sábado, 11 de marzo de 2017

CRÓNICAS DEL RÍO ODER 13

JOSEPH ROTH, CRONISTA DE BERLÍN 

En esta nueva visita a Berlín pretendía, así me comprometí en la anterior, estar cerca de Joseph Roth. A sabiendas de que no le gustaba Berlín, aunque fuera uno de sus cronistas más eminentes, que fue lo que consolidó su estilo y orientó su futuro como escritor, y, lo que al fin al cabo, acabó por hacerlo famoso. Aunque el impulso de acercarme a este cronista  tan impar tuviera que ver con la época en la que el vivió y escribió en Berlín, la de la República de Weimar, que es semejante en cuanto a confusión y delirio a la que yo vivo, y se vive en Europa, cuando se instaló en la ciudad alemana. Más o menos, aunque al hilo de lo que estamos viviendo en la actualidad yo diría que más bien menos que más todo el mundo sabe cómo acabó aquella época de Roth. Sin embargo, de cómo acabará la época que vivimos los europeos hoy en día solo me atrevo a decir, porque cualquier otra expresión seria falsa, que espero y deseo que no acabe de la misma forma, ya que lo más probable es que no habría nadie para contarlo. No sé si Joseph Roth intuyó, a partir de ese desdén que le producía el Berlín de los años veinte del siglo pasado, la que se iba a echar encima sobre el continente europeo. Yo pienso que leyendo sus crónicas berlinesas, aunque escritas desde el escepticismo y con un agudo espíritu crítico, Roth no imaginaba el infierno en que se convierto Europa años más tarde de su momento de esplendor periodístico. Para muestra le dejo lo que escribió en una carta en el Frankfurter Zeitung en 1926:
"La página de cultura es para un periódico tan importante como la sección de política; y diría que, para el lector, es aún más importante. El periódico moderno integrará todo lo demás, no solo la política. El periódico moderno necesita más al reportero que al editorialista. Yo no soy un suplemento, no soy un postre, soy el plato principal. (...) A mi me leen con interés. No como las noticias del Parlamento, o los telegramas...Yo no hago comentarios divertidos. Yo dibujo el rostro del tiempo. Y esa es la tarea de un gran periódico".

El caso fue que para no perder de vista lo que hoy pudiera significar ese dibujo del tiempo, me hospedé en un hotel enfrente de la casa donde Roth vivió durante muchos años, en el número 75 de Postdamerstrasse. Hoy es un restaurante cuyas paredes están decoradas de arriba abajo con fotografías y recuerdos del escritor y periodista, gracias a la gentileza y el entusiasmo de los dueños cooperativistas del restaurante. A mí Berlín si me gusta y lo que escribió Roth también. Probablemente porque sus palabras anticiparon, sin saberlo, lo que iba a venir después. En ese dibujo del tiempo que Roth trató de dejar impreso en sus escritos, se puede rastrear, mejor que con la enumeración y análisis de los hechos, el caldo de cultivo que se estaba fraguando en las calles y plazas de Berlín, así como en sus más oscuros y recónditos rincones. Nada más aparcar la bici me dirigí al restaurante y pedí un vino blanco alemán. De entre todas las fotos que decoraban las paredes me fijé en la que Roth aparece con Zweig. Dos rostros y dos estilos de contar aquel mundo que ayer. Si mal no recuerdo la foto está hecha en París, pocos años antes de que Roth muriera, y de que estallara la Segunda Guerra Mundial, en 1939.  Una vez acabada mi copa de vino Reisling le prometí a la camarera que volvería a cenar antes de que dejara Berlín. 

Me gustaría comprobar o experimentar en que medida este Berlín en el que vivió y escribió Roth existe en la actualidad en la conciencia de los berlineses. Al viajero o al turista, el Berlín actual se le ofrece sin ocultar ninguna de sus cicatrices del pasado, y tiene unas cuentas que atraviesan la ciudad de norte a sur y de este a oeste. Yo pienso que esa honestidad es lo que la convierte en la capital no solo de Alemania, sino también de la Unión Europea. Sin embargo, el viajero o el turista no puede dejar de olvidar que fue amparado por el falso esplendor de los dorados años veinte donde el huevo de la serpiente, de cuya devastadora existencia son testimonio las cicatrices aludidas, empezó a incubarse. Me falta esa experiencia de quién vive o ha vivido entre los berlineses una larga temporada, pero por el ambiente que se respira como turista si puedo detectar que ese pasado y sus consecuencias - a falta de un ideal de futuro, que no es solo una carencia berlinesa o alemana, sino lo propio de la época en que vivimos - es algo más que una mera compensación, yo pienso que es haber encontrado, al fin, el lugar en el mundo. Berlín para mí significa eso. Un ejemplo a tener en cuenta, tanto a nivel colectivo como individual, de cómo encarar el porvenir. No hay más futuro que aprender a saber relacionarnos con nuestro pasado. Lo cual no tiene nada que ver con dejarse embaucar por lo peor de la melancolía. Ni subscribirse incondicionalmente al rancio eslogan de que cualquier pasado fue mejor. Ni a ese casticismo que dice que es importante conocer el pasado para no repetirlo en el presente. Me da que los berlineses no piensan así. Y, sin embargo, no me cabe ninguna duda de que si piensan, porque se acuerdan - al mismo tiempo - de que su pasado es algo que tienen y que han. La literatura no es algo más para ocultar o entretener la vida, sino la manera definitiva de desvelarla en toda su plenitud. Joseph Roth siempre lo entendió así