martes, 23 de mayo de 2017

ES PEREZA LO QUE PADECE EL LECTOR ACTUAL

No busques otra cosa detrás de su jactanciosa armadura. Es algo más simple, y no lo ha inventado él, aunque él si ha sido quien lo ha llevado a las más altas cotas del despropósito. Pereza mental (y desarraigo espiritual) que el lector actual no puede ocultar, aunque sea el más feroz militante en las artes del silencio o del no dejar de hablar para no decir nada. Permanente quietud y movilidad que no dejan de ser, en su aparente contradicción, las dos caras de esa pereza (y ese desarraigo) a que me refiero. Un derecho reconocible y reconocido en la legislación internacional moderna desde que Paul Lafargue consiguió con su lucha y acción, valga la paradoja, hacer valer ese alto y distinguido rango, contraviniendo así las órdenes expresas de acción revolucionaria de su suegro, Karl Marx. Es pereza (y desarraigo espiritual) - y conviene no traducirla literalmente por vagancia -, que oculta la estupefacción que le produce al lector actual descubrir que tiene conciencia del tiempo pero no sincrónicamente del sentido. Que al contrario de los seres divinos en los que tiempo y sentido siempre coinciden en su eternidad, el lector actual, mortalmente herido nada más nacer, cuando tiene tiempo siempre le falta sentido y cuando tiene sentido siempre le falta tiempo. Esta es su tragedia, la tuya, la mía.Todo lo cual lo hace estar constantemente perdido en un mundo donde el reloj no deja de decir tic tac, señalando una sucesión de episodios o instantes sin conexión, ni orden ni concierto. Y que aunque lo encuentre provisionalmente, pongamos, en las visitas a las grandes superficies, lo vuelve a perder antes de regresar a casa. Solo le queda agarrarse a una creencia y no soltarla así lo aspen, o lo quemen, como a los antiguos mártires cristianos. Pero no te olvides que el lector actual es, también, la quintaesencia del nihilismo moderno. Solo cree (y quiere) en algo si se lleva algo a cambio.

La formación del lector actual es, por tanto, un trabajo constante de desocultamiento. Esa es la exigencia inexcusable e inaplazable para entrar en el Aula de Formación de Lectores. Pues aquel busca salvarse o huir de lo que intuye, que el único sentido del tiempo donde vive apunta hacia un final inevitable y que en ese recorrido está, digamos, solo y a la intemperie frente al mundo. Y eso le duele mucho en lo más íntimo de su nihilismo. La desocultación de la lectura  significa, por tanto, enfrentar al lector con lo irremediable, que es lo mismo que aprenda a comprender el tiempo y el sentido del lugar que ocupa en el mundo donde vive, mediante el giro temporal y de sentido que le proporciona el lenguaje figurado de las historias de ficción. De otra manera, la desocultación de la lectura significa quitarle al lector el velo de la ignorancia que le ha crecido, como una catarata, debido a su pertinaz pereza y su temerosa y temblorosa autocomplacencia. 
"Los Hijos y las Hijas de la fama, que nunca mueren
Y demasiado raramente nacen". (Emily Dickinson). 

Para nosotros los mortales, las historias de ficción son las únicas historias verosímiles pues dejan huecos sinsentido, y están protagonistas por personajes que no son de una pieza, sino de muchas no siempre congruentes. Huecos sinsentido y personajes de muchas piezas que obran el milagro de que la historia se sostenga, a veces, mientras estamos leyendo, dándonos así la oportunidad que nos niega la vida real: ser eternos durante unas páginas. Es la única opción honesta que le queda al lector actual, perfectamente alfabetizado, informado, ambicioso y descreído, para no estar constantemente mirando el reloj, tratando de parar el deambular implacable de sus manecillas, mediante los ejercicios e itinerarios grotescos de saltimbanqui o titiritero, que le vemos hacer cada día.