viernes, 2 de febrero de 2018

MEDITAR EN NUREMBERG

Que el mundo no tenga dueño no quiere decir que no podamos reconocer el orden que lo sustenta, y cómo y de que manera lo hace. Para entendernos, es lo mismo que pensar la jerarquía no únicamente en términos de sumisión. De alguien que no manda y alguien que no obedece, pero que no están en el mismo plano de quien los mira. El nihilismo que suda el romanticismo más tardío se apoya en este desenfoque para proclamar su fe renovada cuando le llega la última hora del declive, convirtiéndola así en la penúltima. Haciendo de la llegada del mesías una postergada profesión de fe laica. En esas estamos, más o menos, desde hace ciento cincuenta años, que fue cuando surgieron las primeras críticas de la idea absoluta del progreso ilustrado, con la razón lógica indicando la orientación de la brújula del Titanic. El buque insignia se hundió pero no la idea, pues las ideas son por naturaleza flotantes y siempre sobreviven a las catástrofes más ominosas. Desde entonces no levantamos cabeza, agarrados como lapas a las ruinas del naufragio. De esta manera creo no tanto responder como seguir a Duarte, cuando ayer me preguntaba, o preguntaba al mundo, al final del escrito, donde y cuando se perdió el sentido común que tanto echamos en falta. Yo pienso que sentido común bien puede ser el nombre con que, si lo recuperamos, podríamos bautizar a ese orden que sustenta el mundo y que, justamente, niega el pensamiento moderno jadeante mientras trata de mantenerse a flote agarrado a las ruinas que él mismo ha producido. Llegado a este extremo probablemente tenga que aclarar que el orden a que me refiero no tiene nada que ver con recuperar la idea de Todo con mayusculas, sino con la de aprender a unir armónicamente, pero con sus diferentes acordes, todos y cada uno de los fragmentos minúsculos que lo componen. Tiene que ver antes con el enigma del bien que con la banalidad del mal, que desde Arendt ya sabemos que es cosa de tipos que no piensan ni tiene intención de hacerlo. Dicho de otra manera, un día le preguntaron a Albert Einstein que si creía en Dios, el inventor de la física moderna respondió sin despeinarse: sí, creo en el Dios de Bento Spinoza. El que une, sin imponerse a ninguna, todas las partes del Universo. Jerarquía sin sumisión, de nuevo. Un siglo antes de que el filósofo de Amsterdam desarrollara su teoría, Alberto Durero la corroboró en la práctica con su manera de entender lo que significaba la imprenta como unificadora de fragmentos, las piezas que formaban su obra, colaborando, probablemente sin saberlo, a esa idea de orden de la que vengo hablando, que la emergencia incipiente del progreso de su época, el Renacimiento, todavía no se había desarrollado la idea fuerte e ilustrada que lo sustentaba. Lo que responde Albert Einstein, cuatro cientos años después, metido de lleno en el desarrollo de la energía nuclear y arrepentido del todo de sus previsibles consecuencias - hechas realidad, junto con el holocausto y el gulag, en 1945 con el lanzamiento de las dos bombas atómicas - va en la misma dirección, recuperar el orden que, ahora si, la idea de progreso ilustrado, al convertirse en sangrante realidad de millones de muertos, se ha llevado por delante. 


Después de oír y ver lo que hacía Durero, dijo Duarte - mientras dábamos un paseo por el centro de Nuremberg para digerir mejor el tente en pie, que más bien había sido un atascaburras quiero una siesta quiero una siesta - tengo la impresión que el mundo occidental está entumecido. A pesar de que no deja de moverse , dijo, esta siempre en el mismo sitio. ¿Se puede es meditar hoy sobre esto?, dijo ahora en voz alta, cuando la mayoría de las personas se ahogan en este mundo que nos ha tocado vivir bajo la influencia constante del valor cambiante e impredecible de las ruinas que nos rodean. No es indignarse cada día con más fuerza, disparando contra el enemigo exterior inventado, apurando el cáliz de un romanticismo no ya tardío, sino, se mire como se mire, definitivamente inexistente. Meditar sobre esto - ya fue cuando Duarte se lanzó a tumba abierta por la senda del otro lado de lo real, que tanto le gusta y que tan poco frecuenta -  es recuperar esa sumisión individual dentro de una jerarquía común no impositiva, de la cada individuo se sale por un error de cálculo falsamente progresista, a saber, que es la jerarquía común la que nos impide respirar, cuando en verdad es la soberbia de cada individuo la que le impide hacerlo, creyendo que el Progreso bien entendido consiste en respirar cada uno por su cuenta. Contra esta apnea del progreso, o reacción reactiva, meditar, por tanto, es una reacción creativa, es aprender a respirar dentro del océano común del universo al que estamos irremediable, y si respiramos bien, felizmente unidos. Y esto es así porque no puede ser de otra manera. El que más pronto que tarde, disimulos a parte, descubramos que somos conciencia y tiempo, limitados y mortales en un mundo infinito e inabarcable, nos hace humanos y nos impide relacionarnos con ese descubrimiento, que no es otra cosa que el mundo verdadero, de manera directa, de igual a igual para entendernos. No lo soportaríamos. Algo que solo pueden hacer las bestias y los dioses, es decir, los únicos seres perfectamente inhumanos. Ya ves.