Cuando alguien se dispone a abrir un libro lo hace acompañado, sin que pueda evitarlo - sea, o no sea, más o menos consciente de ello - de lo que he llamado su urdimbre lectora. La urdimbre lectora es como la mochila que todo lector lleva a la espalda en la que ha metido, o se lo han colado de rondón, vete tú a saber, su habilidad para descifrar el lenguaje y los códigos narrativos, la lectura que haya hecho de sí mismo, sus conocimientos literarios y su conciencia del mundo, en fin, todo ese conjunto de conocimientos y habilidades que le otorgan la competencia, o no, que van a intervenir a favor, o en contra, y que lo van a hacer con especial relevancia en esa actividad compleja que supone leer.
La calidad de la urdimbre lectora de cada uno de los lectores determina la calidad de su lectura. Una calidad que, a mi entender, viene determinada no tanto por su activa presencia como por su calculada y humilde ausencia. No olvidemos que la Ausencia es. De otra manera, lo que le digo a un lector que quiera entrar en el Aula de Formación de Lectores es que se deje la mochila de su urdimbre lectora en casa. Esta metáfora junto a la del Narrador del relato, que pretende compartir en el Aula de Formación, son los dos primeros obstáculos a los que se tendrá que enfrentar el lector que ahí quiere entrar y participar, también las dos fuentes primordiales de esta singular forma de apasionamiento. A estos dos obstáculos el dios lector suele responder de forma desabrida, intransigente y, si llegara el caso, violenta contra la amenaza de ver perdido su trono. Dice así, no pretenda usted hacerme creer que hay tantas lecturas como lectores, el libro es mío porque yo lo he comprado y, por tanto, lo que en verdad hay son tantos libros como lectores. Es decir, continúa hablando ufano, el correlato exacto del mandato democrático, un ciudadano un voto, un opinador una opinión, por tanto, un juicio lector un libro. La relatividad de esta manera de leer del dios lector es la que se corresponde con la relatividad, o nihilismo, moral dominante en la sociedad actual, que impide tomarse la vida, y por ende la lectura, en serio. Habrá si, como en cualquier supermercado o gran superficie o gran gincana o colorista evento..., lecturas y lectores más "sugerentes", más "inteligentes", más "originales", pero ese de más nunca tendrá que ver con más verdad. Con que un sentimiento y alguien que lo sienta de verdad se hagan cargo de la literatura ( y, por tanto, de su vida) de una forma más verdadera. Entendiendo por verdad, dicho una vez más, eso a lo que no puede uno dejar de aspirar, a sabiendas de que nunca lo alcanzará. Como jamás habrá en este mercado o espectáculo de la lectura, donde se siente como pez en el agua el dios lector, una lectura más verdadera que otra. Y es que cabría sacar el concepto de verdad del ámbito de la ciencia positiva, a cuyos métodos se aferra el dios lector para perpetuarse en su trono, pues estamos hablando de literatura, en cuyo ámbito predomina la confusión de las palabras que en él tratan de abrirse camino. Creo que era Paul Feyerabend quién sostenía que "una palabra es confusión dada la relación confusa y dinámica que se establece entre palabra y realidad, por eso la literatura orienta en la confusión".
El dios lector no necesita, mejor dicho, no quiere orientarse en la confusión insalvable de las palabras que lee, pues vive y siente su lectura con una plenitud inquebrantable y al unísono de tiempo y sentido, sino combatir el aburrimiento propio de todo "ser superior" que está por encima o al margen de esa particularidad verbal de la confusión, es decir, por encima de lo que la propicia que es su experiencia con el tiempo humano , o lo que es lo mismo con el aprender propio de esa experiencia: que el tiempo se acaba. Una experiencia para él insoportable e inconfesable, que quiere ahuyentar con la lectura apropiada que para tal fin hace del libro que tiene entre las manos. Ahora se entiende mejor aquello que dije antes sobre la idea que tiene el dios lector, respecto a que hay tantos libros como lectores.
Mientras espero como deriva este hecho de la experiencia insoportable, siendo deseable que se haga confesable y compartible, y el uso que cada lector haga, en consecuencia con tal deseo, de la urdimbre lectora antes aludida en el momento de abrir un libro, me permito crear un lema, que también puede ser un logo, para este Aula de Formación de Lectores que desde hace unos días vengo imaginando: "Dime cómo lees y te diré quién eres y se te admito".