martes, 20 de febrero de 2018

FEUCHTWAGEN

Por seguir a Parménides, en esta encrucijada que se me apareció después de la visita a Nuremberg, desafiar la vida, ¿quiere decir reivindicar el derecho a enfrentarte a lo que es más grande que uno mismo y siempre lo será porque nunca lograrás entenderlo? Desafiar la vida es el Anhelo Primordial. Entonces, ¿qué es lo que aparece en nuestro horizonte con vocación de ser satisfecho una y otra vez, y cuantas hagan falta? El Deseo de adaptarte a la propaganda de la vida. De repente me entró la duda de si pedaleando sobre el trazado de la ruta romántica, con toda su propaganda turística a la altura de los ojos, me estaba permitiendo llevar a cabo semejante desafío. O dicho de otra manera, la experiencia de la visita a la ciudad de Nuremberg había abierto en mi una de esas grietas que ponen en peligro la estabilidad del barco. Las ruinas que había visto en la ciudad imperial, testimonio del último gran desafío al que se enfrentó la humanidad, ensombrecían más si cabe las palabras del filósofo griego. ¿De qué desafío hablaría hoy el filósofo griego delante de esas ruinas? ¿Como y cuando detenerse ante lo que es más grande que uno, sin, al mismo tiempo, dejar de intentarlo? ¿Se puede interpretar como el correlato del saber que no nos entendemos, pero que, al mismo tiempo, no podemos dejar de intentarlo no porque lo vayamos a conseguir, sino porque si no lo intentamos nos volveríamos locos? Yo pienso que Parmenides, hoy como ayer, nos pone al pie de los caballos de nuestra propia mortalidad. O sea, que el tercer reich no fue la representación primordial de un anhelo, como parecía hacer creer la propaganda oficial con Leni Riefenstahl al frente, sino la satisfacción individual y colectiva de una colosal deseo. Unas vidas a las mil máscaras de cada una pegadas. Y lo más pavoroso es que ahí seguimos. 

Le dijimos adiós al dueño de la pensión Elker y nos volvió a recordar lo feliz que le hacíamos al ver que utilizábamos el clásico motor de sangre y no el eléctrico, como cada vez utilizan más incluso los ciclistas más jóvenes. El camino que nos llevaba desde Roteburg a Feuchtwagen era sinuoso, para entendernos, similar a un escalectric. A lo que tuvimos que añadir algún despiste tratando de eludir las carreteras por donde circulan a toda velocidad los coches. Después de unos cuantos días pedaleando sin más ruido que el de la naturaleza (no cuento el pedaleo urbano de Nuremberg, ya que la bici en las grandes ciudades es nuestro medio de trasporte)  nos asustó tener que volver a compartir la carretera con los vehículos. Tras varias preguntas a unos amables transeúntes, hablando medio alemán, medio inglés, conseguimos retomar la ruta ciclista y sus  indicadores verdes. Al llegar a Feuchtwagen el tiempo atmosférico amenazaba cambio. El que había abierto la grieta en mi conciencia continuaba buscando, por decirlo de alguna manera.