La frase que me guiará en la crónica de la lectura de este libro es, sin duda, “Nada a largo plazo”. Aparece sin demora en sus primeras páginas, pues es para el autor el santo y seña de las relaciones personales del trabajo en el nuevo capitalismo digital, para entendernos, que es de lo que va el libro. Y, por extensión, de las otras relaciones personales que existen fuera de ese tiempo del trabajo, si es que ello fuera todavía posible. Y es que una de las consecuencias de este “nada a largo plazo” es la ruptura tradicional de la relación con el tiempo - mejor dicho, de la ruptura con la duración del tiempo - que desconocen por completo los nuevos trabajadores digitales.
Lo que confiere sentido y orientación a todo movimiento, y al relato que lleva incorporado, es la capacidad que tiene de ser medido o contado. A esa posibilidad es lo que Aristóteles llamó ‘tiempo’. El tiempo es, por tanto, lo que otorga sentido a todo movimiento orientándolo desde un antes hacia un después, haciendo que este después esté ya incorporado en el antes para que el sujeto que se mueve sepa a dónde va. La historia de la humanidad ha cumplido, con más o menos precisión, este precepto del relato aristotélico, hasta hace cincuenta o sesenta años. Fue a partir de entonces cuando, en uno de esos acelerones que son tan propios del sistema capitalista, convirtió ese relato en algo inapropiado por desconocido para quien estaba fundamentalmente a su servicio, los nuevos trabajadores. De repente, donde todo había sido más o menos claro y lineal, aparecieron quebraduras y rincones oscuros propicios para la emboscada. De repente, fue imposible meter el después en el antes de una forma convincente, por lo que el fin del relato “saber hacia dónde voy” comenzó igualmente a quebrarse y a llenarse de espacios en blanco en los que nos se sabía que hacer, o de huecos en negro donde se empezó a intuir que allí habitaba el diablo, ese viejo conocido de los cuento infantiles. De repente, el tiempo lineal se rompió hecho pedazos, pero nadie nos enseñó a ver en esos fragmentos otra manera de medir y contar el tiempo, en fin, nadie nos enseñó a medir y contar dentro de otros tiempos. Tampoco le puedes pedir a los acelerones del capitalismo lo que nunca te podrá dar, a saber, aprender el arte de demorarse, la salida honorable en la medida que ahí radica el verdadero conocimiento, al corrosivo ‘nada a largo plazo’. Lo único que si es verificable, nada más tienes que medirte y escuchar lo que dicen tus antecesores - tal y como hace el Narrador del libro - es que la ruptura de la duración tradicional del tiempo afectó al carácter de los trabajadores, y el carácter corroído de los trabajadores ha ido modelando su incierto destino. En esas estamos.
Lo que confiere sentido y orientación a todo movimiento, y al relato que lleva incorporado, es la capacidad que tiene de ser medido o contado. A esa posibilidad es lo que Aristóteles llamó ‘tiempo’. El tiempo es, por tanto, lo que otorga sentido a todo movimiento orientándolo desde un antes hacia un después, haciendo que este después esté ya incorporado en el antes para que el sujeto que se mueve sepa a dónde va. La historia de la humanidad ha cumplido, con más o menos precisión, este precepto del relato aristotélico, hasta hace cincuenta o sesenta años. Fue a partir de entonces cuando, en uno de esos acelerones que son tan propios del sistema capitalista, convirtió ese relato en algo inapropiado por desconocido para quien estaba fundamentalmente a su servicio, los nuevos trabajadores. De repente, donde todo había sido más o menos claro y lineal, aparecieron quebraduras y rincones oscuros propicios para la emboscada. De repente, fue imposible meter el después en el antes de una forma convincente, por lo que el fin del relato “saber hacia dónde voy” comenzó igualmente a quebrarse y a llenarse de espacios en blanco en los que nos se sabía que hacer, o de huecos en negro donde se empezó a intuir que allí habitaba el diablo, ese viejo conocido de los cuento infantiles. De repente, el tiempo lineal se rompió hecho pedazos, pero nadie nos enseñó a ver en esos fragmentos otra manera de medir y contar el tiempo, en fin, nadie nos enseñó a medir y contar dentro de otros tiempos. Tampoco le puedes pedir a los acelerones del capitalismo lo que nunca te podrá dar, a saber, aprender el arte de demorarse, la salida honorable en la medida que ahí radica el verdadero conocimiento, al corrosivo ‘nada a largo plazo’. Lo único que si es verificable, nada más tienes que medirte y escuchar lo que dicen tus antecesores - tal y como hace el Narrador del libro - es que la ruptura de la duración tradicional del tiempo afectó al carácter de los trabajadores, y el carácter corroído de los trabajadores ha ido modelando su incierto destino. En esas estamos.