martes, 9 de mayo de 2017

EL CUERPO

Cuando llegué a casa de mi padre, el fisioterapeuta que normalmente lo atendía no era el mismo. Lo primero que me vino a la cabeza fue que el cambio de cuerpo del profesional iba a afectar, sin remedio, al cuerpo de mi padre, que sería, al fin y al cabo, otro. Hurgar en las partes de un cuerpo, como no quieren entender algunos físicos cuánticos, no sale gratis. Lo que queda al cerrar o dejar de tocar es otra cosa. En fin, no se por qué, pero cuando vi a aquel tipo de quijadas cuadradas y espaldas como un armario de tres cuerpos, me entró miedo. El culto al cuerpo es el correlato de la psicología sin alma que domina el presente, y el cuerpo y la psicología de mi padre estaban adscritas a una tradición más antigua, lo cual me hizo temer por su salud mental y física. El laberinto emocional en el que se encuentran el cuerpo y la ausencia del alma actuales (la ausencia es la forma más perturbadora y misteriosa de la presencia) es algo a lo que mi padre no está acostumbrado. El mensaje que trasmite un cuerpo que solo aspira a ser más cuerpo, a mi padre le produce un desarraigo espiritual insostenible. Dicho con las palabras de los nuevos adictos a la corporeidad sin límites, es cualquier cosa menos saludable. Me puse a observar al armario de tres cuerpos mientras hacía su trabajo y pronto comprendí que lo que hacía con el cuerpo de mi padre no tenía nada de innovador. Entendía cada una de las funciones que tenían asignadas sus diferentes partes, exclusivamente desde el punto de vista anatómico y mecánico. Su única meta era la perfección. Cuanto más se aproximara el cuerpo de mi padre a ese ideal de perfección iba por el mejor camino de su recuperación. Un ideal de perfección exclusivamente material, como si todo el misterio del cielo lo resolviera el armario de tres cuerpos poniendo el cielo bajo la influencia algorrítmica de la tierra. El alma de mi padre es una presencia sustancial, lo que significa que es una innovación que no sé encuentra mirando exclusivamente hacia adelante, como sólo sabe hacer el nuevo fisioterapeuta, sino aprendiendo a mirar con retrovisor. Únicamente así se puede entender la función primordial que tienen las manos de mi padre en su relación con el mundo. Es difícil saber dónde estamos y qué suelo pisamos, cierto, pero la  confusión entre tecnología y cultura, novedad y progreso, invento y curación que me trasmitía el nuevo fisioterapeuta en su manera de conducir la recuperación de mi padre era, a mi entender, el síntoma del fetichismo supersticioso que gobierna a una sociedad falsamente moderna, la cual da cobijo y veneración incomprensible a una forma de vivir dominada por la infelicidad general (cuando hay más prosperidad y justicia que nunca) y numerosos brotes de cólera.¿Cómo podemos explicar este inesperado tiempo de ira entre los cuerpos actuales? Me dieron ganas de preguntarle al fisioterapeuta sobre los detalles de como veía el cuerpo de mi padre. Pero eché el freno de inmediato. Qué me iba a contestar, si el cuerpo de mi padre formaba parte inseparable de su nómina mensual. Además mi pregunta podía provocarle la ira, al entenderla como una intromisión o enmienda a la totalidad de su perfección profesional.