Y, sin embargo, fíjate, sigo viendo como necesaria e imprescindible la tercera metáfora que acompañaría a las otras dos, que mencione ayer, al ponerte delante de un libro en el Aula de Formación de Lectores, a saber, el leer adulto, quiero decir la relación que tiene un lector adulto con las primeras palabras del Narrador del libro que se dispone a leer, es semejante, no igual, a como un niño se relaciona con la primeras palabras que escucha a sus padres después de nacer. Tanto en un caso como en el otro el lector adulto y el narrador, el niño y sus padres se parecen, pero no son los mismos, se necesitan, pero giran en órbitas existenciales diferentes. Paradójicamente, el dios lector, debido a su mala educación entendida en el único sentido en que es posible que se desarrolle la mala educación, bien sea la que fue ayer como la que es hoy: la de estar acostumbrado a escucharse únicamente a sí mismo, el dios lector, digo, nunca recomendará un libro que no entienda o que su lectura sea complicada, pidiendo al hacerlo compartir sus dudas y quebrantos con otros lectores. De otra manera, el dios lector nunca bajará a la arena de la alteridad donde poder reconocer al otro y a lo otro; donde poder comprobar que no hay dos lecturas iguales, cierto, pero haciendo justicia con esa distinción conocer y reconocer que será mejor lectura aquella que mejor desentrañe y exprese el conocimiento narrativo que toda narración tiene y transporta. No nunca jamás, el dios lector aceptará encontrarse en su órbita existencial con otros lectores, pues él es el único astro que ahí la luz del sol está enteramente a su servicio. El dios lector solo quiere al leer leerse a si mismo. El dios lector sólo recomendará, con calculada distancia, aquello que dice que le ha gustado, o sea a el mismo leyendo, ocultando de paso lo que no entiende, y sus razones. Por eso no manifiesta interés por frecuentar los clubs de lectura porque, dice, no tolera que le impongan la lectura que tiene que leer en cada momento, ni que le hagan alguna enmienda a su forma de leer, ni que le pregunten en qué dirección orienta su lectura, pues, para él, tanto monta una dirección que otra. En fin, el dios lector además se ser un mal lector es un maleducado y un ignorante, ya que sentirse orgulloso de no querer orientarse optando por alguna dirección, no evita que la dirección dominante acabe por guiar sus pasos. ¿Se puede querer aspirar a tanto, sin llegar a ser nadie? Y todo por el puñado de euros que cuesta un libro. Dioses extraños estos lectores, que con tal de no perder la apariencia de su condición divina han de adoptar la pasividad del corcho que flota