jueves, 30 de marzo de 2017

DAN PENA

Te decía ayer que los hijos dan pena. No es algo personal, es algo constitutivo de ese empeño que tiene la especie humana en seguir aquí. Mis padres nunca me lo dijeron, pero ahora que lo recuerdo ya se lo que significaban la mayoría de sus silencios ante las fanfarronadas que le espetaba en la cara. Pena. No se arregla con el paso del tiempo. Fíjate en la perplejidad que los hijos manifiestan ante las cosas, se creen a pies juntillas que el mundo empezó el día que ellos nacieron, y eso te da pena. Fíjate en la buena voluntad que ponen cuando tienen ganas de ayudar o echar una mano en los asuntos domésticos, o de los otros, y dejan ver su falta de competencia, y eso te da pena. Si se ponen serios fíjate en la falta de consistencia que tiene su seriedad, y si les da por hacer bromas fíjate en la falta de ironía de que adolecen, fíjate, en fin, en la total transparencia de sus mentiras, son inasequibles al desaliento. Lo que te da mucha pena es comprobar que no se cansan de ser de vidrio. Al igual que cuando se ilusionan por nada y se desilusionan por menos que nada, te da pena la ingenuidad con que lo hacen, como si nada fuera en realidad todo. Te da pena las altas expectativas que le ponen a sus preguntas y la crueldad con que formulan sus respuestas. Te da pena su incompetencia para comprender lo que les pasa, y su incompetencia para hacer algo con lo que les pasa. Cuando cambian la frase milenaria, "solo sé que no sé nada" por su frase adánica, "solo sé que lo sé todo", te da pena no poder ayudarles en el largo recorrido de su ignorancia. Te da pena que se crean que su ignorancia tiene remedio con el paso de los años, y te produce dolor preguntarte la falta de sentido que tiene el que vuelvan a sufrir los mismos disgustos y sinsabores, los mismos desplantes y las mismas traiciones que tu ya sufriste. ¿Qué queda de la alegría fundacional, la alegría de los primeros años? La pena de haberla perdido para siempre. ¿Es qué nadie puede hacer nada por ellos? No me digas que te consuelas sabiendo que llevamos siglos, milinenios, que llevamos haciéndolo siempre, que todo el que nace debe empezar otra vez desde el principio. ¿No te parece más bien una fatal superstición, impropia de una especie que ha visitado el lado oculto de la luna? ¿No te estremece ser incapaz de llegar al lado oculto de ti mismo? ¿No es esa herencia, rebozada con el entumecimiento de la alegría original, la forma más acabada del abandono de tus hijos a su infausta suerte? ¿No es tu pena hija natural de esa colosal despreocupación?