lunes, 5 de febrero de 2018

NOSTOS EN NUREMBERG

Pensar que si uno hace lo correcto le pasará algo bueno, se me antojó, a punto de abandonar Nuremberg, una frase hecha cuya vigencia había durado muchos siglos, a través primero de su fase vaticanista y laica o secular después desde la revolución Francesa, pero que allí mismo había empezado su inevitable declive hacia ninguna parte. Para entendernos - y dado que en el vuelo de la imaginación lo sucesivo puede experimentarse simultáneamente, y la distancia pueda experimentarse como inmanencia - después de ver la casa de Alberto Durero y las instalaciones narrativas del tercer Reich (la sala 600 incluida), la frase de marras, de la que soy todavía un fiel devoto, se aparecía ante mi como una frase en ruinas. A partir de las cuales, si miraba los hierbajos que le han crecido al lado, cabe preguntarme si la cultura de masas actual es una sublimación de nuestro malestar creciente, aunque, si me dejaba llevar por el brillo que todas las ruinas al mismo tiempo también trasmiten, puede que a lo que esa misma pregunta se refiera es si la cultura de masas es la cima de nuestra felicidad después de siglos de penurias y sufrimientos. Einstein que con su visión física del mundo sabía que había abierto la caja de los truenos, sabía también que solo hay dos cosas que no dejan de expandirse, a saber, el universo y la estupidez humana, aunque, apostillaba, del primero “no las tengo todas conmigo”. Tal vez entienda ahora mejor la respuesta que dio, y que ya mencioné el otro día, cuando le preguntaron que si creía en Dios: sí, creo en el Dios de Spinoza. 


Sea con los hierbajos o con los brillos, lo que las ruinas nos dejan, su valor auténtico, es la nostalgia de perder el regreso a casa. El nostos de los antiguos griegos. ¿Que significa esta frase de evocación homérica en los inicios del siglo XXI? Un siglo que ha heredado todas la ruinas visibles e invisibles de los siglos anteriores, fruto de los excesos de esa expansión de la que Einstein no tenía ninguna duda, que ha provocado la separación de lo que debía seguir estando junto y que su teoría física había logrado volver a juntar casi sin proponérselo. Me refiero a lo que Cees Nooteboom llama viajar, por no desviarme del origen y motivo fundamental que vienen provocando estas palabras que componen la crónica de la Ruta Romántica en bicicleta. Para el escritor holandés en la antología fragmentada de su obra titulada, “Tenía mil vidas y elegí una sola”, dice que “viajar es algo que hay que aprender, es una interacción constante con los demás, mientras que al mismo tiempo estamos siempre solos”. Ante lo cual yo pienso que la nueva tecnología asociada al nuevo siglo - al contrario de lo que experimentó Durero con la tecnología que inspiró y dio alas el suyo - ha desplazado el aprendizaje, que es intensivo y apunta a la oscuridad de lo que desconocemos y no conoceremos nunca, en favor de la acumulación de información, que es expansiva y que puede llegar a ser el correlato, si no lo es ya, de eso que decía Einstein que no tenía ninguna duda de que se expandía. Lo cual ha atentado contra la segunda premisa de la cita de Nooteboom, a saber, ya no queremos o no sabemos estar siempre solos, o lo que es lo mismo, ya no podemos volver a casa, aunque no por ello semejante pérdida deja de ser el significado de aquella nostalgia que padecemos desde que hemos entrado en esta deriva en que nos hemos embarcado siguiendo los brillos de las ruinas que hemos heredado. Por ello nadie quiere quedarse fuera de un mundo que, por el simple hecho de no estar apiñado alrededor de algo o alguien, los que allí gobiernan determinan si entras o no. Como continúa diciendo Nooteboom en la obra mencionada, al fin y al cabo viajando “uno se convierte en lo que realmente es, en un total outsider, en alguien que no está en su viaje en ninguna parte. Para mí por lo menos esto viene a ser una sensación de calma casi metafísica. Viajar se convierte, pues, en lo que realmente es, en un símbolo de ese viaje mayor del que, si somos del todo sinceros, tampoco entendemos gran cosa: el viaje por este terrenal valle de lágrimas”.