miércoles, 7 de febrero de 2018

EL IDEAL GRIEGO

Salí de la casa d Durero con la idea de que había entendido las palabras de Albert Speer cuando justificó la megalomanía de sus obras mediante la expresión del valor de las ruinas, refiriéndose con ello a las ruinas de la antigüedad, dándole así el mismo rango al futuro del esplendor del tercer Reich representado en las construcciones de Nuremberg. No era la primera vez, ni tampoco será la última, que la antigüedad griega enciende la imaginación del mundo occidental cuando entra en una de sus crisis profundas. Quieren llevan la antorcha quieren ver en aquella época la solución rápida y definitiva a los males de la propia mediante un acto de metempsicosis La palabra metempsicosis viene, fíjate, del griego. Suele traducirse como reencarnación, aunque ambos términos se refieren, sin embargo, a cosas distintas. Podría traducirse como "traspaso del Alma", escrita con mayúscula, puesto que el paso en cuestión se refiere al Alma del alma, es decir, al Espíritu, que es el que peregrina a través de los distintos seres, como el hilo atraviesa las cuentas de un collar, para vivificarlos momentáneamente. Para otros representa el correlato griego de la doctrina hindú de la transmigración de las almas. Traigo a colación esta nota de wikipedia para resaltar la desmesura delirante en que caemos siempre los occidentales cuando nos muerde la crisis que nuestra propia egomanía produce, con tal de que el Tirano Absoluto del Yo - el gran mimado y consentido de la modernidad entre sus pañales, ya que sin su paranoica obsesión por desear todo lo que se mueve la modernidad misma, como la conocemos hasta ahora, dejaría de existir - eche sus eructos, se tire sus pedos y emita sus mohines después de la ingesta del biberón o de la papilla. ¿Recuperar el ideal griego?, o lo que haga falta recuperar, dirá el deseante. Siempre y cuando que al desear ser como los griegos, o como quien haga falta, sea lo que eso sea y como sea, al día siguiente ya lo tengamos entre las manos, vía Amazon. Pues esto de Amazon es un artilugio muy antiguo, tan antiguo como los griegos, aunque sea ahora cuando parece que corre a más velocidad, haciendo de los deseantes de siempre, que a menos velocidad del artilugio fueron también suplicantes en su valle de lágrimas, más deseantes que nunca hasta convertirse en solo deseantes, únicamente deseantes. Perdiendo en el camino cualquier tipo de anhelo. Recuperar el ideal griego no debería ser, aunque le pese al deseo del deseante, solo admirar las ruinas que nos han llegado y hacer peregrinaciones anuales al lugar donde se encuentran. El ideal griego fue una forma de inteligencia que aunó, como nunca se había hecho hasta entonces ni como nunca se volvió a hacer nunca jamas, el tiempo de la historia (Él tic tac del reloj) y el tiempo del espíritu (el misterio insondable del alma), dentro del espacio de la ley de la polis. Era como una segunda circulación sanguínea que, siendo incolora, corría invisible y paralela a los latidos rojos de la primera visibles cada día en andar de los atenienses. Como comprenderás, tal y como entendemos hoy el tic tac de reloj y la nula cobertura que le damos al alma, que preferimos equipararla a la mente y a esta estabularla en un cerebro dentro de una calavera, que deambula sobre dos piernas arriba y abajo y de casa al trabajo en las ciudades o metrópolis en que se han convertido las polis griegas, con este mecanicismo imperante, digo, volver al ideal griego hoy solo es posible mediante el esfuerzo sostenido de la imaginación de quien lo intenta, y solo se puede dar en el ámbito de la creatividad humana que, junto con la holística, forman los dos atributos esenciales de nuestra naturaleza. A todo ese colosal esfuerzo los griegos lo llamaban Paideia, y nosotros no hemos llegado nada más que a meterlo en el carpeta de instrucción pública, que, con todas las innovaciones y eufemismos añadidos, a la larga se ha quedado en mera instrucción para encontrar trabajo o engrosar las listas del paro, desplazando lo público al ámbito innombrable aun de las ruinas modernas. Obviamente estamos a años luz de aquel planeta griego y perfectamente fuera de su órbita, sin embargo, cada cierto tiempo siempre hay alguien que nos recuerda su existencia para hacernos ver que estamos muertos y hay que levantar el ánimo y parecer que seguimos vivos. Albert Speer talmente y tantos después de él que no paran, a su manera, de imitarlo. 


En los intermedios de bonanza deseante solo vemos al planeta griego como un estrella cuya luz pensamos que se apagó hace miles de años. Y es que el ideal griego arrastra un inconveniente: inauguró el pensamiento occidental y su vocación de no estarse quieto en casa, es decir, de necesitar pasar a la acción. ¿Que hubiera pasado si el otro Alberto de Nuremberg, Durero, hubiera detenido el tiempo de la historia? Ya montados en el tren de vuelta a Roteburg me vino a la mente la imagen de Alberto Durero a través de la fascinación que había sentido Duarte por la imagen que él mismo, hoy lo llamaríamos selfie, dejó para la posteridad, a sabiendas de que iba a llegar a ella brillando en olor de multitud. ¿En que medida ese retrato  así como la casa donde lo pintó y vivió, con todos los recuerdos que alberga dentro, se pueden considerar una ruina? ¿O lo que nos llega, a través del cuidado y la restauración constantes, es el brillo de las ruinas que tanto encandila al turista moderno? ¿Es de la misma naturaleza el amor que sintieron los renacentistas por el ideal griego que la del que pudieron sentir los románticos o Albert Speer? Él último de los peores románticos. Tengo la sensación de que a medida que nos alejamos en el tiempo histórico, nos alejamos mas y más de su órbita hasta quedar fuera de ella, como ya he dicho, en la misma proporción que se nos aparece la urgencia que tenemos de volver a pertenecer a ella. Eso es, pienso yo con el manual del ideal griego recién bajado de internet, justo cuando la voz del Tirano Absoluto que es el Yo Moderno quiere para si la última palabra, la última frontera, con lo que, tal vez sin saberlo, este pidiendo para todos ser el abanderado de las últimas y definitivas ruinas del planeta. Quizá la serenidad y orgullo sin imposiciones del bello rostro de Alberto Durero, nos lo esté diciendo desde un tiempo en que todavía era posible recuperar los valores perdidos de la inteligencia y el espíritu de los antiguos griegos. No me atreví a decírselo a Duarte, me conformé con creer que estaría de acuerdo conmigo.