miércoles, 28 de febrero de 2018

MANIERISMO

Ante las intenciones de dos cicloturistas como Duarte y un servidor, que pretendían dar pedales siguiendo su trazado, decididamente la ruta romántica de este año aparecía brumosa y desdibujada, tal y como le gustaba ver el mundo a aquellos pintores que colaboraron con su visión de la naturaleza a la difusión de la palabra romanticismo, que al día de hoy lo mismo vale para un roto que para un descosido. Sin embargo, el recuerdo de aquel viejo sereno de mi ciudad natal consiguió que volviera a lo esencial de la ruta, independientemente del tiempo atmosférico que me encontrara. Pues lo esencial de la ruta no se encontraba en otro sitio que en su momento fundacional, cuando aquellos jefes militares y civiles norteamericanos decidieron ofrecer a sus subordinados una vía de escape vacacional a las duras condiciones de vida de la postguerra. Fue entonces, cuando íbamos en tren de Nördlingen a Ausburgo dado que decidimos bajarnos de la bici hasta que llegaran tiempos atmosféricos más favorables, que la figura rotunda de aquel hombre con aspecto funeral me hizo ver en mí todo lo que llevaba puesto de espectral, y que, maliciosamente, había tratado de otorgarle a él con la pregunta que hice al final del anterior escrito. No es que yo sea un adicto a las redes de artificio actuales, más bien soy de la vieja escuela del espectáculo radiofónico primero y televisivo después, en la que cabía la posibilidad de decir basta e irte a tomar una caña al bar de la esquina o a darte un paseo a lo Robert Walser, fijándome en los detalles más nimios que me puediera encontrar en mi camino, subrayando una asociación imprevista que, de repente, pudiese surgir entre ellos, lo que más tarde quizá los elevara al rango de lo más importante para mí en ese día que parecía habían querido truncar aquellas ondas o aquella pantalla. Lo que hice al pasarme a mi el calificativo de espectral fue un acto de justicia hacia el sereno de mi ciudad natal y, por extension, hacia todos los serenos representados, quizá de forma inmejorable, por esa voz acusmática, que desde la torre de Daniel advertía de su presencia cada hora, para infundir temor o seguridad, según el caso de cada viandante, a quienes todavía andaban dentro o fuera de las murallas de Nördlingen. Lo espectral bien entendido estaba del lado de quienes, antes de ver con sus propios ojos el torreón de Daniel, ya le han hecho varías fotos con el ojo de su cámara, tal y como pude observar cuando nos acercamos por última vez a su base para confirmar, en el cartel que explicaba la historia del monumento, la leyenda de uno de los episodios que le ocurrió al sereno Daniel, y que le recomendó a Duarte la recepcionista de la oficina de turismo. Una historia que me hizo recordar la mía propia con el sereno de mi ciudad natal, pues la existencia de los espectros o fantasmas - aunque es un fenómeno mucho más presente, paradójicamente o no tanto según se mire, en nuestra época de intercambios digitales dominantes y cada vez más exclusivos, donde participamos de forma activa como nunca antes lo hemos hecho en nuestro propio mundo ilusorio - siempre han existido, aunque como ya he dicho cabía el apagón, cosa que ahora es de todo punto inimaginable. Ya que la modernidad espectral producida por la tecnología digital a la que se siente íntimamente asociada, como dice Martel, “con su insistencia en que nada posee verdadera sustancia, es lo que ha desencadenado este cambio”. Un cambio que determina el modo en que las cosas del mundo y las personas aparecen ante nosotros. Un cambio que de murallas del yo hacia afuera pareciera que salen a combatir llenos de furia los fantasmas (léase en la acepción de fantoches), pero que intramuros sospecho que se guarece el ser humano lleno del mido de siempre. Y es que Manierismo viene de “a la manera de...” Pero nuestros fantoches de hoy no se fijan en la maneras de hacer del sereno de estirpe medieval, sino en el exaltado de la bastilla francesa, quien antes de asaltar la prisión parisina seguro que a aquel lo había pasado por los cuchillas dentadas de su furia.