Significa el encuentro con la verdad. Es sagrado ese momento en que al leer o escribir rescatamos del olvido lo que ha estado ahí desde siempre: la verdad de nuestra existencia. Mientras que el lenguaje instrumental, o laico - dicho así para que sea más inteligible lo sagrado del lenguaje de la lectura y la escritura - con el que sobrevivimos, nos invita siempre hacia el descubrimiento de lo novedoso, como sinónimo de lo bueno y de lo mejor y de lo que nos hará, al fin al cabo, felices. Si el lenguaje sagrado de la literatura reconoce y muestra el valor de la memoria personal y ajena, de la memoria anterior y posterior al tiempo de tu biografía, el lenguaje laico de la técnica solo habita el presente bajo el palio y los auspicios del Adanismo, esa vanidad que se reboza en la idea de que el mundo nació el mismo día que nacimos tú o yo, por no ir más lejos. Lo que ocurre, o lo que tenemos que preguntarnos, en la época hiper-tecnológica en que vivimos, es si el olvido es fruto del descubrimiento. Dicho de otra manera, hasta qué punto lo novedoso se acerca a cero mientras que lo olvidado se hace cada día más grande. Lo novedoso insiste en la idea de progreso, mientras que lo olvidado en la de mortalidad. Una herida por donde no deja de sangrar nuestra vida. ¿Llegaremos a tiempo de cortar la hemorragia?
En todas mis experiencias de lecturas compartidas, he observado el desarraigo espiritual dominante que apabulla a los lectores y la escasa o nula competencia que tienen para salir de ese embrollo emocional en que se encuentran metidos. Al final, debido a la falta de humildad y honestidad, se acaba imponiendo el martillo pilón de la verdad adanista (algunos lo llaman, o se alardean, como la explicación lógica científica) que todos tienen siempre a mano, con tal de no reconocer que no saben el lugar que ocupa su ser, no su manera de estar, en el mundo que les ha tocado vivir. Estoy hablando, por supuesto, de lectores calificados como normales, es decir, en absoluto diagnosticados, en su fase terminal, por alguna de esas enfermedades psicóticas o esquizoides que hoy tanto lucran el negocio de los farmacéuticos y las consultas de los psicólogos y psiquiatras. Vaya, para entendernos, tipos como tú y como yo. EL Aula de Formación de Lectores daría el cobijo a ese desarraigo espiritual que normalmente no encuentra. ¿Que tipo de cobijo, pues cobijos hay muchos? Ese que proporcione lo necesario para que cada lector llegué a entender, mediante su esfuerzo y compromiso con las palabras sensibles, que el argumento y el proceso técnico de cualquier relato son datos casi irrelevantes respecto a la significación que liberan. Se trataría de cobijarnos, o protegernos, de nosotros mismos en el uso de las palabras laicas o instrumentales. De comprender, en suma, que no somos nosotros los que construimos las palabras, como habitualmente pensamos con el uso que le damos en la vida laboral, social o familiar, sino que, muy al contrario, fuera de esa visión utilitarista, en verdad son las palabras las que nos construyen a nosotros. Las que nos forman y deforman, haciéndonos tal y como somos, pues nos preceden así como seguirán ahí una vez que nosotros hayamos desaparecido. ¿Para qué te sirven las palabras?, será, por tanto, la primera pregunta que debe responder cualquier candidato que quiera entrar en el Aula de Formación de Lectores.