Siempre he oído que tu mano izquierda no sepa lo que haga tu mano derecha. O acaso sea al revés. No sé. El caso es que mi padre, que hace tiempo que tiene su cabeza en el limbo, se mantiene con los pies en la tierra gracias a sus manos. Desde que yo tengo uso de razón yo creo que en mi padre no se cumple el precepto que esa tradición ha impuesto a las manos. Tal vez sea debido a que tampoco le he escuchado nunca que manifestara alguna preocupación sobre la distinción entre limbo y tierra. Muy al contrario, pienso que mi padre siempre se las ha apañado para tener una mano en el limbo (la izquierda) y otra en la tierra (la derecha). La cabeza que le queda en medio ha sido como un centro de traducción multisignificativo. He de decir que mi padre es un hombre de pocas palabras, lo cual en los tiempos que corren, que coinciden con el final del tercer acto de su existencia, sea tal vez una bendición. Su hermano pequeño, mi tío preferido, dice que padece autismo, que siempre lo ha padecido. Mi madre que está sordo y que no se entera de nada. Los neurólogos, como siempre a lo suyo. El otro día, según me ha dicho mi hermano mediano que lo acompañó a la consulta, le han dado el alta definitiva. Lo que quiere decir que sus neuronas ya no les interesan. Y no es que sean pocas e inactivas, es que las ha tenido siempre repartidas entre las dos manos. Yo me alegro por mi padre, y por mi. El ya podrá dialogar libremente con las manos el tiempo que le quede de vida. Y yo podré dedicarme con calma y sin intromisiones de incompetentes a descifrar su íntimo pensamiento, que es lo mismo que tratar de averiguar cuáles son las verdaderas razones de mi procedencia.