Es bastante corriente toparme con entrevistas o artículos donde de manera reiterativa los protagonistas insisten en que hay que cambiar el modelo educativo vigente, pues se ha quedado obsoleto. No puedo por menos de pensar, entonces, en la obsolescencia calculada, a la que todo lo que se encuentra bajo la influencia de la sociedad actual está de una u otra manera destinado. Desde los ordenadores, pasando por las calderas de calefacción, hasta los sistemas de sanidad o educación pública vienen con fecha de caducidad en las etiquetas. Los expertos en neuroeducación aseguran que el cerebro humano no ha cambiado en los últimos quince mil años, pero, paradójicamente, ven con recelo el modelo educativo actual que tiene una edad de tan solo doscientos años. Uno de ellos llega a decir que si en un aula de cualquiera de las escuelas actuales se colara un niño del neolítico, el profesor no se daría cuenta. ¿Si el cerebro es el mismo porque hay que cambiar el modelo educativo? Yo pienso que los que abogan por cambiar el modelo educativo no están pensando en la región de verdad y belleza eterna - podríamos decir - que está por encima del destino y de las contingencias de los diferentes pueblos o sociedades, y que deben poseer unos sujetos como los humanos que no han cambiado de estructura cerebral en quince mil años. Una verdad y belleza que deber dar cuenta de la verdadera naturaleza humana, a la que se debería adaptar cualquier plan educativo que pretendiera afianzar esa humanidad sobre la faz del planeta. Vistas y sentidas como fuerzas intemporales deberían ser el punto de partida de cualquier adaptación a los tiempos subsidiarios de la historia, y no al revés, como parece desprenderse de los protocolos que tienen que cumplir quienes se hacen cargo del éxito obligatorio que deben alcanzar los innovadores planes educativos antes de que les llegue su relevo por el siguiente, que están pensados con un ojo puesto en el sistema productivo dominante y con el otro en el virtuosismo de la tecnología que a él se encuentra asociada. Este estrabismo metodológico no sólo se aleja cada vez más, pues cada vez es más sofisticada la tecnología que lo acompaña, de aquella verdad y bellezas eternas fundamento y sentido de nuestra humanidad mortal, sino que la insistencia imperativa en su mirada desenfocada acabará por hacerlas desaparecer de cualquier horizonte de esperanza humana. Entonces, ya no habrá impedimento para que los planes de educación formen parte indisoluble de los balances anuales de las corporaciones que los tengan a su servicio.