viernes, 26 de mayo de 2017

LAS DOS VIDAS DEL DIOS LECTOR

El sueño de vivir dos vidas es el que cumple sin riesgos el dios lector. No leyendo viendo en otro, como ya he dicho en diferentes ocasiones, sino leyendo para ser otro, para apropiarse de otro, y de lo otro. Para ser dios. No en balde el primero que dio el paso con esta intención fue el propio Dios Creador al encarnarse en otro, su hijo muy amado, Jesucristo, para redimir los pecados de los hombres. A partir de El, siguiendo la matriz bíblica, los espías, los adúlteros, los voyeurs de todos los tiempos, se han encargado de llenar ámbitos diferentes de la vida y páginas enteras de la literatura mediante esa fantasía del desdoblamiento y la apropiación. El dios lector moderno es, por tanto, el eslabón que le faltaba a todas estas historias, mejor dicho, el eslabón necesario que las convierte en auténticas narraciones, pues convengamos que de esta manera el dios lector moderno se convierte, sentado tranquilamente en el salón de su casa o en la tumbona de la piscina o la playa, en notario privilegiado de adulterios, espionajes y voyeurismos, sin tener que sufrir el escándalo y la condena, ni tener que acabar con su huesos en la cárcel. Por tanto, el relato bíblico - que ha escondido el propósito de Dios al crear el mundo bajo la forma de la mejor utopía jamás contada, la de ser dios haciendo al hombre a su imagen y semejanza: el dios lector - se ha cumplido, al fin, a través de la alfabetización y la democracia total, y el apoyo inestimable de las nuevas tecnologías. El paraíso perdido se puede recuperar por un puñado de euros y algunos momentos silencio y soledad. 

El problema surge cuando el dios lector tiene que volver a la vida real con sus ganas y desganas, sentimientos y resentimientos, afectos y desafectos, cuando el dios lector descubre que hay otros dioses lectores como él, que han comprado el paraíso a un precio igualmente módico. Pues esa idealización de la lectura protagonizada por una especie de Robinson, aisladamente feliz con su libro entra las manos, que resuelve por unas páginas el dilema primordial del mundo, el que más no angustia y atormenta, a saber, cual es su propósito y cual es su sentido, mediante esa apropiación provisional de las cualidades de la figura divina, se contrapone con su vida real, que construye cada día entre y contra los otros, que también son dioses lectores, y dentro de una ciudad, o polis, que determina las leyes bajo cuya jurisdicción se encuentra su vida en común. 

¿Cómo entender esta colosal brecha que existe entre esta vida humana en común y aquella vida divina en solitario? ¿Cómo la última frontera, determinada pos sus últimas palabras irrebasables, fruto del espíritu incuestionable del progreso? ¿O es más bien el principio de una forma diferente de sensibilidad y conocimiento, de uso de las palabras sensibles, de cuya área de influencia no queda libre ni la misma idea de progreso que las ha alumbrado? De momento, todo parece indicar que el dios lector no está dispuesto a dejarse expulsar otra vez del paraíso conquistado a precio de saldo. Tiene suficiente dinero y bastantes ofertas, por tanto, para leer lo que quiere oír y, sobre todo, de la manera que lo quiere oír. En esta ocasión, a diferencia de Adán y Eva, el que manda es él, convertido así en la fuente universal de suministro de sentido. Que pueda ser un momento histórico - los expertos lo califican de una rango similar al que supuso la implantación de la imprenta -, no le preocupa tanto como vivir la historia que le proporciona cada uno de esos momentos en que se encuentra inmerso en la lectura de un libro. El panorama es tan alentador como inquietante. Podemos vivir dos vidas, sí, pero se encuentran separadas por una creciente grieta sangrante. 


Recapitulemos juntos. De no tener noticias de Dios desde hace más de cien años, de repente, estamos rodeados por una diversidad creciente de dioses lectores aupados en los altares de su experiencia lectora, detrás de la cual se encuentra la urdimbre de los elementos que conforman el alcance de su competencia, que, al fin y al cabo, son los que intervienen en esa actividad que supone la lectura. Pero, por otro lado, la vida humanos de esos mismos lectores divinos se encuentra cada vez más inmersa en los delirios propios de eso que sea ser solo humanos, demasiado humanos. ¿Es tan competente la divinidad de los dioses lectores, como para tener la esperanza de que pueda redimir sus propios pecados como seres humanos en la vida ordinaria? Es aquí donde yo detecto el punto más débil que aqueja al guión de esta divina representación. Al tiempo que se hace más visible y perentoria, e inaplazable, la puesta en práctica, digamos, de la humanización de esta divina actividad lectora. Es decir, Leer es ver en Otro.