martes, 7 de marzo de 2017

CRÓNICAS DEL RÍO ODER 10

DESTINO FLUVIAL

El río Oder ha cumplido ya su cometido al desembocar en la bahía de la Pomerania, un entrante del Mar Báltico que hace las veces, digamos, de una albufera o lago de agua salada. Entre los misterios de esta frontera natural está el de por qué no la hicieron los vencedores de la guerra también frontera política. El caso es que el Oder deja la línea fronteriza y se adentra en Polonia a la busca de su último destino. Este breve contacto con Polonia me ha dejado un sabor agridulce. Lo que me hace pensar si yo he cumplido con mi cometido. Me dije, entro en Polonia como el que hace una cata de un queso o de un vino, como si el cuerpo y la mente fueran como el paladar. Y si me gusta ya volveré otro día. No sé si esta manera de ver las cosas es del todo acertada. ¿El cuerpo sobre la bici esta en mejores condiciones de otorgar sentido a su aventura que el cuerpo, digamos, sobre un coche o sobre un avión o sobre el tren? No sé si las palabras adecuadas son otorgar sentido para determinar las diferencias entre una manera de viajar y las otras. Lo que si es cierto es que todas están sometidas, igualmente, a la falta de tiempo, si del tiempo de que disponen las del cicloturista es, como cualquiera por estos pagos, de veinte días de vacaciones. ¿Quiere esto decir que en una época sin tiempo, como la nuestra, resulta más difícil viajar? ¿Quiere esto decir que la demora que yo le pueda infringir a mi tiempo condiciona la naturaleza de mi desplazamiento? Las nuevas tecnologías no están revolucionando nada que ya no existiera desde la invención de la rueda, después de la inmutabilidad de Parmenides y la fluidez de Heráclito. Ahí está, para corroborarlo, el río Oder que sigue cumpliendo su destino, que sigue siendo el río de siempre y un nuevo río cada minuto. La velocidad con que puedo llegar a París hoy, y la lentitud con que lo hicieron nuestros antepasados no significa nada en si mismo. Al río Oder le resulta indiferente la velocidad o lentitud que le queramos otorgar a nuestras vidas. Quiero decir que tan cierto es que nunca nos bañaremos en las mismas aguas del río, como que esas aguas distintas dan forma al mismo río de siempre. Velocidad, lentitud, inmutabilidad. Todo cuenta en lo que consiste el ser que somos. Ninguna de las maneras de desplazarse dice nada de quién viaja, ni por qué viaja. Del viaje no nos afecta tanto lo que nos sucede, sea en bici o en avión, como lo que nos decimos de lo que nos sucede. Y sea en bici o en avión, siempre nos sucede algo, porque vivir no deja de ser un viaje inevitable de la cuna a la tumba. Y este recorrido no podemos no hacerlo. Entonces, de lo que se trata es decir algo de ese algo que nos sucede. Si se quiere. Decir algo de cómo vamos aprendiendo a ser mortales, que es la madre de todos los viajes. Y si no se quiere, será uno de otros tantos secretos que el viajero se llevará a su tumba. Como las nuevas tecnologías, nada que no esté sucediendo desde el principio de los tiempos. Otra cosa es que yo diga que he hecho un viaje a la India, o a Polonia, y se interprete literalmente como se oye. Una de las características de todo desplazamiento, por corto que sea, o por muy rápido o lento que sea, es que te saca del quicio de donde estás, haciéndote que ya no estés donde estabas. Ergo, estamos siempre viajando. Entonces la pregunta correcta sería no a donde has viajado, sino como te has desplazado y por qué te has desplazado. Es aquí donde quería llegar al preguntarme por la sensación agridulce que tuve al abandonar Polonia, y si había valido la pena hacer ese desplazamiento fuera de la línea fronteriza, acompañando al río Oder en el cumplimiento de su destino. Y no es un desatino pensar que este fuera el motivo de hacer ese bucle. Acompañar el curso de un río es una experiencia singular por lo que tiene de similitud con la propia vida. Este paralelismo que no solo es geográfico, es lo importante. Los peligros y las anécdotas extremas salen al camino, sin previo aviso. Robert Walser simplemente paseaba por los alrededores de su casa, y en sus escritos daba la impresión de que había ido a los confines del mundo. Viajar es muy difícil, cierto, pero porque somos muy perezosos y altivos. Las magnitudes que lo atestiguan son del alma, no la velocidad y la lentitud con la que se desplaza el cuerpo. Sin embargo, por atractiva que sea la tesis del fin del viaje, tan romántica a su manera, su veracidad no está confirmada. En general como todas las tesis románticas que, siguiendo a von Kleist, tienden lo absoluto, es lo mismo que decir que tienden al fracaso. Sea hora quizá de que vayamos arrinconado el espíritu romántico, al igual que las tradicionales creencias religiosas, en los adentros de cada cual, saliendo al mundo sin esas divisiones que hechas, no para disponer el marco donde acontezca la conversación de las partes, sino para catalogarlas y establecer las jerarquías correspondientes entre ellas, a saber, alta y baja cultura, viajar y turistear, etc. No es que no corran buenos tiempos para la lírica, es que la lírica ya no es como en aquellos tiempos. Al final, convengo que el sabor agridulce que me invadió sobre mi vista a Polonia, tuvo que ver con que no tengo ningún relato convincente sobre ella. Lo cual hizo más significativo, si cabe, el cruce de nuevo de la frontera hacia territorio alemán.

Es el momento del desayuno, cuando todas las caras parecen más descansadas y todos los ademanes de seguir viviendo más evidentes, cuando, bajo la influencia de toda esa luz, más se aprecia el misterio de la existencia. ¿Cómo es posible que estemos juntos tal y como parecen algunas de las parejas que comparten con nosotros los desayunos? Parece inexplicable que esos rostros emparejados puedan llevar un buen puñado de años mirándose