lunes, 31 de julio de 2017

BERLÍN ANTIROMÁNTICO

La Irrealidad de La Guerra se proyecta en la actualidad de forma inquietante en una sociedad dominada cada vez más por una Irrealidad Digital, en la que parece que no es imaginable la guerra, pues aquella se ha hecho increíblemente cara y suntuosa, es decir, hemos adquirido conciencia de todo lo que perderíamos si nos dejásemos llevar por los cantos de sirena de los guerreros tipo Jünger. Todo lo cual no ha impedido a los últimos emuladores del Romanticismo digital llamar a nuestra época nuclear, no inestablemente pacífica, sino pomposamente pacifista. Es por ello que nunca como hoy se hace necesario recordar la intuición que Rilke dejó escrita en la primera elegía de Duino: “la belleza no es sino el comienzo de lo terrible”. La belleza digital millenials aupándose por encima de todas las bellezas, se convierte, según las predicciones de Rilke, en las más terrible y amenazadora. Tenlo en cuenta.

El ejemplo primero de esa letal secuencia, belleza-terror, fue la ciudad de Berlín en el periodo de entre guerras, donde se instaló un nuevo espíritu, digamos, escaldado respecto a todo lo referente al Romanticismo belicista precedente. Un espíritu que espoleado por las vanguardias artísticas y tecnológicas pretendió instalar una nueva manera de mirar el mundo fuera de los cantos románticos inspirados en el campo y en las pequeñas ciudades. El Berlín guillermino e imperial había sido impresionante, pero el nuevo Berlín republicano resultaba irresistible con su “atmósfera bella, seca, reservada, pero no fría, con una dinámica indescriptible, ilusión de trabajo, afán emprendedor, disposición a tragarse los golpes duros y seguir viviendo”. Como los digitales de hoy, aquellos nuevos berlineses pretendían huir del horror de la guerra en el campo con el embellecimiento la vida de la ciudad. Sin embargo, lo que a la larga se hizo realidad en el Berlín de entreguerras fue la intuición demoledora de Rilke. Es decir, no hay posibilidad de escapar de lo terrible pues lo terrible somos nosotros mismos, da igual como nos embellezcamos. El nuevo espíritu de Berlín, que adelantó el que sería dominante en las grandes ciudades después de la Segunda Guerra Mundial, pretendía ser bello, muy bello, y atrevido, muy atrevido, pero, término a término, decididamente antiromántico. Movilidad frente al enraizamiento; frialdad contra calor; olvido frente al recuerdo; distracción contra la concentración; trasparencia frente a lo impenetrable; claridad contra la oscuridad; lo inequívoco frente a lo que está entre dos luces. Bertolt Brecht publicó un ‘Libro de lectura para los habitantes de la ciudad’. Bajo un nuevo comportamiento de la frialdad, el ciudadano de Berlín debe mantener la distancia, considerar los alojamientos como provisionales, desconfiar, ser ahorrador en el uso de las palabras, no prometer nada ni dejarse atrapar por nadie, ser indolente, no dejar apagado el cigarrillo, sentarse en cualquier silla, pero no quedarse en ella sentado, y, sobre todo, borrar las huellas. Gottfrield Benn escribe en 1930: “Ya no hay ningún destino, las parcas han pasado  a ocupar un puesto de directoras en una empresa de seguros de vida, en el Arqueronte se ha puesto un cultivo de anguilas, la antigua representación de lo terrible se presenta en la apertura de la exposición a la higiene como algo en lo que todos pueden participar, mientras que la moda alemana de desfilar con vestidos de diferentes colores se reduce con profunda emoción a su contenido normal”. Como puedes deducir estamos ante un renovado instinto para el instante. Carpe diem. El que continúa hoy mismo. No hay nada más digital que esa concepción del tiempo, ni belleza que aguante, sin transformarse en algo terrible, disponiendo de una sola concepción del tiempo con que acicalarse.


Hay dos mujeres que, a mi entender, representan cabalmente este momento berlinés, que lo fue también del mundo. Marlene Dietrich y Greta Garbo. Dos mujeres que se pusieron por primera vez los pantalones entre los hombres para realzar, aún más si cabía, la fuerza irresistible de su femineidad individual. Sin protección ni patrocinios masculinos. Y lo consiguieron, vaya si lo consiguieron. Abriendo una vía a la imaginación que aún sigue fertilizando hoy por igual a hombres y mujeres. No es posible entender el desparpajo de las millenials sin el que inauguró Dietrich deambulando por las calles y cabarets berlineses de los años veinte. Y tampoco se puede entender la rabiosa individualidad de las millenials sin aquella frase memorable que Garbo le soltó a su protector en la película ‘Gran hotel’, haciendo brecha para la posteridad en el muro del patriarcalismo ancestral y milenario: “déjame, quiero estar sola”.

sábado, 29 de julio de 2017

LA VIDA SIN NUMEROS

Que los números son exactas y bellos, nadie lo duda al menos desde Pitágoras. Que las palabras son ambiguas y misteriosas, nadie lo duda al menos desde Parménides.Que podemos vivir sin los unos y sin las otras, nadie lo duda tampoco porque antes que con las cuentas y con los cuentos, los recién nacidos entran en el mundo con los cantos. Luego el que nuestra especie haya evolucionado con los números, hasta hacerse perfectamente algorítmica como en el momento actual, no tiene que ver con su pertenencía al mundo, sino con la mejor forma de de dominar y soportar la vida. Pero aunque nos parezca increíble, hay tipos que no tienen esas necesidades. Sencillamente viven sin números.

viernes, 28 de julio de 2017

LA SALUD Y LA INTELIGENCIA

 ¿Pueden ser estas las palabras que le conviene escuchar a Peligro después de su visión autoaniquiladora? A mi gustaría pensar que sí.

POEMA 172
de Vicente Verdú
(lee los otros poemas Aquí)

La salud, desde luego,
no es la inteligencia.
Hay gente muy tonta
a la que no le duele absolutamente nada. 
Ni siquiera le duelen las muelas
o las articulaciones
e ignoran la fiebre.
Todo ello dentro de una beatitud
saludable que parece injusta
o falsamente boba.
Frente a la supuesta lucidez de poetas gravemente enfermos -
que ofrecieron las llaves
de la sombra, la melancolía o la degeneración -
el mundo sanamente transparente.
Sin una sombra en la radiografía,
sin una mancha en el pulmón. 
La enfermedad, en cambio, es un monstruo
de diferentes morfologías
que empeñándose en convivir
apegado a nuestras carnes
termina por hacerse un órgano
más del  ser.
A través de la enfermedad se perciben 
las nocivas bacterias
y el mundo aparece
cuarteado en sus averiadas  piezas.
Ver a través de la enfermedad
equivale a usar una retícula que detecta
el material inseguro de la existencia,
las quiebras  diarias,  sus grietas,
sus barrancos y cárcavas.
Mientras estar sano,
por el contrario,
proporciona a menudo
un mundo enjuagado 
de sus peores amenazas.
¿Qué preferir?
La imposibilidad empírica
de la esta elección
es manifiesta
pero no anula, en su fondo,
la oposición entre el padecimiento
del conocimiento herido
y la condescendencia feliz.
Entre el dolor de un paladar sin sabor,
sembrado de llagas,
y el fragante sabor de los mil alimentos
que al enfermo le roba
el bárbaro imperio de su enfermedad.

LOS PELIGROS DE "PELIGRO"

Las huellas que deja ese personaje, déjame que lo bautice como Peligro, que ha descubierto con horror su capacidad de hacerse desaparecer para siempre de la faz de la tierra, nos pueden llevar a recorrer el camino a la inversa. Por un lado su voz suena como la del primer dispositivo, no se si inteligente, pero si perfectamente autónomo y, por otro, como el último grito del ser humano sobre la tierra, antes de adentrarse en las tinieblas de esa mutación que su horror descubre ante el mismo. Como ya dije ayer, no es un horror, ni un grito dentro de la tradición habitual, sino el último horror y el último grito de algo que se acaba, pero que al confesarlo a un otro también es el primer horror y el primer grito de que ya no quiere que sea así, sino de algo que comienza. “Es un lamento, pero no quiero que me des la razón”. Sea como fuere, me parece que es un horror y un grito a tener en cuenta y a contar con ellos para cualquier itinerario vital, y narrativo, que hoy se quiera emprender. Ya dije que esto no viene del Romanticismo primero, sino de las ruinas que su incontrolable evolución dejó a su paso en su fase más delirante y asesina: el nazismo, que ya anunciara Jünger con sus soflamas llameantes. Si Jünger calificó a lo que empezaba como las tempestades de acero, Joseph Goebbels, máximo jerarca de la propaganda del nacionalsocialismo calificó a esa tradición del espíritu alemán como Romanticismo de acero. La metáfora no puede ser más literal, valga la paradoja. La imagen del mundo había perdido definitivamente ese aire etéreo y con vistas al pasado antiguo, con el que soñaron los románticos de 1800,  y se había hecho dura y presente como el acero, pero también, como se vería después en el 1945, frágil como el diamante. Escuchemos lo que a este respecto dijo Goebbels en el discurso programático para la apertura de la Cámara de la Cultura del Imperio, pronunciado el 15 de noviembre de 1933, donde pedía “un Romanticismo que no se esconde ante las durezas de la existencia y no intenta escapar a lejanías azules, un Romanticismo que tiene el valor de enfrentarse a los problemas y de mirarlos a los ojos sin compasión, con firmeza y sin vacilar”. La fórmula Romanticismo de acero expresa con claridad el rasgo fundamental del régimen nacional socialista. Comoquiera que se haya entendido o se entiendan los asuntos del alma, venía a decir, estos debían reconciliarse con la técnica, para que los hiciera funcionar a pleno rendimiento en el plano industrial, construyeran coches y autopistas, y estuvieran preparados para la guerra. Había nacido lo que más tarde el filósofo francés, Michel Foucault, denominó la era de los dispositivos.  

El dispositivo es una red inextricable de discursos, instituciones, leyes, proposiciones, intenciones y casi cualquier cosa que incluya una función estratégica concreta, con el resultado del establecimiento de relaciones entre el saber y el poder. Es decir, es la forma en que se establece el poder en cada época, en un modo que va más allá de la simple autoridad (que hay que ganarse). Los individuos hacen suyos los dispositivos construyendo un sistema de creencias y sentimientos que aplican como propios, convencidos de que su procedencia es privada o intima. De ahí que haya que distinguir en cualquier momento, hoy más que nunca, entre dispositivos y seres vivientes con alma. Es decir, ver hasta qué punto los individuos han asimilado los dispositivos y hasta qué punto están en condiciones de pensar por sí mismos. En fin. Sobre las ruinas de los dispositivos del Romanticismo de acero, cayeron, primero en forma de bombas y luego en forma de planes de desarrollo, los dispositivos de un nuevo Renacimiento que, como aquel, fueran los que fueran los asuntos del alma de los supervivientes de la gran debacle, les continuaron exigiendo la reconciliación con los nuevos imperativos de la técnica surgida de la guerra. Terror nuclear incluido. Los dispositivos del nuevo Renacimiento amontonaron o quemaron los escombros de los dispositivos del Romanticismo de acero que ellos mismos habían destruido, y se dedicaron a construir lo que ha acabado siendo con los años el nuevo Renacimiento digital, en el que Peligro y su tropa han alojado sus cuerpos y eso que sea su alma. Unas almas que, al hilo de los temores que confiesa Peligro respecto a su capacidad de suicidarse, da la impresión que comienzan a tener los primeros síntomas de acabamiento respecto a la adaptación incondicional que los patrocinadores del nuevo Renacimiento digital les han exigido, como la única manera de estar en el nuevo mundo. 


Yo los vengo llamando cariñosamente “Tropa de los millenials”, por situarlos convencionalmente en el calendario, y porque conservan del engreído Romanticismo de acero ese aire militar, corporativo y excluyente, alrededor de una extraña e inquietante comunidad nostálgica a la que pertenece con pleno derecho Peligro. Cuando le oigo anunciar su horror, como si fuera el primer horror, pienso que alguien de su cofradía nostálgica se lo ha consentido. Peligro es un peligro porque nada más le han contado un cuento sin fin, un cuento inmortal al que sus miedos de repente le han escrito la última página. Peligro es un peligro porque sus temores me hacen ver que el peligro no es la técnica, sino el único cuento interminable con el que ha vivido, contado una y otra vez, como hablan los loros, dentro de su única comunidad nostálgica de pertenencia. El peligro es vivir con un sólo cuento, no el soporte donde lo leas o lo escribas. El peligro es también contar tu cuento, una y otra vez, a quien no ha dejado de oírte desde que naciste, que siempre mostrará su aquiescencia más complaciente. Contra todo pronóstico de su cofradía nostálgica, Peligro siente horror ante su capacidad asesina de si mismo. ¿Lo que siente es por qué piensa que traiciona la lealtad que debe a la comunidad nostálgica a la que pertenece? ¿Lo siente es por qué ha visto por su cuenta el peligro de su único cuento? ¿Qué forma tiene el peligro que deprime a Peligro por ver su capacidad autoaniquiladora? En esas preguntas se juega Peligro su carácter y su destino. Y el de quienes lo rodean con nostalgia ajena y añeja.

jueves, 27 de julio de 2017

EL OFICIO DE VIVIR

Me parece que tiene que haber una extraña evolución, digo extraña porque no es de matriz darwiniana que suele ser la única evolución que admitimos en nuestros ámbitos de creencias, entre la llamada de la bala a la que se lanza con fervor el guerrero Jünger y el falso desdén ante la mierda en que se ha convertido el mundo, digo falso porque de esa bendita mierda se alimenta por igual el tedio que abraza a políticos,  banqueros y antisistema mientras chapotean todos en la misma ciénaga, con que habla el protagonista de la novela ‘la sombra del mundo’. Y se me ocurre que ese eslabón perdido pudiera ser ese personaje que sufre ante la capacidad que ha descubierto en el mismo de quitarse la vida. Como si hubiera tomado conciencia de que esta es la única capacidad de que ha dispuesto a lo largo de su vida, pues nunca estuvo vinculado al mundo. O si lo estuvo fue a través de ese conglomerado de mitos: progreso, ser el centro del universo y, sobre todo, el olvido que ha tenido de que esos mitos no eran la realidad, sino construcciones suyas. El fin de la historia podría resumirse así. Jünger iba pletórico al encuentro de la bala para poder sentir el verdadero espíritu de la vida salvaje en cuyo renacer veía la salvación del mundo. El personaje de la novela de Nir Baram no le importa vivir enajenado en un mundo de mierda, siempre y cuando pueda compartir el glamour de esa basura con los que dice que detesta. El horror que siente el personaje que descubre su capacidad de suicidio no es de grado diferente al que pueda sentir Jünger o el basurero glamuroso es, sencillamente, de naturaleza distinta. De naturaleza millenials (no en balde en los últimos datos oficiales del INE contaron 3.602 suicidios frente a los 1.160 fallecidos en accidentes de tráfico, lo que da cuenta del giro estadístico del asunto). Se debe, a mi entender, a que este nuevo suicida iría al encuentro con la muerte contra nadie o cambio de nada. Potencia y Acto van cada uno a lo suyo. Es como si nos dijera, “ya no es porque mi vida valga lo que venga después de una bala, o porque lo que tengo esté lleno de mierda, no, si me da miedo quitarme la vida es porque con esa capacidad he descubierto que nunca ha valido nada, porque nunca me dolió nada, ni fui capaz de causar dolor a nadie. Suicidarme, por tanto, es un gesto inútil que no me libera de la inutilidad de seguir vivo”. El dolor de esta nuevo suicida aparece al comprobar que su gesto no tiene ningun valor existencial, que no pertenece al mundo, lo que le delata el significado auténtico de su vida. Nada que ver con el suicidio de matriz romántica que perdura en Jünger y en cualquiera de esos políticos, banqueros o antisistema cubiertos hasta las cejas por la bendita mierda del sistema al que en el fondo adoran. Cuando estos deciden quitarse de en medio - el banquero Blesa la última pieza - a su manera rubrican sin ningún tipo de aspaviento las palabras del eminente poeta italiano, Cesare Pavese - autor del poema  “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”- que dejó escritas en su diario titulado, paradójicamente, el oficio de vivir. Dicen así: “En nuestros tiempos el suicidio es un modo de desaparecer, se comete tímidamente, silenciosamente. No es ya un hacer, es un padecer. La dificultad de cometer suicidio está en esto: es un acto de ambición que se puede cometer sólo cuando se haya superado toda ambición”.

Las vidas de Jünger, los políticos, los banqueros, los antisistema y Pavese están unidos por la ambición de vivir y el dolor extremo que eso produce. En la vida del nuevo suicida de matriz Millenial es más que probable que no haya habido ni una cosa ni la otra. Pero la vida no deja de ser generosa con él. A pesar de su carácter anómico  y burocrático, le ofrece la posibilidad de sentir miedo por hacer autodesaparecer la vida que ha construido de forma autoreferenciada. Menos es que, quien solo se ha mirado el ombligo en la pantalla, se fuera del mundo sin haber sentido nada de nada. Y es que el oficio de vivir es un misterio.

miércoles, 26 de julio de 2017

TEMPESTADES DE ACERO

Ni que decir tiene que no estoy pidiendo que la tropa de los millenials hagan la mili, pero sí que, muchos de ellos, sean menos “cobardes” en su particular campo de batalla en el que combaten cada día. Las redes sociales se han convertido en un nido de franco tiradores sin valor y sin coraje. Apostados en el anonimato y la impunidad disparan sin que corran el peligro de que ninguna bala, por contra, les haga sentir verdaderamente el sentido de la vida. Es más, solo con esa actividad bélica en una sola dirección dan sentido a lo que hacen cada día. Lo que no evita que ahí agazapados sean unos cazadores, a fuerza de pulsar un botón ametrallador con el que disparan contra todo lo que se mueve afuera y, al mismo tiempo, un frontón donde todo la exterioridad rebota. En fin, se han convertido en unos guerreros de almas tristes. Ese tipo de almas, como le dice Virgilio a Dante en la Divina Comedia, que vivieron el mundo sin “vituperio y alabanza”. Al cielo no pueden subir para que el cielo bendiga todas las bondades de las que han sido capaces, pues para ellos no hay cielo. Al infierno no pueden bajar para ser condenados por su pecados, porque no hay diablo que este dispuesto a admitirlos, sin caer el mismo en el más perfecto de los desprestigios antes los otros revolucionarios del mundo. Las grandes virtudes de la misericordia y la justicia no quieren saber nada de ellos por no quedar definitivamente manchadas. El mundo, en fin, no tiene la menor intención de guardar algún recuerdo de sus pendencias digitales, pues son ellos mismos quienes han hecho de sus vida un evento de usar y tirar. Sin voluntad de una duración remarcable, que pueda servir de ejemplo para la posteridad. El mundo protector burgués no es para ellos, como lo era para Jünger. "Hay en este mundo mucha gente como nosotros. Gente para quien el mundo tal como es, el pulcro mundo de los horarios y los trenes que llegan a su hora, el bullicio de las calles, los días laborales y tanta organización, la televisión y los estantes de los supermercados con todos esos colores que se te meten por los ojos, los gimnasios y los restaurantes, ese mundo, exactamente tal y como es, es la mayor mierda que existe" (La sombra del mundo, de Nir Baram, 2015). El escritor alemán ante una situación como la actual, de paz y prosperidad burguesas, decía hace cien años. “Nunca nos pararemos en ningún lugar donde la llamarada no nos haya trazado el camino, donde los lanzallamas no hayan realizado la gran limpieza a través de la nada. Porque nosotros no somos ciudadanos. Somos hijos de guerras y de guerras civiles; y sólo cuando se haya limpiado todo esto, el espectáculo de los círculos que giran el vacío, podrá desarrollarse lo que todavía se esconde en nosotros de naturaleza, de elemental, de auténticamente salvaje, de capacidad para la generación real con sangre y semilla. Solo entonces se dará la posibilidad de nuevas formas” (Tempestades de acero, Ernst Jünger).

¿Cual es la diferencia? Jünger fue el último romántico armado, herido en multitud de ocasiones y merecedor de altas condecoraciones. La voz narradora del relato de Nir Baram ya no lo es, ni puede llegar a ser nada de eso. Pero cree que añorando sutilmente lo que no ha vivido, ni sentido, puede volver a traerlo al escenario real del mundo. Y dominarlo en beneficio propio. Bajo la protección de esa comunidad de nostalgias que mencioné el otro día, la tropa de los millenials creen que la digitalización del mundo ha hecho desaparecer las tempestades de acero que describía Jünger en sus escritos. Creen, como todo lo que les llega a través de la pantalla, que el mundo se derriba con una huelga general a nivel mundial, convocada mediante un par de cliks desde sus ordenadores. Es cierto que no hay probabilidad inminente de una tercera guerra mundial al estilo como la celebró Jünger en sus recuerdos, lo cual no quiere decir que haya paz en el mundo. Ello no significa otra cosa que el epitafio adelantado de la humanidad, “no nos entendemos”, continúa alumbrando desde su hipotética tumba común, las idóneas condiciones de posibilidad de que si haya esa temida guerra, o que ya estemos metidos en ella sin que nos hayamos dado cuenta, debido al efecto multiplicador que tiene el hecho de que hoy la incomunicación y sus frentes de batalla asociados se han digitalizado. Y también que, delante un ordenador, no hay que jurar fidelidad a ninguna bandera, ni tener que mantener la fe en ningún discurso. Basta con tener una voluntad digital de cambio universal que tumbe el mundo igual que se tumbaría un castillo de naipes. Otra cosa es, sin embargo, que delante de sus pantallas, estén convencidos de que este mundo es un castillo de naipes. Y es que desde sus pantallas la tropa de los millenials nos hacen creer, al menos, que todo se resuelve como lo hacen en los video juegos. O dicho a las bravas, ellos creen que el mundo funciona con un vídeo juego, y sus mayores también. La nostalgia compartida pone la argamasa que los mantiene felizmente unidos. Mientras tanto, el mundo real sigue avanzando a golpe de sus eternas tempestades de sangre, dolor, barro y acero. Como siempre.

martes, 25 de julio de 2017

EL ROMANTICISMO BELICISTA

¿Qué se puede esperar de una generación que es la más fotogénica, y la más fotografiada, de toda la historia de la humanidad, pero que, tal vez por ello, es también la más cortita y la más costosa al herario mundial (la ONU debería considerar su adinerado estilo de vida a la hora de definir qué es la pobreza en el siglo XXI) encerrada como se encuentra en el estrecho rectángulo de confort que le proporcionan el manejo constante de sus pantallas? La voluntad de existir ahí dentro como la única imagen de vida posible, acicalándose de forma perfectamente indiferente a lo real de afuera, ha dado al traste con la fuerza del poder de la voluntad creativa, tal y como lo preconizó Nietzsche, para ensanchar los límites de la imaginación. Una imaginación que  la lógica racional de matriz hegeliana, hecha empírica y utilitarista con los románticos tardíos tipo Strauss o Wagner, quiso hacer coincidir para siempre con lo real. Entre mellinials y romantcos empíricos hubo dos carnicerías mundiales y una época de paz entre esas dos guerras. En total fueron treinta años en los que se llevó hasta sus últimas consecuencias el mandato de hacer coincidir lo real con lo racional, al homologar el espacio elemental de la violencia al espacio romántico. Estamos ante la versión belicista de lo romántico, que acabó para siempre con el romanticismo como actitud, por más que los pantalleros actuales lo traten de reavivar con sus poses autoreferenciales. 

Al meter a Nietzsche con calzador en el programa de los empíricos utilitaristas fue surgiendo, en las primera década del siglo XX, un frente de luchadores que encontraron en el horror y la aniquilación un aliciente oscuro, que formarían parte de los que propiciaron con sus soflamas la guerra del 14. Para la mayoría de la población una guerra impensable - lo que la convirtió en la más cruel y despiadada de las habidas hasta ese momento en el continente - pues vivían en el momento más dulce de felicidad y progreso alcanzado por la humanidad, a decir de los predicadores del momento. Uno de los autores mas significativos de este cambio oculto de sensibilidad fue Ernst Jünger, que en su libro Tempestades de acero dice cosas como las siguientes: “Nos fue concedido vivir en los rayos invisibles de grandes sentimientos, esta es nuestra ganancia incalculable”. En el límite de la muerte Jünger describe esos momentos como cumbres del arrobamineto, usando la imagen que Nietzsche había reservado para los instantes irrepetible de la creación individual. Así narra Jünger, acerca de un fracasado asalto en las cercanías de Cambrai: “Por fin me había alcanzado una bala. A la vez que percibía el balazo sentí que aquel proyectil me sajaba la vida (…). Mientras caía pesadamente sobre el piso de la trincheras había alcanzado el convencimiento de que aquella vez todo había acabado, acabado de manera irrevocable. Y sin embargo, aunque parezca extraño, fue aquel uno de los poquísimos instantes de los que puedo decir que han sido felices de verdad. En él capté la estructura interna de la vida, como si un relámpago la iluminase”.


¿Como puede el tedio contemporáneo, campo de batalla donde baten sus armas nuestros más conspicuos guerreros digitales, no palidecer ante aquella visión del último romántico armado? Nuestros luchadores digitales actuales, como ya dije, no quieren un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compense con la garantía de morir de aburrimiento. ¡Vaya por Dios! Y, por si no quedará claro, rubrican lo anterior sin empacho diciendo, que el aburrimiento es contrarrevolucionario. ¡Cielo santo! ¿Qué campo de confort lo puede ser al mismo tiempo, y sin que produzca sonrojo a quien lo ocupa, de batalla? ¿Cómo no va crecer ahí el aburrimiento? ¿Que otra planta lo podría hacer con semejante abono? Es la gloria y la condena, valga por esta vez su cohabitación, de la tropa de nuestros millenials, que no soportan el arrobamiento de la llanura - ni pensar en el de unas cumbres hoy ya inexistentes - que les puede producir quien no esperan se cuele de rondón en sus aposentos apantallados.

lunes, 24 de julio de 2017

LA BANCARROTA A PUNTO

Queda claro que mis últimas palabras de la entrada anterior, invocando la sabiduría, no tienen nada de románticas. Dichas al hilo de lo predicado por Strauss, y de lo que vino después, el espacio elemental de la guerra convertido en el último episodio del tiempo, las convierten en una condición de posibilidad que dibujan la oportunidad de una salvación última. Serían las palabras que nos permitirían preservar el mundo - al modo como Noé subió a su arca las especies que podían dar continuación a la vida - después del diluvio de las palabras de los bocazas que ha abrasado o anegado la vida durante estos últimos doscientos años de promesas y utopías estériles. ¿Por qué elegir hoy esta forma modesta de civilización  y no insistir en la barbarie salvífica de los bocazas? ¿No han sido hasta ahora nuestros sueños muy caros y trágicos y sangrantes? ¿Que esperábamos de la vida cuando los románticos de 1800 dijeron: a por ella? ¿Que debemos entender hoy por aquella expresión inflamada después de la que nos ha caído encima? 

Todó comenzó en 1914, pocos años después de las palabras de Strauss y de la muerte de Nietzsche. Y lo que comenzó fue la carrera contra el reloj por tener más que el vecino, ya que tener es igual a poder, y tenerlo todo es tener todo el poder, y todo el poder acabó siendo el principio de la Total destrucción o bancarrota. Pero no la voluntad ni el saber asociados a ese poder, tal y como lo entendió el pensador alemán, que quedaron así formando parte de los escombros que produjeron las palabras de los grandes bocazas del segundo romanticismo, ahora ya empírico utilitaristas. Sobre aquellos escombros fueron creciendo estos parques y estos edificios de cristal o acero, que hoy nosotros decimos que disfrutamos. El que Nietzsche diagnosticara que las fuerzas ocultas dionisíacas no podían llegar nunca al equilibrio, no significaba otra cosa que el principio creativo que lleva incorporado cualquiera resistencia artística ante el poder acaparador. Nunca la bancarrota total del continente, como así lo entendieron las palabras de aquellos soñadores bocazas. El caso fue que, de repente, creció la roña y el sarro entre lo que pasaba y lo que hicieron con lo que pasaba. Y a todos se nos cubre el alma y el habla, desde entonces, con esa costra heredada. 

viernes, 21 de julio de 2017

LA VIDA SE ADUEÑA DEL MUNDO

Si hace unos días las palabras de Friedrich Strauss encaraban el siglo veinte llenas de optimismo vital apolíneo, recordémoslas de nuevo, “Hay muchas razones para estar contentos con la actualidad y sus logros: el tren, las vacunas preventivas, los altos hornos, la crítica de la Biblia, la fundación del imperio, los abonos químicos, los periódicos, el correo. ¿Por qué escapar a la rica realidad y refugiarse en la metafísica y la religión? Cuando la física aprende a volar, los pilotos de la metafísica acaban estrellándose y tienen que aprender a conformarse con vivir decentemente en tierra firme. Se exige sentido de la realidad; y ese sentido producirá las obras prodigiosas del futuro”. La mirada de Nietzsche, por intermediación de su personaje Zaratustra, nos advierte de la plenitud de la rica realidad, a la que alude Strauss solo en su aspecto visible de orden y convivencia, al traer a escena lo que está  hasta ese momento ha estado propiamente oculto, actuando como fuerzas en lucha permanente las unas contra las otras exentas de moral aunque no de ética. La mirada de Zaratustra nos trae la posibilidad del aprendizaje, que no tiene nada que ver con la instrucción pública que pone en marcha la realidad de Strauss, aunque no lo mencione en su cita, para que le salgan las cuentas a la empresa del optimismo que tiene en mente. Me ha venido a la cabeza, cuando he vuelto a leer la cita, aquella frase de origen oriental, que también se adapta, a mi entender, al espíritu optimista y de plena fe en El Progreso que anuncia Strauss. La frase dice así: gato negro o gato blanco, no importa, lo que importa es que cace ratones. Si te fijas es una refrán china que tiene la misma música que cuando la física aprende a volar, los pilotos de la metafísica acaban estrellándose y tienen que aprender a conformarse con vivir decentemente en tierra firme, en un tiempo, finales del siglo XIX, en el que China ni se podía imaginar que la cita de Strauss iba a ser la introducción al libro rojo para su plena aceptación y puesta en práctica del modo de vida occidental. Un refrán chino que anticipa en lo que nos acabaríamos convirtiendo todos los ciudadanos occidentales: gatos castrados y satisfechos. Muy al contrario, en el aprendizaje que nos propone Zaratustra lo primero que hay que aceptar, sin pérdida de tiempo, es que no puede haber equilibrio entre esas fuerzas ocultas pues no lo conocen. Ni su permanentemente enfrentamiento pone moralidad alguna sobre el mundo. Zaratustra trae a jugar a las fuerzas ocultas del mundo al mismo campo de juego donde se solaza la vida confortable que promete Strauss y el refrán chino. Poniendo así a la misma altura y rango y en disposición de diálogo, no de enfrentamiento, a lo apolíneo y a lo dionisíaco. Este es el auténtico escenario del nuevo siglo XX que, avalado además por la democratización de la cultura y la educación, no quiso ver en toda su plenitud Friedrich Strauss. 

Por aquel entonces, más o menos, la mirada poética y metafísica de Rainer María Rilke, de la que prescinde Strauss de forma soberbia para su proyecto concluyente de felicidad y progreso, le advierte, sin embargo, sobre algo que todavía hoy no nos damos cuenta de tanto que arraigaron aquellos cuentos de rica realidad, a saber, las cosas más importantes están envueltas en la incertidumbre, incluyendo las decisiones sobre las relaciones humanas, los trabajos, el comprar una casa o una acción futura. Cuando la gente usa los hechos, la lógica y el razonamiento puro para tomar las decisiones, el sistema (de Strauss) se muestra insuficiente. Rilke lo expresa así: “No estamos muy seguros, no nos sentimos en casa en el mundo interpretado”. De semejante manera, Hans Castorp, el personaje principal de la novela de Thomas Mann, la montaña mágica, también en los inicios del nuevo siglo, el siglo insumergible, como el Titanic, se preguntaba: ¿Dónde estamos? ¿Qué es esto? ¿Hacia dónde nos absorbe el sueño? Como si la vida, a la luz del progreso, viera la lucha sin desmayo de esas fuerzas ocultas, no como las hijas del propio progreso, como así son, sino los restos de las  supersticiones de antaño, y se empeñara, entonces, en apropiarse de la herencia del mundo que es de todos, vivos y muertos, arrastrando con ello a la apropiación de la ética por la moral, y al alma por el cerebro, al hilo de los avances neuronales, para apropiarse, en fin, del aprendizaje individual mediante el propósito excluyente y concluyente de obtener la mejor convivencia entre unos seres humanos perfectamente instruidos y adiestrados. Como si la vida que imaginó Strauss que, al fin y al cabo, ha acabado siendo la nuestra, quisiera sólo habitar en un mundo feliz de progreso ilimitado, olvidando que la auténtica felicidad viene después, o es paralela, al hecho de que las mujeres y los hombres traten de entender el por qué están en el mundo.

jueves, 20 de julio de 2017

LA APARIENCIA DE LA VOLUNTAD

Sobre la voluntad afirmativa de apariencia, Nietzsche dice lo siguiente en el cuarto libro de la Gaya ciencia, donde prepara la aparición del personaje de Zaratustra, el más controvertido de toda su obra filosófica. "¿Que medios tenemos para hacernos las cosas bellas, atractivas, apetecibles, si no lo son? (…) Hemos de aprender algo de los médicos, y más todavía de los artistas, que propiamente siempre están empeñados en lograr tales inventos y muestras de habilidad (…). Pero nosotros queremos ser los poetas de nuestras vidas, primeramente en lo más pequeño y cotidiano”. Hay en estas palabras un retorno al romanticismo de 1800. A las palabras de Schiller: “el hombre solo es enteramente hombre cuando juega”. También hay en esas palabras de Nietzsche una incitación a convertir la propia vida en obra de arte. La abominable, debido tantos malos y aviesos entendidos, voluntad de poder tiene en primer lugar este significado: la soberanía o el control consciente sobre la configuración de la propia apariencia. Así lo dice Nietzsche. “Has de adquirir el señorío sobre ti mismo, también sobre tus propias virtudes. Antes estas mandaban en ti, pero no han de ser otra cosa que instrumentos junto a otros instrumentos. Tú has de adquirir poder sobre tu pro y tu contra, y tienes que aprender a colgarlos y descolgarlos según tus fines superiores. Has de aprender a comprender lo que hay de perspectiva en cada valoración". Hay un lucha feroz por parte de Nietzsche en los últimos días su lucidez mental, antes de caer definitivamente en la oscuridad de la demencia, por no confundir la vida con el mundo. Esta lucha ha sido, a mí entender, uno de los aspectos con más potencia del legado de su pensamiento hasta nuestros días. Lucha para mantener en su pensamiento la idea de que toda vida es una forma incierta de vida. De que hay una inseguridad inscrita en toda vida finita, que ningún propietario de cualquiera de esas vidas puede evitar. De que el peligro radica en querer evitarlo, lo que supone dar el paso de confundir tu vida con el mundo, lo que es tu propiedad con la herencia de todos. El peligro de que al querer conquistar el paraíso, te meta de hoz y coz en el infierno. En fin, lucha porque la voluntad de poder entendida como él la entiende en su proyecto filosófico, como dominio sobre si mismo, lo acabe alejándolo del abismo al que, paradójicamente, su propia manera de pensar lo aproxima. En dos cartas escritas a sendos amigos, deja ver los temores que lo acechan. En carta a Fuchs, el 29 de julio de 1888 le confiesa: “No quiero ser ningún santo, prefiero ser un bufón. No es en absoluto necesario, ni siquiera deseado, tomar partido por mí; por el contrario, una dosis de curiosidad, como la que se siente frente a una excrecencia extraña, con una resistencia irónica, me parecería una posición incomparablemente más inteligente para conmigo”. En carta al amigo fraternal de Basilea, Jakob Burckhardt, le escribe, el día 6 de enero de 1889, lo siguiente: “Al final, preferiría mucho más ser profesor de Basilea que ser Dios; pero no he osado llevar tan lejos mi egoísmo privado como para omitir por su culpa la creación del mundo. Ya ve, hay que sacrificarse dondequiera y como quiera que uno viva”.

No hay que insistir demasiado sobre los estragos que, el caso omiso a las advertencias del pensamiento de Nietzsche en los años que siguieron a su muerte, produjo en la imagen que la humanidad, configurada en sociedad de masas, tuvo sobre su futuro. La voluntad de poder se interpretó literalmente. Y el egoísmo privado fue llevado hasta tan lejos, que la destrucción y la barbarie lo dejaron exhausto. En contra de aquel legado, que nunca dejó de ser de matriz romántica de 1800, se empezó a juzgar moralmente y se renunció a entender. El nihilismo se fue apoderando al mismo tiempo de la vida y del mundo. Hasta hoy.

miércoles, 19 de julio de 2017

MELANCOLÍA O MAYEÚTICA

Tener conciencia del tiempo, es decir, que el tiempo pasa y que el tiempo se acaba, en una naturaleza humana que se presenta como un organismo  inacabado, de forma conjunta significa en si la experiencia más radical del dolor. Esa experiencia se concibe en la cultura occidental como la base de todo nuestro aprendizaje. Ya ves. La renuncia consciente a ese aprendizaje - el famoso e inquietante “preferiría no hacerlo” de Bartleby - dejándolo todo en manos de la mal llamada inteligencia artificial, es el punto de ignición de ese sentimiento, que en su fase culminante es abrasador y arrasador, y que tan bien representa en su escena final la película Melancolía, que ayer mencionaba. Por no querer enfrentarnos a esa clase de mal que es el aprendizaje, que en su fase más aguda intuimos es la curiosidad por iniciativa propia, por no querer tener trato con ningún tipo de sufrimiento ya que a este mundo no hemos venido a aprender sino a ser felices, la generación de los millenials con sus progenitores y profesores al frente - la primera generación que ha tenido los bemoles de cambiar él rótulo “Sapere Aude” en los frontispicios de hogares, escuelas, institutos y universidades, por el de “Tu Puedes Ser Feliz No Estás Solo” -, han decidido inmolarse en esa melancolía conjunta que deviene al hacer coincidir sus sentimientos en una terminal digital inodora e insípida. Todos ahí uniformados bajo la correcta tutela del mismo matrix, dan la bienvenida en sus pantallas a lo que va sucediendo en el mundo. Nadie entre los adultos de esa tropa tiene la menor necesidad de incrementar las exigencias y los referentes culturales de sus jóvenes y adolescentes. El resultado es la constitución de un campo de nostalgias común alrededor de las pantallas individuales, tan atrayente que los más jóvenes simulan sin el mayor esfuerzo emociones que no han sentido, y los más viejos creen así volver a recuperar el tiempo perdido. Todos contentos y juntos alrededor de esa edad juvenil de los divinos tesoros. La convivencia saludable y sostenible ha expulsado de los hogares y de las aulas al aprendizaje doloroso y exigente.

En pocos años, la mayeútica griega, que se ha postulado siempre, a trancas y barrancas, contra el aprendizaje humano, pues en su fase más laxa, que coincide con la oficial en cada momento, adolece históricamente de roña y de pereza, ha desaparecido de los diseños curriculares educativos y de las prácticas habituales en las familias. Como una partera, Sócrates, el gran divulgador de mayeútica griega, lleva a cabo tres funciones fundamentales: despierta y apacigua los dolores del parto, conduce bien los partos difíciles y provoca, si es necesario, el aborto; el proceso es doloroso debido a las “crueles” interrogantes del método socrático, pero esto desencadena la iluminación, donde la verdad parte desde el mismo individuo. La técnica consiste en preguntar al interlocutor acerca de algo (un problema, por ejemplo) y luego se procede a debatir la respuesta dada por medio del establecimiento de conceptos generales. El debate lleva al interlocutor a un concepto nuevo desarrollado a partir del anterior.

Como puedes deducir la tropa de los millenials está a años luz del antiguo planeta griego, echándose encima con su actitud al planeta Melancolía, que se adentra así en sus hogares y sus aulas de forma inquietantemente aniquiladora. Pues todos convierten en digital sobre las pantallas lo que el día a día les vierte en crudo cada una de sus vidas. No hay ser humano que así cien años dure, sin pagar el alto precio de dejar de ser el ser humano tal y como hasta ahora lo conocíamos. Repito, con conciencia del tiempo y dueño de una naturaleza inacabada. Hasta donde yo sé las prótesis no pueden sustituir al original, sino únicamente este paliar su ausencia, que sigue siendo ahí. Dicho con otras palabras, la vida que posees nunca puede sustituir al mundo que heredas, sino es a costa de quemar tu propiedad y la de los que tienes al lado. Lo que más me dolió de la escena final de la película Melancolía fue que la forma de vida que representan sus padres y su tía se llevaran por delante la vida incipiente de su hijo y su sobrino, un niño de ocho años, el único inocente de aquel fatal delirio de adultos. Sin darle la oportunidad, como ha sido hasta ahora, de poder contarlo. Me pregunto, entonces, ¿qué podrán contar los jóvenes millinials de sus adultos millenials, y al revés, si todos forman parte de una cofradía digital de nostalgias comunes, sin distancia ni misterios, sin conciencia del tiempo ni de tener una naturaleza imperfecta, sobre una pantalla indolora e insípida? Ya lo advirtió Nietzsche, según apunta Safranski en Romanticismo, cuando criticó al romanticismo, de nuevo de matriz cristiana, en que se habían convertido las óperas de Wagner y la vida de su camarilla de seguidores anuales a las ceremonias de los festivales de Bayreuth, antecedente inmediato de los festivales de música que hoy se extienden por todo el continente feliz europeo. “Nietzsche se ríe de una voluntad de verdad que hace el ridículo una y otra vez ante la necesidad que la vida tiene de ‘apariencia, arte, engaño, óptica, perspectiva y error’. Nietzsche se ríe del autoengaño idealista de un arte de consuelo metafísico. No se burla de él por la apariencia, sino por la falsa fe en la apariencia. No critica que nos hagamos el traje a nuestra medida, critica que nos creamos lo que hemos producido, o sea, que olvidemos que nos hemos hecho el traje a nuestra medida. La vida, por supuesto, tiene que producir sus valores y perspectivas, pero no ha de falsificarlos convirtiéndolos en verdades eternas (…) No objeta nada contra la imaginación; exige solamente que seamos soberanos de nuestra fuerza configuradora. Tampoco tiene nada contra el mito, siempre que confesemos que somos sus creadores. Solo es autoengaño la voluntad inconfesable de apariencia y engaño. La voluntad de apariencia y engaño, si la confesamos y tomamos bajo nuestra dirección consciente, se convierte en un elemento de elevación de la vida”.

martes, 18 de julio de 2017

MELANCOLÍA MILLENIAL

El romanticismo como época había quedado atrás, pero lo romántico como actitud se resistía (y se resiste) a desaparecer ante la apabullante presencia que iba adquiriendo la nueva sociedad del trabajo y la utilidad. Es más, después de la época dorada del romanticismo de 1800, lo romántico como actitud siempre ha querido apropiarse de las llaves del paraíso en la tierra, la gran promesa revolucionaria, que no solo bajó el cielo a la tierra, sino que también trastornó toda la acumulación de emociones que había supuesto esa distancia desde que el ser humano se estremeció por primera vez, pongamos, ante el ruido del trueno que allá en lo alto encima de su cabeza a una distancia incalculable, oyó breves segundos después del fulgor del relámpago, igualmente para el inopinado. Esa distancia era de las mismas proporciones y sustancia que la del misterio que envolvió la vida de los hombres y mujeres durante millones de años. De repente, en un breve lapsus de tiempo, 75 años más o menos, todo era trabajo y utilidad, todo era felicidad y progreso. Un hermoso cuento para una época hermosa como nunca antes había vivido la gloriosa humanidad, si nos atenemos a como la describía Strauss en la entrada anterior. Un cuento desprovisto del misterio, alrededor del cual siempre se habían organizado los cuentos de las épocas anteriores, incluso la de la época propia del romanticismo de 1800, inmediatamente anterior a la del trabajo y la utilidad, la de la felicidad y el progreso. Cierto que este cuento, digamos, del empirismo utilitarista es un cuento demasiado perfecto para una especie tan imperfecta como la especie humana. Esa es la queja principal de la censura romántica a tanta felicidad. Pero esa es la función de los cuentos humanos, proporcionarnos lo que nos falta. No ha sido otro el porqué los seres humanos cuentan y oyen cuentos. Cierto, dicen los románticos de actitud. Lo que de este asunto los saca literalmente de quicio es la manera en que se ha desarrollado esta necesidad inaplazable de contar. En la misma proporción que el cuento empírico utilitarista nos ha ido contando que lo que vemos en el cielo, dejado de la mano de Dios, se expande a su libre albedrío, lo que nos contamos los hombres y mujeres en la tierra, también dejados de las manos de Dios, se encoge en similar proporción y albedrío otorgando carta de naturaleza cabal a esa intimidad que tanto atesoramos, pues como ya he dicho es donde se aloja la verdad de uno mismo. Hasta el punto de que, gracias al cuento de la digitalización de la existencia, último capítulo, hasta ahora, de la Gran Novela por entregas en que se ha convertido aquel cuento inicial empírico utilitarista que he mencionado antes, toda la exterioridad se ha interiorizado hasta hacerse verdad íntima. Todos los cuentos del mundo están dentro de un teléfono móvil al que tienes acceso las veces que quieras durante las veinticuatro horas al día. Estadísticas de última hora hablan de que un millenials se conecta a su móvil una media de ciento cincuenta veces al día. 

Esa es la flecha que señala el rumbo del nuevo mundo. Una flecha que ya no está en el aire, ni parte de muy atrás, ni es anterior a nosotros, ni se hunde en la oscuridad mucho antes de caer, ni cruza el espacio - donde siempre la vieron los románticos de 1800 -, igual que el camino que antes nosotros recorríamos y llamábamos vida, cuando el cielo era imaginable, no medible, desde la tierra. Nada de eso ocurre en este nuevo cuento que se aloja en el fondo hermético de esta nueva individualidad digital, dueña en su intimidad de todas las exterioridades. En verdad no se sabe lo que ahí dentro ocurre. Contra el pronóstico del cuento empírico utilitarista, esa intimidad atiborrrada de exterioridad vía digital se ha hecho asocial, risueñamente asocial y sospechosamente infeliz, entendiendo por asocial ni comunicable ni transmisible, entendiendo por infeliz no poder conocer el mundo, es decir, al otro y lo otro. Lo cual no deja de ser una curiosa y paradójica asimetría, que rompe, a su vez, todos los esquemas estético-morales de los románticos de actitud. Por un lado los cuentos exteriores que deglute sin parar esa intimidad digital insaciable, y, por otro, lo que hace con ellos la intimidad misma. Por un lado su estómago y por otro la  digestión a que lo somete. Te recomiendo que para que pongas las imágenes que mejor le sientan a esto que digo, veas, o vuelvas a ver, la película de Lars von Trier, Melancolía.  Un planeta que viene hacia nosotros como efecto boomerang de la complicidad que se ha establecido, sin que los románticos de actitud se hayan dado cuenta, entre la expansión arbitraria del universo y la apropiación, igualmente arbitraria, por parte de la intimidad digital reinante de toda la exterioridad realmente existente

lunes, 17 de julio de 2017

CENSURA ROMÁNTICA DEL PÚBLICO

Presta un momento tu atención a lo que decía uno de los predicadores del siglo XIX en Alemania, Friedrich Strauss, a cuenta de la sociedad que inauguraba una forma de felicidad a base de la nueva cultura del trabajo y la utilidad. Puede resumirse así, tal y como lo registra Rudiger Safranski en su libro, Romanticismo. "Hay muchas razones para estar contentos con la actualidad y sus logros: el tren, las vacunas preventivas, los altos hornos, la crítica de la Biblia, la fundación del imperio, los abonos químicos, los periódicos, el correo. ¿Por qué escapar a la rica realidad y refugiarse en la metafísica y la religión? Cuando la física aprende a volar, los pilotos de la metafísica acaban estrellándose y tienen que aprender a conformarse con vivir decentemente en tierra firme. Se exige sentido de la realidad; y ese sentido producirá las obras prodigiosas del futuro. Tampoco hay que dejarse engañar por el arte. Éste, prudentemente dosificado, es útil y bueno, e incluso indispensable. Precisamente porque nuestro mundo se ha convertido en una gran máquina, puede afirmarse también: no solo se mueven en el ruedas despiadadas, también se le pone aceite al lubricante. Ese lubricante es el arte”.

Sin embargo, la tradición de la censura romántica de ese público, o esa gente, o esa audiencia, que estaba destinada a sostener esa nueva sociedad, se da también en Nietzsche, contemporáneo de Strauss. Paradójicamente, no puede dejar de atisbar detrás de todo ese entusiasmo finisecular una manera de ocultar su falta de fuerza vital. “Imaginémonos una cultura que no tiene un firme y sagrado puesto originario, sino que está condenada a agotar todas las posibilidades y alimentarse miserablemente de todas las culturas, ¡eso es precisamente el presente! (…) ¿Hacia donde apunta la monstruosa necesidad histórica de la insatisfecha cultura moderna, su congregar en torno a sí numerosas otras culturas, el devorador querer conocer, sino a la pérdida del mito, a la pérdida de la patria mítica, del mítico suelo materno?”

Años antes la filosofía de Hegel había dejado el camino abierto: todo lo racional es real y todo lo real es racional. De donde, poniendo al día el pensamiento hegeliano y para que ese entusiasmo decimonónico no decaiga en el siglo XXI, hoy se podría decir sin sonrojo: todo lo digital es real y todo lo real es digital. Pero hay una diferencia y, como no, un nuevo peligro. La distorsión de los sentimientos en su relación con esa nueva concepción del tiempo que tiene lo digital y de la que carecía lo analógico. Una imagen coloquial para entendernos, la diferencia que hay entre son las cinco de la tarde y dos minutos, y doce segundos de hoy, frente a son las cinco de la tarde más o menos de ayer. Como si lo digital hubiera absorbido a la censura romántica del público.

sábado, 15 de julio de 2017

LA ESPECIE FABULADORA, de Nancy Huston

Como decía ayer, la intimidad es la verdad a cerca de uno mismo. Y para saber qué es esa verdad, hay que salir de uno mismo y tratar con lo que no es uno mismo. Y para encontrar ese camino y aprender con ese trato, solo se puede hacer a través de la ficción. Ya que la ficción, o el arte del relato, es sumergirse en lo desconocido, dejando en la mochila la moral con la que estás acostumbrado a tratar a los hechos que dices que conoces. Como ves, se trata de una rigurosa tarea que requiere tu máxima atención y concentración. Pues a parte de cazadores y recolectores, también somos fabuladores. Y el carácter y, por tanto, el destino de nuestra especie tiene que ver más con este último atributo que con los dos primeros que, al fin y al cabo, son también los de las otras grandes especies. De algunas de estas cosas nos habla Nancy Huston en la entrevista que adjunto.

viernes, 14 de julio de 2017

DESMESURA Y MANSEDUMBRE

¿Qué público tenía Wagner en la cabeza, que no lo tenía delante de las narices, que fuera capaz de entender el Arte Total que estaba proponiendo en esos momentos? ¿Tipos como tú y como yo? ¿Por qué no los judíos contemporáneos suyos? Tipos talentosos donde yo los viera, no solo con el manejo del dinero sino también con las ideas? Su formación intelectual era (y es) imbatible. ¿Los creía Wagner débiles y, por tanto, incapaces de entender el Arte Total que había construido? ¿Esa concepción del arte estaba preludiando, pocos años después, el breve cuento del judío Kafka, Ante la ley? ¿Como se está en mejores condiciones de aprehender y aprender de la vida, fuera o dentro de la Ley, fuera o dentro del Arte Total?

Todo parece indicar que la prudencia había desaparecido del horizonte social y político en aquel año de 1876, en el que Wagner inauguró el teatro de Bayreuth, donde representó durante cuatros días su otra magna, el anillo de los nibelungos. “Es la primera vuelta al mundo en el reino del arte. Con lo cual, según parece, no sólo se ha descubierto el nuevo arte, sino también el arte mismo”. Escribió en la cuarta Consideración Intempestiva, Friedrich Nietzsche, a la sazón el amigo incondicional de Wagner, al comentar el acto en el que estuvo presente y en el que se puso la primera piedra del futuro teatro de Bayreuth. ¿En que medida el teatro de Bayreuth, y lo que sucedió dentro, fue el dispositivo que correspondió a la fe inquebrantable de la época en la revolución que iba a traer El Progreso Definitivo de la Humanidad, como la explicación de la Trinidad lo fue para la fe inquebrantable en la idea totalizadora y totalizante de Dios de los creyentes de la Edad Media, o como lo es la fe incuestionable del teléfono móvil para los millenials en la nuestra? Épocas todas caracterizadas por la desmesura de lo humano en general y, en proporción directa para que aquella sea posible, por la mansedumbre de todos y cada uno de los seres humanos en particular. Siguiendo a Giorgio Agamben, el dispositivo es el “cacharro final”, o la terminal, que se pone a servicio de una previa red enmarañada de discursos, instituciones, leyes, proposiciones, intenciones que incluye una función estratégica concreta, con el resultado del establecimiento de relaciones entre el saber y el poder. Es decir, es la forma en que se establece el poder, en un modo que va más allá de la simple autoridad, que, como bien sabes, es algo que hay que ganarse, desde el aula o el hogar, hasta las más altas magistraturas del estado. Los dispositivos, por tanto, no sólo restringen nuestra intimidad sino que la vigilan y la determinan. Quien ose criticar o poner en duda los límites de su área de influencia, queda automáticamente excluido de la Historia del Progreso y de la Humanidad a ella pegada, como lo está la nariz a la cara. Los dispositivos llevan todos incluidos en su seno una perversión amistosa. Todos aman al pueblo, al público, a la gente, a la clientela, etc., dándoles a esos entes lo que quieren ver y oír en cada momento, pero, al mismo tiempo, alteran o destrozan la visión de la verdad que cada ser humano debe de tener de sí mismo. Convirtiéndolo en un manso indignado de por vida. 

jueves, 13 de julio de 2017

IDEAS Y ACCIONES INNECESARIAS

Con la declaración de Marx en el escrito anterior entran en la escena del mundo los ingenieros sociales, esos que lo consideran un aparato mecánico sujeto enteramente a las leyes lógicas de la física y la matemática. Hasta hoy. Los nuevos románticos de entonces se han convertido hoy en unos mecánicos de fuste digital, que venden su mercancía dándole la vuelta al primer programa romántico de Novalis. Piensa que vistas las cosas con perspectiva, no debieron sacarse nunca de quicio. Estaban bien como estaban, cuando después de ti no percibías la nada. Nadie puede trascender hacia la nada. Ni proyectar lo finito en la nada. Ni dignificar lo desconocido si eso es la nada. El programa romántico de Novalis no es otra cosa que el de la especie fabuladora que somos. En sus tres pasos, o movimientos, mantiene la distancia entre lo que somos: ordinarios, conocidos y finitos (el nosotros) y la necesidad de ficción que tenemos: extraordinarios, desconocidos e infinitos (los otros). ¿Por que les pareció poco a los nuevos románticos que se empeñaron en cambiar el mundo, en lugar de seguir interpretándolo como había sido desde La antigüedad? ¿Por qué no aceptaron que no era el partido, ni el estado, ni la raza, ni la nación, sino el mercado quién iba a dar el poder al público, que ellos llamaban el pueblo? ¿Por qué no quisieron darse cuenta de que ese público además del poder de lo que somos, quería la ficción de lo que soñamos? El cielo somos nosotros, el infierno son los otros. Si siempre ha sido así, bien está. Pero de lo se trataba, con el programa romántico de Novalis, era comprobar cuanto infierno hay en el cielo, y cuántos de los que hay en él infierno son más bien del cielo. ¿No crees que con eso hubiera bastado? ¿No crees que esa debería haber sido la misión de los nuevos románticos?

Tremendamente egocéntricos, ¿no te fatiga ver en los que pensaron inmediatamente después de 1800 - y piensan todavía en plena época del terror nuclear que nunca tenerlo todo es suficiente - su decidida voluntad de embellecer a toda costa la Historia de la Humanidad como si fuera un gran escenario, olvidándose paulatinamente de contar las historias en que esa Universal Indiferencia sumerge las tragedias humanas? Richard Wagner, ególatra, furibundo militante antimercado y, por tanto, confeso antisemita, genio embellecedor de la Gran Historia de la Humanidad y su Indiferencia, cronista desde su trono privado del crepúsculo de los dioses, inventor de la divinidad humana, en fin, inventor del arte total como algo irrebasable, como el que tiene la última palabra y el último sonido y la última puesta en escena, la ópera, no tiene empacho en reconocer en su retiro de Zúrich que “con está nueva concepción mía me salgo por entero de toda relación con nuestros actuales teatro y público (…) Sólo después de la revolución podré pensar en la posibilidad de ponerla en escena (…) En el Rin construiré entonces un teatro e invitare a una gran fiesta. Después de un año de preparación, representaré a lo largo de cuarto días mi obra entera; con ella daré a conocer a los hombres de la revolución la significación de su empresa en su sentido más noble. Este público me entenderá, el actual no puede hacerlo”.

Si te fijas, todo después de 1800 es definitivo, irrebasable. Con Marx en la política y Wagner en el arte al frente de todos, pretenden tener la última palabra de todo. Hay prisa por llegar al final cuanto antes, pero nunca el público del momento presente es el adecuado. Necesita toma de conciencia y de partido. Sin más. Informan de ello a los cuarto vientos, a través de los medios cada vez más potentes de desinformación, y nosotros desde entonces hemos estado dispuestos a creerlos, sin resistencia ni oposición. Desde entonces todo ha quedado en manos de la mala educación de estar educados en lo irrebasable. De estar educados en la idea de que el yo tiene la última palabra, que haga innecesarias, como nos enseñó Leverkun en Doktor Faustus,  las palabras de los demás. Conviene que te preguntes, a la luz de tanta fatuidad, si las de Marx y Wagner, no fueron las verdaderas acciones innecesarias. Si lo fueron antes, igualmente, sus ideas respecto al proletariado y el mercado. Hoy aquel proletariado y aquel mercado viven una luna de miel interminable, justo donde aquellos imaginaron lo contrario. 

Hoy nada impide que el público queriendo estar donde está, quiera seguir estando, como imaginó Novalis, en otro sitio del que está. Hoy nada ha impedido a la naturaleza humana que siga siendo perfecta y necesariamente rebasable o, de otra manera, trascedente. Hoy como ayer y como siempre, lo que el público, o como lo quieres llamar, necesita es que le cuenten historias, la verdadera forma de tomar conciencia de su mundo real, ordinario, conocido y finito. La única forma de rebasarlo que hemos inventado con billete de ida y vuelta asegurado, para poder contarlo. Piensa que vista como la vieron Marx y Wagner, la alegría del yo no deja de ser artificial, y pude desmoronarse de un modo tan imprevista como alarmante. No ofrece garantías en el mundo del rendimiento y de la corrosión del carácter, ya de por sí falto de ellas. Y lo peor, que miedo da el lado oscuro de tanta alegría prefabricada, que a continuación de la quiebra aparece, y se despliega de forma incontrolada llevándose por delante todo lo que se mueve.

miércoles, 12 de julio de 2017

EL FINAL ES UN ATOLLADERO

El romanticismo clásico de 1800 llegó a su fin y dio comienzo, después de las guerras napoleónicas, lo romántico como época y movimiento. Lo nuestro, hasta el inicio del movimiento millenial, que es el inicio de otra época y otra manera de moverse. ¿También el fin de toda trascendencia y la instauración definitiva del vuelo gallináceo de lo evidente, también conocido popularmente como lo que hay? Hasta 1800 los filósofos habían dado a conocer interpretaciones diversas del mundo, con los nuevos románticos en movimiento llegó el momento de transformarlo. Los románticos de 1800 miraban con felicidad al pasado, los nuevos dirigían su devoción al futuro. Pasaron de la contemplación infinita desde lo finito al movimiento organizado hacia algún sitio por alcanzar. Perdieron el cielo, pero ganaron la tierra, o  bajaron del cielo a la tierra. Abandonaron la individualidad, a cambio de ganar el pueblo o el partido. Frente a la defensa de lo individual de los primeros románticos, los nuevos  tomaron partido. Perdieron trascendencia poética en altura, pero ganaron literalidad horizontal empírica. Poco a poco, en esta nueva etapa, al reducirse las distancias entre el cielo y tierra, la psicología fue perdiendo su alma, hasta convertirse en un psiquismo intercambiable. La crítica del cielo se hizo crítica en y de la tierra. Hay en los nuevos visionarios igualmente furor romántico, pero los nuevos románticos pretenden que sea la suya la última crítica. Estaban convencidos que de ellos era la última palabra. Entonces la filosofía desaparecerá en la felicidad realizada. Novalis había buscado en el sueño la “flor viva”.  Pero es Karl Marx quien anuncia: “la reforma de la conciencia consiste en despertar al mundo (…) del sueño que tiene sobre sí mismo, en explicarle sus propias acciones (…) Se verá entonces que el mundo sueña con algo que solo poseerá realmente cuando posea la conciencia de ello”.  Como ya sabes, todo acabó, muchas guerras y millones de muertos después, danzando de forma arbitraria dentro de una pantalla de 6 pulgadas. ¿Era así como se lo imaginó Marx y sus contemporáneos? Es imposible demostrar las visiones de los profetas. Por mucho que se empeñaron en negar el cielo, lo que si ha quedado patente es que las visiones de los nuevos románticos no son realizables en la tierra. Al negar el cielo lo convirtieron en un techo infranqueable, anulando de paso el punto de fuga de sus propios sueños o visiones, lo que, al fin y al cabo, acabaron descargando todo su furor contra ellos mismos y, sobre todo, contra sus herederos. Talmente nosotros. Intelectualmente hablando el cambio de rumbo, mejor dicho, la ruptura de aquellos nuevos románticos con sus antecesores de 1800 no fue más que una decisión caprichosa, lo que no impidió que la nueva visión del mundo que traían Marx y sus cuates, tuvo unos efectos inauditos sobre la marcha posterior del mundo. Si recuerdas el programa del primer romanticismo, propugnado por Novalis, a saber, dar alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido, apariencia infinita a lo finito, comprobarás que es lo que desesperadamente andan buscando la tropa de los millenials, como si intuyeran que algún trilero se lo hubiera robado al mundo que les han dicho que es donde tienen que existir. 

Si lo piensas con atención descubrirás que la educación que has recibido, en lo que respecta a traer a la imagen que tengas del mundo y a tu sensibilidad aquellos acontecimientos del pasado de cara a afrontar tu futuro, no te ha favorecido mucho. O nada, si te atreves a ser del todo sincero. No estoy hablando de que no hayas tenido buenos profesores o que los colegios y la universidad donde has estudiado se parecieran más  a barracas de extraradio que a espacios propios y apropiados para el desarrollo del aprendizaje que te llevara a alcanzar la sabiduría. No. Desde ese punto de vista tu educación ha sido modélica. Y la familia que te lo ha subvencionado, también. Todo ello no ha impedido, sin embargo, que sus logros más notables hayan sido, dejando de lado las fanfarrias y fuegos de artificio que te han acompañado en tu larga vida estudiantil, ponerte, con el permiso explícito de tu voluntad, delante de una realidad tan imprevista como inconfesable, como si te hubiera colocado sin venir a cuento, si leemos sus dorados diseños curriculares, a los pies de unos caballos que no estaban invitados a esta fiesta tan feliz. Una realidad que se resume en que, si no puedes "contradecir" la premisa de que todos los seres humanos tienen derecho a la educación y la cultura, tendrás que someterte también a todas las consecuencias. Una realidad en la que parece que se ha cumplido la profecía de Marx, en la  que auguraba un mundo de felicidad plenamente realizada, donde no hiciera falta los aprendizajes propios de toda educación. Fin de la historia. ¿Por qué te quejas, entonces? ¿Por qué te aburres tanto? Tu forma de pensar te ha metido donde te encuentras, ¿será también tu pensamiento capaz de sacarte de semejante atolladero?

martes, 11 de julio de 2017

MORIR DE HAMBRE O DE ABURRIMIENTO

Ante cualquier excitación externa - bien promovida por las mutaciones en la cuenta de resultados, bien por los giros azarosos en tu cuenta de expectativas vitales - no deberías agitar tanto los brazos para mover sin parar tu bandera. Ese es el juego uno, el de la tribu a la que perteneces, ayer para matar el hambre y hoy el aburrimiento. Si tu educación lo permitiera, no deberías seguir consintiendo que toda esa excitación callejera o digital impidiera el paso a tus excitaciones interiores que, aceptando las reglas del juego dos de la individualidad ciudadana, acabara por contar, dentro del juego tres de la imaginación creadora, la universal indiferencia en que se sumergen las tragedias humanas que habitan en los pormenores de la vida, y la exclusiva autoría del tiempo en el oficio de otorgar sentido a tantas historias y destinos que transcurren sin tenerlo. De ti depende que todo siga siendo así durante mucho tiempo. El juego de la tribu es implacable y  arrincona, tanto hoy como lo hizo ayer, al juego de la individualidad ciudadana y al juego de la imaginación creadora. Es imperativo y, sobre todo, ignorante y desagradecido. Pues, “los que jugamos al juego uno no queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre, se compense con la garantía de morir de aburrimiento”. (Millenial anónimo)

Solo te queda convertirte en un fugitivo. Huir del seno protector de la tribu y buscar refugio en cualquier lugar que no venga en el mapa, pero desde el que se pueda imaginar todo el mundo. Ahí comprobarás que la trascendencia es eso desconocido que está junto a lo que conoces, que es con lo que de forma obsesiva te autoreferencias. Puede que la costumbre de dar vueltas atado a la noria de la tribu, te haya impedido verlo durante los años que tienes de vida. Pero piensa que es necesario que trates de verlo todo de otra manera. Aunque no tu cerebro, artífice y deudor al mismo tiempo del juego de la noria, tu alma si está preparada para adentrarse en lo desconocido sin linterna. Da el paso y entra. La trascedencia es ir hacia lo desconocido. Involucra una fusión de horizontes e implica tener que usar, como no puede ser de otra manera, palabras desconocidas. No es un intercambio psíquico entre colegas alrededor de una copa, ni entre cliente y experto alrededor de un diván. Trascender es desarrollar la capacidad que tienes de trasladarte hacia la perspectiva bajo la cual alguien, que es radicalmente el otro y lo otro, ha ganado tu atención sobre lo que te dice. Trascender es, como ya he dicho otras veces que dijo Virginia Wolff, es saber vivir en una casa sin espejos. Trascender, si quieres verlo en plan práctico y para que tu cerebro lo entienda, es salir fuera de ti para que no te ahogues y, lo más importante, para que no acabes ahogando a quienes te rodean.