. Saltó hecho pedazos, en definitiva, el discurso que Pico della Mirandola había construido a beneficio y gloria de la dignidad humana allá en el siglo XV. Todo lo cual, a partir de entonces, no ha dejado de enfrentarnos de forma permanente a interrogantes insolubles o aporías creadas por esa obsesión paranoica contra la rutina y el nada a largo plazo que ha acabado imponiendo, sobre el terreno abonado por aquellas vanguardias y la destrucción de las dos guerras mundiales, una forma de vida liderada por la economía digital y flexible. No es que de la ruptura constante de los límites como ley y motivo de las vanguardias se deduzca, en relación causa efecto, la aniquilación total que dejaran aquellas guerras, pero no me cabe duda de que una peligrosa transformación del pensamiento humano, en una época supertécnica, empezó a correr  oculta sin que nadie si hiciera cargo de sus consecuencias.


Contra la forma de mirar y de sentir de aquel antiguo carpintero: como si tuviera a Dios delante, su misterio e inabarcabilidad - y digo como porque mi padre era un genuino anticlerical, lo que no le impedía reconocer que era un renglón más o menos amueblado de Dios, pero un renglón en definitiva - emergió y se impuso la forma de mirar de tipos como el del mini rojo. Pertenecientes a una nueva generación que todo lo pretenden saber y controlar con sus habilidades de usar y tirar, a lo Bill Gates, que siempre se creen en poder del último código. Tipos que siempre se creen como Dios, al que piensan han sustituido.