jueves, 1 de febrero de 2018

ALBERTO DURERO

Me dio por pensar, después de haber hecho la visita a la casa de Alberto Durero en Nuremberg,  que allí había comenzado todo. Si a dos o tres kilómetros de allí, en la Zeppelintribüne,  había comenzado el principio del final de todo, en la casa del pintor alemán había tenido lugar el principio de tal andadura. Sin que de ello se deduzca, por supuesto, que haya una relación de causa y efecto entre lo uno y lo otro. ¡Que culpa puede tener Durero de los crímenes de Hitler! No va por ahí la asociación la que me refiero. Pero, indudablemente, entre el uno y el otro, entre lo uno y lo otro existe hoy una grieta, una colosal grieta que es donde estamos instalados los que hasta aquí hemos llegado. Y a la que no soy ajeno, como turista accidental que soy de esta hermosa ciudad varías veces Imperial. Es por esa herida por donde respiro. 

Libre de esa las ataduras y espejismo que acompañan al pensamiento lógico matemático, que sigue imponiéndose e imponiendo en todos los ámbitos - tanto en aquellos que les son propios, como en los que no ha sido invitado, pero se cuela de rondón y no descansa hasta hacerse el amo del cotarro  - aquello de que, por simplificar, después de uno viene necesariamente el dos, y que no hay dos sin tres que aparezca a continuación, es cuando el juego de asociaciones adquiere, ante quien se ha liberado de tales bridas, toda su fuerza con la voluntad inequívoca de esparramarse entre todo lo otro y los otros. Alberto Durero vivió a caballo entre los siglos XV y XVI (1471-1528), siendo el artista más famoso del renacimiento alemán. Y para mí uno de los precedentes, sino el primero, del artista contemporáneo, con toda su corte de servidores y paniaguados. Para entender mejor esto que digo, únicamente añadir que Durero nació en plena época de emergencia e implantación de la imprenta de tipos móviles moderna, la gran aportación a la historia de la técnica de Johannes Gutemberg, que vivió durante el siglo XV (1400-1468) en Maguncia, no muy lejos de Nuremberg. ¿Qué había en la casa museo de Durero para que pudiera hacer la asociación que he hecho? Muy lejos de conservarse en su totalidad, tal y como la compró y habitó Durero, sin embargo la casa conserva la huella del artista. Es fácil entender oyendo la autoguía y leyendo lo que rueda por internet que en esa casa vivió y murió un artista, como los que desde entonces no he dejado de celebrar en las visitas que he hecho a las ciudades europeas en las se da la coincidencia que vivió uno de estos personajes, que, desde la época de Durero, solo se les conoce así, con casa, nombre y apellidos. Con todo lo que más me interesó de la visita a la casa del maestro de Nuremberg fue comprobar, como si estuviera tratando con cualquier artista de hoy en día, lo bien que lo hacía y el tiempo que le dedicaba al cuidado de su imagen, no solo como creador sino también como ciudadano que se debía a la comunidad a la que estaba adscrito y que era, al fin y al cabo, la que más celebraba tenerlo como vecino ilustre. Para decirlo de una manera resumida y rápida, Alberto Durero fue un artista que nació de pie. Cómo posteriormente, siguiendo su estela, les sucedió a Rembrant, Velázquez, Picasso, artistas todos ellos que supieron vender con acierto su estampa y su obra, a ella asociada, de manera impecable. Como si eso fuese lo más natural y lo que fuese deseable hacer siempre. En el caso de Durero quiero destacar, por la modernidad que inaugura, el uso que hizo de la imprenta en favor de la difusión y venta de su obra, en concreto la que tenía que ver con los grabados. La reproducción de estos de una manera seriada le permitió, digamos, exportar su obra de una manera impensable hasta antes de la llegada de la imprenta. También destacar como algo que parece de hoy mismo, el afán que el artista de Nuremberg ponía en el seguimiento de que sus obras llegasen a quienes tenían que llegar, para cumplir los propósitos que él se había fijado. Su implicación en la ciudad de Nuremberg y ciudades limítrofes era tal, que todo lo que se proponía tenía bastantes, sino todas, las garantías de éxito. A todo ello le acompañaba, tal y com resaltó Duarte en diferentes momentos de la visita y posteriores a ella, la particular belleza que tenía don Alberto. Lo cual, como ella misma me dijo mientras descendíamos de la parte alta de la ciudad para ir a comer, le facilitaba la conquista del censo femenino de la ciudad. En el aspecto meramente artístico, fuera ya de la fanfarria mediática del momento, Durero tuvo una gran influencia en pintores y artistas posteriores, no solo por su obras sin también por sus escritos teóricos respecto a la reproducción de figura humana.  Cabe destacar entre sus discípulos, por decirlo así, a Rafael Sanzio el pintor italiano muy vinculado al Vaticano.

Cuando nos sentamos a la mesa para comer el tente en pie del mediodía, Duarte disparó filosóficamente al centro de la mesa, es decir, me preguntó, ¿por qué no pudimos seguir así? Seguir, ¿como?, le pregunté a su vez. Como en la sociedad en que vivió Durero, respondió. Le faltaban, continuó Duarte, media docena de enmiendas parciales y dos o tres a la totalidad, pero en el siglo XV lo fundamental para que el ser humano no dejara de serlo estaba ya garantizado en el ambiente de la ciudad vieja de Nuremberg. ¿Que ha pasado para que tuviéramos que llegar a la Zeppelintribüne, en la ciudad nueva? La distancia más corta entre el cielo y el infierno, entre lo humano y lo animal, que yo he visto nunca, conseguida en un tiempo récord, que son 400 años en la historia de la humanidad, a base de inyectar en el mundo una racionalidad fúnebre que se vendió como alegre y emancipadora. ¿Donde se perdió, mientras tanto, el sentido común?, remató Duarte.