martes, 21 de marzo de 2017

LA OTRA HISTORIA

Cuando el otro día concluí el escrito sobre mi lectura del cuento de Alan Sillitoe, "La soledad del corredor de fondo", con la frase: "pero esa es otra historia", referida a la manera en que el protagonista y narrador, Collin Smith, da por concluida la suya, me entró una duda razonable de que esa otra historia por mi aludida estaba dentro, o tenía que ver, con el final que elige Smith para su despedida. Escribir no es un acto libre, pensé a continuación, es un acto responsable de quién escribe y de quién lee. Es así que mis maestros me enseñaron que un relato nunca comienza por la primera línea ni acaba con la última. Si hubiera que comenzar por la primera línea, nadie podría escribir, ¿por dónde empezar? ¿de dónde sacar fuerzas suficientes? Si tuviéramos que acabar con la última frase, nadie sabría cuál es, ¿dónde poner el punto final? ¿de dónde sacar esa capacidad de autocontrol? Un relato comienza siempre antes de haber empezado o después de haber terminado, siempre va adelantado o retrasado con respecto a sí mismo, sin que nadie - y menos que nadie quien lo escribe - sepa que ha comenzado o que ha acabado. 

Con estos vaivenes en la cabeza he decidido volver a leer el final del cuento de Sillitoe pues, en la primera lectura, me quedó un resto de misterio perturbador en las últimas palabras de Colín Smith que continua ahí, si cabe más acrecentado todavía, cuando me pongo a escribir de nuevo. Pues en la actividad lectora se inmiscuye de forma constante una necesidad mucho más perentoria e inaplazable: la de ser absolutamente pertinentes en nuestras vidas, acomodando ese forma de hablar, como si de una herramienta se tratara, a esa necesidad. Las palabras de Smith dicen así:
"En el ínterin (como dice en un par de libros que he leído desde entonces, unos libros inútiles, sin embargo, porque los dos terminaban bien y no me enseñaron nada de nada) voy a darle este relato a un compinche mío y le diré que si, la poli me vuelve a coger intente que salga en un libro o en algo así, porque me gustaría muchísimo ver la cara que pone el director cuando lea esto si lo lee, claro, que no creo que lo haga; y aunque lo leyese me parece que no sabría de que se trata. Y si no me cogen, el fulano al que le daré este relato no me venderá jamás, ha vivido en nuestra calle desde que yo recuerdo, y es mi amigo. Lo sé seguro".

¿Son estas la ultimas palabras del cuento? No cabe ninguna duda, pues no hay más. Pero, ¿son las últimas palabras de Smith? Esto ya no está tan claro. ¿Por qué las ha dejado para el final del cuento, justo después de obligar al lector a tener que escuchar todas las fanfarronadas que dice sobre su inmediato futuro de delincuente y tal. ¿Qué quiere dejar claro ante el lector, qué va a ser delincuente o qué quiere que le escuche, o saber cómo lo haya escuchado? Pues ese a quien va a entregar su relato es precisamente alguien que no le venderá jamás, ya que es su amigo. Amistad y escucha son dos palabras que Smith une con énfasis en su aparente despedida, pero que tienen vocación de continuidad más allá del campo tipográfico del cuento. Dos palabras que entroncan, o remiten, con lo realmente importante, con lo que ha aprendido a lo largo de relato, que no es otra cosa que la identidad de su carácter y, por tanto, de su destino cuando salga del reformatorio - se dedique entonces a asaltar bancos o a trabajar de estibador en el puerto de Londres -. Colín Smith ha decidido quedar adscrito a la soledad que acompaña a todo corredor de fondo que renuncia a las mieles del éxito y de la fama. Es esa decisión - hecha ya soledad en marcha - que toma a punto de cruzar la meta y a punto de cumplir 18 años la que justifica sus palabras en la última página del cuento, que no son, sin embargo, sus últimas palabras. La intención de que su relato sea leído por un lector que sabe que no lo traicionará jamás, es decir, que será leal a sus palabras, esté o no de acuerdo con ellas, abre el espacio de la conversación entre un adulto y alguien que está a punto de serlo, entre dos soledades que están dispuestas a correr juntas, no surfeando en la superficie de lo real, sino bajando hasta el fondo de sus asuntos.