jueves, 11 de mayo de 2017

EL CEREBRO Y LOS INTESTINOS

Hay días en los que los rugidos de mi cerebro se ponen a servicio de mis intestinos. Y viceversa. En las últimas radiografías que me han hecho, dentro del chequeo médico anual, mi doctora de cabecera ha descubierto una extraña convergencia entre las circunvoluciones de los unos y las del otro, más o menos a la altura del estómago. La locución "extraña convergencia" la utilizó mi doctora, pues no entendía, me dijo, lo que veían sus ojos ante esa fotografía de mis adentros. Le parecía un misterio, si, fue la otra palabra que utilizó, misterio. Su parecida constitución morfológica hace que estas dos partes fundamentales del cuerpo, intestinos y cerebro, estén en permanente contacto, mucho antes y con mayor precisión que se han puesto en contacto millones de conciencias con dedos a través de internet. Lo que quiero decir es que para que haya sido posible la conexión global actual, de una manera tan rápida como apabullante, tiene que haber existido desde siempre una conexión interior e intensiva en cada uno de nosotros, que es la que de verdad nos constituye y mantiene nuestra razón de ser sobre la faz de la tierra. Dicho de otra manera, para poder estar conectados de forma instantánea en el espacio actual, tenemos que estar conectados de forma permanente en todo el tiempo del mundo. Esto es lo que hacen nada más nacer el cerebro y los intestinos. Y es esa conexión la que se encarga de administrar, como cualquier albacea, la herencia recibida, tanto física como mental. Que no lo reflejen las nuevas tecnologías, no es de extrañar, pues ellas solo se fijan en lo que se mueve en el campo de lo visible. ¿Qué pueden hacer un microscopio o un aparato de radiología de última generación ante esa convergencia cerebro intestinal antes aludida? ¿Y ante su procedencia y su destino? Quedarse ciegos es la única perspectiva que, sin embargo, no admite su manual de instrucciones. Un manual que lo único que ha hecho desde el neolítico ha sido renovar la portada y la textura del papel. ¿Como se entiende, sino, que la fe en un Cuerpo Perfecto se asocie al "sacrificio" y al "martirio voluntario", inducidos sin oposición por médicos y farmacéuticos? Época apocalíptica está nuestra, que está empeñada en renovar, o poner al día, la certeza que fundamenta su origen, a saber, es mejor el otro mundo que éste, el final del tiempo y el tiempo del final, abandonarlo todo, abandonarse (ayer al Reino Inmortal de Alma) hoy al Reino del Cuerpo Inmortal que está a punto de llegar. 

Lo que de todo esto me resulta más conmovedor, por eso he decidido ponerlo por escrito, es que mi doctora de cabecera dejara constancia en su informe la extrañeza y el misterio que le había producido su descubrimiento. Antes que arrugarse y mirar para otro lado, decidió contar en el historial de su paciente ese otro punto de vista. Al menos, pienso, se dio cuenta de la necesidad de otros narradores para llevar acabo su trabajo diario. Eso quiere decir que quizá ha visto algo más allá de las fotos radiológicas y de la jerga conventual de sus colegas de la medicina y la farmacopea. Ello me hace pensar que no todo está perdido, y que hay hueco para el optimismo. Con perdón.