Ante las intenciones de dos cicloturistas como Duarte y un servidor, que pretendían dar pedales siguiendo su trazado, decididamente la ruta romántica de este año aparecía brumosa y desdibujada, tal y como le gustaba ver el mundo a aquellos pintores que colaboraron con su visión de la naturaleza a la difusión de la palabra romanticismo, que al día de hoy lo mismo vale para un roto que para un descosido. Sin embargo, el recuerdo de aquel viejo sereno de mi ciudad natal consiguió que volviera a lo esencial de la ruta, independientemente del tiempo atmosférico que me encontrara. Pues lo esencial de la ruta no se encontraba en otro sitio que en su momento fundacional, cuando aquellos jefes militares y civiles norteamericanos decidieron ofrecer a sus subordinados una vía de escape vacacional a las duras condiciones de vida de la postguerra. Fue entonces, cuando íbamos en tren de Nördlingen a Ausburgo dado que decidimos bajarnos de la bici hasta que llegaran tiempos atmosféricos más favorables, que la figura rotunda de aquel hombre con aspecto funeral me hizo ver en mí todo lo que llevaba puesto de espectral, y que, maliciosamente, había tratado de otorgarle a él con la pregunta que hice al final del anterior escrito. No es que yo sea un adicto a las redes de artificio actuales, más bien soy de la vieja escuela del espectáculo radiofónico primero y televisivo después, en la que cabía la posibilidad de decir basta e irte a tomar una caña al bar de la esquina o a darte un paseo a lo Robert Walser, fijándome en los detalles más nimios que me puediera encontrar en mi camino, subrayando una asociación imprevista que, de repente, pudiese surgir entre ellos, lo que más tarde quizá los elevara al rango de lo más importante para mí en ese día que parecía habían querido truncar aquellas ondas o aquella pantalla. Lo que hice al pasarme a mi el calificativo de espectral fue un acto de justicia hacia el sereno de mi ciudad natal y, por extension, hacia todos los serenos representados, quizá de forma inmejorable, por esa voz acusmática, que desde la torre de Daniel advertía de su presencia cada hora, para infundir temor o seguridad, según el caso de cada viandante, a quienes todavía andaban dentro o fuera de las murallas de Nördlingen. Lo espectral bien entendido estaba del lado de quienes, antes de ver con sus propios ojos el torreón de Daniel, ya le han hecho varías fotos con el ojo de su cámara, tal y como pude observar cuando nos acercamos por última vez a su base para confirmar, en el cartel que explicaba la historia del monumento, la leyenda de uno de los episodios que le ocurrió al sereno Daniel, y que le recomendó a Duarte la recepcionista de la oficina de turismo. Una historia que me hizo recordar la mía propia con el sereno de mi ciudad natal, pues la existencia de los espectros o fantasmas - aunque es un fenómeno mucho más presente, paradójicamente o no tanto según se mire, en nuestra época de intercambios digitales dominantes y cada vez más exclusivos, donde participamos de forma activa como nunca antes lo hemos hecho en nuestro propio mundo ilusorio - siempre han existido, aunque como ya he dicho cabía el apagón, cosa que ahora es de todo punto inimaginable. Ya que la modernidad espectral producida por la tecnología digital a la que se siente íntimamente asociada, como dice Martel, “con su insistencia en que nada posee verdadera sustancia, es lo que ha desencadenado este cambio”. Un cambio que determina el modo en que las cosas del mundo y las personas aparecen ante nosotros. Un cambio que de murallas del yo hacia afuera pareciera que salen a combatir llenos de furia los fantasmas (léase en la acepción de fantoches), pero que intramuros sospecho que se guarece el ser humano lleno del mido de siempre. Y es que Manierismo viene de “a la manera de...” Pero nuestros fantoches de hoy no se fijan en la maneras de hacer del sereno de estirpe medieval, sino en el exaltado de la bastilla francesa, quien antes de asaltar la prisión parisina seguro que a aquel lo había pasado por los cuchillas dentadas de su furia.
miércoles, 28 de febrero de 2018
martes, 27 de febrero de 2018
EL SERENO DE NÖRDLINGEN
Lo que había entrado sin contención una vez que lo que de la torre de Daniel, como epítome central del alma humana, ha desaparecido junto con las murallas de la polis o ciudad moderna, ha sido la palabrería de los oportunistas o vendedores de crece pelo - siempre me ha gustado esta imagen asociada al viejo oeste americano. En fin, Platón llamó a esta patulea, que va y viene sin parar de un rincón a otro de la polis sin murallas y des-animada: los sofistas. Y es que todavía recuerdo la figura del sereno cerrando el día de la ciudad o dando la bienvenida a la noche, según como lo mirara mi estado de ánimo, es decir, serenando ese tránsito de la luz a la obscuridad pues es lo que más nos asusta, ya que es la representación diaria de nuestra propia mortalidad. Con ese aire funeral por un lado, yo siempre creí que era debido al uniforme que le obligaban a vestir que no se diferenciaba gran cosa del que llevaban los trabajadores de los cementerios, y la seguridad que transmitían sus pasos acompasados con el golpe seco del garrote que tenía como herramienta laboral, por otro, me conseguía trasmitir una imagen entre el más acá y el más allá cuando me cruzaba eventualmente en su camino. Seguramente era una imagen nada intencionada por su parte, esa de pertenecer a la clase de seres intermedios propios y apropiados a ese momento de transición, que todos los días experimentábamos calladamente quienes antes habitábamos las pequeñas ciudades. La experiencia yo siempre la viví en esos años de la mano de mis padres, antes de que abandonásemos la ciudad por razones, según me contaron el mismo día que cogimos el tren, de mejora y progreso. De vuelta a casa, principalmente en las tardes del buen tiempo - como decía mi madre - que, como no, coincidía con las tardes de primavera y verano. Para mi madre, como para casi todo el mundo, excepción hecha de los técnicos incipientes de la meteorología, las tardes de invierno y otoño pertenecían a lo que el resto del mundo coincidía era el mal tiempo. Una distinción que, cuando años más tarde le presté más y concentrada atención, me di cuenta que era el correlato a la transición de los días hacia las noches. Al llegar a la edad adulta empecé a pasar algunos días de vacaciones en mi vieja ciudad natal y provinciana. Entonces me gustaba salir sólo a dar un paseo por su parte monumental, para ver si me encontraba con aquella figura espectral del sereno. Yo entonces ya era un urbanita de la gran metrópoli, más que convencido lleno de contradicciones tópicas de esas que fui acumulando no se a ciencia cierta cómo ni donde, propias de quienes nos acostumbramos a ese papel de saltimbanqui por obligación. Lo de espectral que yo atribuía al sereno de mi ciudad natal, se me fijó en la memoria una vez que me fui y la distancia fue definiendo mi relación con ella, al tiempo que mi identidad se afianzaba alrededor de esa imagen espectacular que poco a poco también se fue apoderando de la gran ciudad donde mis padres habían decidido que continuásemos nuestras vida familiar. El día que lo vi, en mi primer viaje de vacaciones, noté un extraño giro, por decirlo así, en mi mirada que no me ha abandonado, creciendo incluso paulatinamente, hasta hoy mismo. ¿Quien era el espectro, el sereno o yo?, me pregunté mientras lo veía acercarse hacia mi, con su andar cansino, su voz cantarina y elegante y sus golpes de bastón acompasando sus pasos.
Al día siguiente el tiempo había vuelto a entrar en lluvia constante y abundante. Más un frío otoñal impropio de finales de verano. Así que decidimos neutralizar el trayecto hasta Augsburgo en tren, pues en esta ocasión teníamos la estación a cien metros del hotel. Poco antes dimos una última vuelta por las calles de Nördlingen y Duarte entró en la Oficina de turismo para pedir información. En ese momento fue cuando nos enteramos de que había sereno en la ciudad imperial, pero su voz, desde hacía unos años, se alzaba cada noche, ahora enlatada, desde el torreón de Daniel sobre el silencio de toda la ciudad, advirtiendo de su presencia a quienes se pudieran encontrar en ese momento más allá incluso de sus murallas.
lunes, 26 de febrero de 2018
EL TORREÓN DE DANIEL
Ya hace casi cien años que Proust dejó escrito que una imagen, de las múltiples que nos ofrece la vida, nos traía en realidad sensaciones o evocaciones múltiples y diferentes. Algo así fue lo que me paso a mi con el torreón de Daniel de Nördlingen. Lo primero que vi, nada más que Elvis nos dejó en la ciudad imperial de la ensaimada, fue la iglesia de San George anexa a la cual se encontraba el torreón que menciono, desde el cual, también fue lo primero que leí al pie de su imponente estructura, en la época imperial se llevaba a cabo el control de entrada y salida por las diferentes puestas de la ciudad, y la vigilancia cuando llegaba la noche. Apartándome de la idea de matriz historicista conocida como el continuo global de la imagen, las ciudades amuralladas, tal y como nos han llegado hasta el momento actual, son algo más que el testimonio renovado de una forma de concebir el urbanismo felizmente superado. Lo que quiero decir es que son algo más que una traza urbana. Paseando por una ciudad amurallada puedo tener una sensación de Libertad que es imposible rodando (es igual a que velocidad) por una autopista. Lo cual me ha hecho reflexionar sobre ese sentimiento, llegando a la conclusión de que no es un patrimonio asociado de forma exclusiva a los lugares abiertos ni a las sociedades modernas. Elvis, en su afán por ser amable y, también, por hacer su jornada laboral más llevadera, nos había hablado del torreón Daniel como uno de los atractivos, a parte de las murallas, que no debíamos dejar de visitar. Me resultó sorprendente que un hombre de aspecto tan indudablemente de hoy en día, hiciera incapié en esos detalles tan, digamos, antiguos. Cuando Duarte le preguntó el por qué de ese interés, Elvis vino a decir, según traducción de Duarte, que desde el torreón Daniel se hacía, para entendernos, la función de los antiguos serenos en España.
La mejor palabra que define al torreón de Daniel es “entre”, que es la que a su vez define ese sentimiento profundo que llamamos alma. Y es que el torreón de Daniel no dejé de verlo durante el recorrido que hicimos dando la vuelta completa a la muralla. Lo que lo convirtió ante mi mirada en el alma de Nördlingen. Probablemente las palabras de Elvis, debajo de esa coraza de entrañable perdonavidas, nos trataron de insinuar algo de esto. Algo, por otra parte, comprensible si tenemos en cuenta que las ciudades que han perdido sus murallas medievales han perdido, no quiero decir su alma porque yo no soy quien para hacer este tipo de prescripciones, pero si al menos el centro desde donde ella operaba. La caída de las murallas en nombre de la higiene que demandaba el Progreso abrió un horizonte de salud indudable, pero con el paso de los años se ha convertido, paradójicamente, en salud enfermiza, que probablemente no afecte en su peor morbosidad al cuerpo, pero si a eso que, repito, llamamos alma. Que se encuentra entre el sujeto y el objeto, el Yo y el Otro, entre el que habla y el que escucha, entre el sonido y el silencio, entre lo de afuera y lo de adentro, entre arriba y abajo, entre lo que se sabe y lo que se ignora, entre lo sólido y lo liquido, entre lo de allí y lo de aquí, entre la quietud y el movimiento, entre lo visible y lo invisible. Entre, es decir, Flotante. En su indiscutible y sólida robustez el torreón de Daniel me pareció mientras iba dando la vuelta a la corona amurallada, y si me atenía a la misión que le habían encomendado durante tantos siglos, un espacio y un tiempo flotante. Hay que subir 71 metros distribuidos en 8 plantas, escalón a escalón, para llegar a la cima del torreón de Daniel, y divisar los tejados de la ciudad, y más allá, los bordes que dejara hace miles de años el meteorito. Desde allí arriba puedo decir que divisaba todo, incluso localicé los campos de las dos batallas de la Guerra de los Treinta años que, como ya he dicho en otro escrito, allí tuvieron lugar.
viernes, 23 de febrero de 2018
NÖRDLINGEN
A vista de pájaro, que es como muestran las guías turísticas o wikipedia la imagen ideal de Nördlingen, que fue también la primera imagen que yo tuve de la ciudad bávara antes de iniciar el viaje, lo que se observa es una gran ensaimada rodeada de una irregular mancha verde, entre la que se atisban todo un conglomerado de edificios de diferentes alturas, ninguno de los cuales sobresale en demasía por encima del recinto amurallado. Escenario de dos batallas (la de 1634 y la de 1645) acontecidas durante la guerra de los Treinta Años, la antigua Ciudad Imperial de Nördlingen se encuentra a lo largo de la Ruta Romántica, en medio de un cráter de meteorito, caído hace 15 millones de años, cuya extensión es de casi 25 km de diámetro. Acompañado de la vista del pájaro y de este puñado de datos de wikipedia a las espaldas, inicié mi visita a Nördlingen. La lluvia, que nos acompañó durante todo el trayecto, daba la impresión de que no tenía intención de abandonarnos en lo que quedaba de día. Antes de despedirse, Elvis nos indicó, mejor dicho se lo indicó a Duarte, dos o tres sitios que no podíamos dejar de visitar y, como no, nos recomendó con particular entusiasmo la vuelta al anillo de la ciudad amurallada que se encontraba en perfecto estado de revista. Pienso que Elvis colaboró lo suyo a que mi mente se dedicara a su melancolía y mi cuerpo a su reposo, de cuyo acuerdo resultó que me desapareció la sensación de tristeza del día anterior. Cuando Elvis me dio la mano para despedirse, antes de subirse de nuevo al autobús, me dio la impresión que también su mente estaba en otro lado. A mi mente no le convenía, digámoslo así, verlo únicamente como un conductor de autobuses de servicio regular entre Würzburg y Fussen, principio y final de la ruta romántica. A mi mente le convenía verlo como un personaje inventado, no tanto para realzar el adjetivo romántico de la ruta, como para avivar mi disposición sobre ella una vez que me volviera a subir a la bicicleta. De esta manera, dada la complicidad que había tenido con Duarte a la hora de subirle y bajarle la bicicleta, también sería una fuente de interpretación del viaje, como lo habían sido antes en Roteburg el dueño de la pensión Elker o Robin de Tesalónica, que nos hizo de guía en nuestro viaje a Nuremberg. Una interpretación del viaje que lo es, sobre todo, de mi propia vida. Y es aquí donde yo veo la distinción entre tristeza y melancolía. En la falta, en el caso del origen de la primera, de ese horizonte de personajes inventados o de realidades que haya que imaginar sobre la marcha para que todo no sea solo la topografía que indican los mapas. Lo que hace, cuando eso no soy capaz de evitarlo, que se me acabe imponiendo la dureza intransigente de la realidad geográfica o humana - bien sea en forma de lluvia o de un puesta de sol acompañada de la salida de la luna llena por el lado contrario, bien sea en forma de las palabras tan amables como previsibles de la recepcionista del hotel o pensión donde nos hospedemos cada día - y el alejamiento, con peligro claro de desaparición, del mismo horizonte de eso que se llama mundo. Fue por ello que, a pesar de que la lluvia apretaba y el frío húmedo se hacía cada vez más inclemente que es cuando se mete en los huesos, me entró una alegría imprevista cuando Duarte me propuso dar la vuelta a la ensaimada, que coincidía con todo el recinto amurallado, a la sazón, como pudimos comprobar, perfectamente conservado. Así al menos paseamos bajo cubierto, como si fueran unos grandes soportales de una gran plaza porticada, me dijo Duarte para convencerme. Yo estaba a lo mío, disfrutando de esa alegría sobrevenida que iba a acompañar a la melancolía que había tomado el mando de mi ánimo, lo que debió hacer que las facciones de mi rostro mantuvieran un aspecto inexpresivo cuando Duarte me hizo la propuesta. Te apetece, o no, me dijo con insistencia, si no quieres venir yo doy la vuelta a la muralla y después quedamos donde me digas. Si, si vamos juntos, es lo que más me apetece en este momento, le respondí apresuradamente. Al subir al paseo de la muralla se adquiría una perspectiva general sobre la ciudad que, aunque me alejaba de los detalles, no rebajaba en absoluto su interés. Lo primero que me vino a la cabeza fue lo que no era capaz de ver, pues la trama urbana y de bosque que se había desarrollado extramuros lo ocultaba: el lugar exacto del campo de batalla donde se produjeron los dos enfrentamientos entre católicos y protestantes durante la Guerra de los Treinta Años del siglo XVII. Hay en esos treinta años de ese siglo un presentimiento oculto, y probablemente indescifrable, que tendría su ceremonia final en los treinta años del siglo XX. Un presentimiento de que en el siglo XVII creyéndose la civilización occidental en el inicio de su mejor momento de gloria, lo que estaba principiando era justamente lo contrario: una de las formas posibles de su acabamiento. Al final del recorrido no conseguí averiguar, aunque Duarte con su amabilidad traductora lo intento en diferentes ocasiones, la ubicación del campo o los campos de aquellas lejanas batallas del siglo XVII. Desistí de seguir intentándolo pues, dada la extensión de la trama urbana y de bosque que había crecido alrededor de las murallas, lo más probable es que sobre aquellos lugares de enfrentamiento cruel habrían levantado pisos o apartamientos o diseñado algunos de las zonas verdes que se divisaban, donde hoy vivirían o pasarían sus ratos de ocio apacibles contribuyentes alemanes. Opté por no marear más la perdiz y dejar las cosas como habían llegado hasta ahí. Pues, tal y como las veía desde el paseo amurallado, bajo esa cortina neblinosa que cubría toda la antigua ciudad imperial, pensé, no en la bondad y la justicia de los hombres como hacedoras de aquello, sino en algún tipo de milagro que, como todos los milagros, era de procedencia desconocida.
jueves, 22 de febrero de 2018
ELVIS
La tristeza a que me refería ayer, dicha como algo más físico que emotivo tal y como me sentí nada más que Duarte tomó la decisión de no pedalear ese día, anclaba sus raíces, según como lo pensé después, en un antiguo temor que he oído tiene todo viajero, a saber, el ponerse a viajar para no llegar. Los que así razonan no se refieren al no llegar físicamente, sino no hacerlo con la conciencia que, es bastante probable, se haya quedado enredada en su propio laberinto. La tristeza que, en ese momento, impremeditadamente se me había echado encima, tenía que ver tanto con el descanso que le iba a dar al cuerpo, como con la confusión en que se iba a meter mi mente. Una confusión mental que una vez se supiera ya libre de las molestias que no le iba a proporcionar un cuerpo en reposo, seguramente derivaría, como así sucedió, hacia ámbitos mas propios de la melancolía, en los que aparecerían las eternas disputas entre el espacio y el tiempo. Digo que en estos días de transición me da por ponerme melancólico, porque es lo único que se hacer. Es cuando ante un destino congelado en el horizonte, por decirlo de alguna manera, aparecen con más nitidez los perfiles de lo que sea eso que llamo, porque así lo llaman, mi carácter. Lo primero que me vino a la cabeza, estando como estaba de vacaciones en la estación del verano, fue pensar en el otoño. No del otoño por venir, ni del otoño anterior, ni de cualquier otro otoño, sino del otoño como ámbito intemporal, infinitamente más grande que cualquier espacio que pudiera yo ocupar montado sobre una bici. Lo curioso del asunto, ya me a pasado otras veces, es que no se me ocurre pensar en otra estación que no sea esa. Supongo que es esto tiene que ver el cuerpo en reposo que no lo debe estar tanto. Más allá de lo que pudiera imaginar con la mente, sentado tras los cristales de la cafetería donde esperábamos al autobús que nos llevaría a Nördlingen, lo indiscutible era que la lluvia caía a cántaros y el mercurio del termómetro que había a la entrada se había desplomado a menos de diez grados, lo cual, como es fácil deducir con esos datos, nos había metido de lleno en pleno invierno. Ni que decir tiene que la confusión en mi mente avanzaba, también la melancolía en detrimento de la tristeza primera. Después de detenernos en Dillingheim, “donde el conductor - como dice Duarte en su diario - a lo Elvis Presley, mano en micro, nos da 30 minutos para dar una vuelta. Bajamos a visitar las calles con casas triangulares, también rodeada de una muralla y con puertas que en su día se cerraban o se abrían a los extranjeros. Después de un breve paseo se llega a la plaza del Mercado, donde están preparando kioskos como si fuera un mercadillo medieval. Habrá que consultar que celebran. Luego entramos en la iglesia para saludar de nuevo a los amigos de Jesus, siempre estupendamente recogidos, en todas las posturas y texturas, piedra, lienzo, madera, o metal.” Al final llegamos a Nördlingen a media tarde. Elvis Presley no pudo evitar hacer un alarde de sus dores interpretativas. Se bajó del autobús de un salto, como hacía el camionero rockero de Memphis, y con esa seguridad que se sacan de no se sabe donde los camioneros o los rockeros, le sacó a Duarte la bicicleta del maletero. Como ella también es motera no anda escasa de esos ademanes que lucen los del mundillo, muy próximo, como todo el mundo sabe, al de Elvis. Yo desde la cera de enfrente observaba la escena, al lado de mi bicicleta que acababa de sacar del maletero, con el temor de que se pudiera liar una entre moteros, o entre rockeros, o entre camioneros. Vaya usted a saber. Ya en el hotel, Duarte me confesó que Elvis le había parecido un tipo muy divertido. Nada más me dijo eso, aunque yo trate de averiguar el por qué. Así que deduje que yo había incurrido en un error o distorsión prismática, seguramente inducido por la confusión en que me encontraba, entre un cuerpo varado y una mente sin interruptor a mano que le dijera basta. Este es el momento, ya me ha pasado en otras rutas cicloturistas, en que empieza a palidecer el ideal que tengo formado de este tipo excursiones. La verdad, he de confesar, es que no domino la poética del viaje llevada a la práctica. Como con el mar, que solo me gusta verlo desde la orilla, el viaje como más me atrae es leerlo escrito sobre un libro. Por ejemplo, me vino a la cabeza, mientras iba en el autobús, un pasaje que me fascina y que es el que abre el libro, Vértigo, del escritor alemán W. G. Sebald. Dice así, “A mediados de mayo de 1800, Napoleón cruzó el Gran San Bernardo con 36000 hombres, empresa que hasta aquel momento se había tenido casi por imposible (...) Uno de los pocos participantes de esta travesía legendaria de los Alpes que no acabaron en el anonimato fue Henri. Beyle”. No hace falta recordar que uno de los libros fundacionales de la cultura occidental es un libro que cuenta un viaje con una guerra de telón de fondo, La Odisea, y que Henri Beyle es el nombre verdadero de Sthendal, además de una gran novelista fue un excelente cronista de sus propios viajes. Bien mirado, pensé ante la ayuda inestimable que me habían proporcionado los grandes logros de mi memoria, no hubiera necesitado llegar hasta la ruta romántica para poder haber viajado a través de la ruta romántica. El enfoque, el tono, en fin, la música que me debería acompañar en este recorrido son atributos o asuntos que se tenían que dilucidar en el interior de mi conciencia, la cual, por mor de tener que disputarle el protagonismo al cuerpo y a la lluvia, me daba cuenta de que no andaba muy dispuesta a entregarse a semejantes refinamientos.
miércoles, 21 de febrero de 2018
DIA DE TRANSICIÓN
Nada más levantarme me acerqué a la ventana de la habitación del hotel y dije en voz baja: hoy día de transición, que en jerga cicloturista significa que no íbamos a dar pedales, ya que estaba lloviendo, y tenía pinta de no dejar de hacerlo en las próximas horas. Ergo, teníamos un problema: cómo salir de Feuchtwagen para llegar a Nördlingen. Normalmente en estos casos de adversidad climática suele haber cerca una estación de ferrocarril, cuyo trazado suele ir también normalmente paralelo a la propia ruta ciclista, donde de una manera rápida y cómoda encontramos la solución al parón ciclista. La cosa va así, nos montamos con las bicis en el primer tren que salga y en un par de horas o tres estamos en la ciudad o pueblo de destino, transbordos incluidos. En Alemania siempre se hacen transbordos, raramente el trazado del itinerario es lineal, lo cual dice bastante de su forma de pensar. En esta ocasión, sin embargo, no concurrían ninguna de esas variables, o para que así fuera teníamos que pedalear en sentido contrario a donde nos dirigíamos un buen puñado de kilómetros. Y fuera no solo no dejaba de llover, sino que la lluvia arreciaba a medida que avanzaba la mañana. Al parón improvisado del cuerpo le corresponde casi de inmediato una emergencia tumultuosa del alma, o de la mente, siempre que a ésta última no la entendamos como un mecanismo anexo del cuerpo. Éste agradece tomarse un copioso desayuno rodeado de moteros, que parece que están dirimiendo sobre cómo afrontar la jornada bajo la lluvia. En su caso no hay más alternativa que salir o quedarse donde están y esperar que escampe. No hay tren que acepte cargar con esas descomunales motos. Aunque el buen equipamiento que llevan parece, según me traduce Duarte, que no les impedirá ponerse en ruta. Pero antes cualquier cosa puede suceder entre ciclistas y morteros, teniendo en cuenta su afinidad estructural. Una moto, al fin y al cabo, es una bicicleta con motor más o menos potente. Por lo demás, la hermandad de las dos ruedas nos une a todos allí donde coincidimos. Justo lo contrario que la hermandad de las cuatro ruedas, que tienen una relación enconada entre sus miembros y vehículos. De hecho, Duarte, que también es montera, no tardó demasiado en intercambiar unas palabras con el motero que tenía más pinta de motero que, como no podía ser de otra manera, conducía una Harley Davidson (el sueño alado de Duarte). Iban en la misma dirección que nosotros, siguiendo la ruta romántica por carretera pensaban llegar hasta el final en Fussen, en las estribaciones de los Alpes. De repente, el motero motero y Duarte se dirigieron hacia la puerta de salida del comedor del hotel donde estábamos desayunando. De mi, en ese momento, estaba empezando a apoderarse el estado de ánimo que presentía me iba a acompañar todo el día. Notaba que me abandonaba la energía, y la luz que siempre le acompaña, que suelo sentir antes de subirme a la bici, empujada por una obscuridad que no me venía del cansancio acumulado, sino justo de saber que ese día no iba a cansarme. Esta trataba de ocupar a toda prisa, sobre todo noté el acelerón cuando Duarte salió con el motero motero, el hueco que aquella dejaba. Tampoco es que fuera, digamos, un irse de la una para no volver jamas y un llegar de la otra para quedarse para siempre. Era más bien un acunarse entre ellas, a veces, o un darse codazos, en otros momentos. De esta naturaleza era el estado de ánimo de que he hablado antes. Cuando Duarte volvió a la mesa donde habíamos desayunado la noté pletórica. Le pregunté que si le había pedido al motero motero que le dejara dar un vuelta con la Harley Davidson. Me respondió que no, aunque no por falta de ganas pensé yo a continuación. Lo que sí me dijo es que el grupo de moteros habían decidió continuar el viaje, a pesar de que uno de ellos se había dejado parte del equipo de lluvia en su casa. Cuando salimos del hotel para averiguar las posibilidades que el transporte público de la ciudad nos ofrecía de salir de allí y llegar a nuestro destino, no había nadie por la calle. La obscuridad que no venía del cansancio tomó, entonces, todo el protagonismo de que fue capaz en forma de una tristeza creciente. Era como si, aprovechando la relajación de los músculos del cuerpo, incumpliendo los cánones de la autoayuda yogista, los músculos de la mente se creyeran con derecho a todo. Lo cual demuestra lo poco dispuesto que estoy a hacer yoga para dejar la mente en blanco. La quietud del cuerpo la entiendo, más bien, como la oportunidad que tiene la mente de desplegarse sobre lo otro. De aprender de ese itinerario que, en su trazado más idóneo, es un viaje a través de lo que no conozco, lo que en última instancia es un viaje, si soy sincero conmigo mismo, hacia la muerte. La que tanto tememos porque siendo la fuente de toda sabiduría es de la que no queremos saber nada. Cuando llegue llegará, dicen los más acojonados, como si dándole la espalda los ojos de su mente no la dejaran de tener siempre delante. Al final hemos tenido suerte, le dije sin saber por qué a Duarte. Es la forma de renovar mis prejuicios allá donde me encuentro y donde también menos procede.Toda esa lotería consistía, sencillamente, en saber, como la experiencia me lo iba confirmando, que la organización del trasporte público alemán llega a cualquier rincón. Pero los prejuicios son parte indisoluble de la mente, y mi mente creo recordar que había tomado el mando, debatiéndose todavía entre viajar hacia la obscuridad o permanecer ahíta de frío en medio de la luz mortecina del ambiente. Después de visitar la oficina de turismo de Feuchtwagen, supimos la hora exacta a que salía el autobús que nos llevaría a Nördlingen, y la parada donde recogía a los viajeros y, por supuesto, a las bicicletas que nos acompañaban.
martes, 20 de febrero de 2018
FEUCHTWAGEN
Por seguir a Parménides, en esta encrucijada que se me apareció después de la visita a Nuremberg, desafiar la vida, ¿quiere decir reivindicar el derecho a enfrentarte a lo que es más grande que uno mismo y siempre lo será porque nunca lograrás entenderlo? Desafiar la vida es el Anhelo Primordial. Entonces, ¿qué es lo que aparece en nuestro horizonte con vocación de ser satisfecho una y otra vez, y cuantas hagan falta? El Deseo de adaptarte a la propaganda de la vida. De repente me entró la duda de si pedaleando sobre el trazado de la ruta romántica, con toda su propaganda turística a la altura de los ojos, me estaba permitiendo llevar a cabo semejante desafío. O dicho de otra manera, la experiencia de la visita a la ciudad de Nuremberg había abierto en mi una de esas grietas que ponen en peligro la estabilidad del barco. Las ruinas que había visto en la ciudad imperial, testimonio del último gran desafío al que se enfrentó la humanidad, ensombrecían más si cabe las palabras del filósofo griego. ¿De qué desafío hablaría hoy el filósofo griego delante de esas ruinas? ¿Como y cuando detenerse ante lo que es más grande que uno, sin, al mismo tiempo, dejar de intentarlo? ¿Se puede interpretar como el correlato del saber que no nos entendemos, pero que, al mismo tiempo, no podemos dejar de intentarlo no porque lo vayamos a conseguir, sino porque si no lo intentamos nos volveríamos locos? Yo pienso que Parmenides, hoy como ayer, nos pone al pie de los caballos de nuestra propia mortalidad. O sea, que el tercer reich no fue la representación primordial de un anhelo, como parecía hacer creer la propaganda oficial con Leni Riefenstahl al frente, sino la satisfacción individual y colectiva de una colosal deseo. Unas vidas a las mil máscaras de cada una pegadas. Y lo más pavoroso es que ahí seguimos.
Le dijimos adiós al dueño de la pensión Elker y nos volvió a recordar lo feliz que le hacíamos al ver que utilizábamos el clásico motor de sangre y no el eléctrico, como cada vez utilizan más incluso los ciclistas más jóvenes. El camino que nos llevaba desde Roteburg a Feuchtwagen era sinuoso, para entendernos, similar a un escalectric. A lo que tuvimos que añadir algún despiste tratando de eludir las carreteras por donde circulan a toda velocidad los coches. Después de unos cuantos días pedaleando sin más ruido que el de la naturaleza (no cuento el pedaleo urbano de Nuremberg, ya que la bici en las grandes ciudades es nuestro medio de trasporte) nos asustó tener que volver a compartir la carretera con los vehículos. Tras varias preguntas a unos amables transeúntes, hablando medio alemán, medio inglés, conseguimos retomar la ruta ciclista y sus indicadores verdes. Al llegar a Feuchtwagen el tiempo atmosférico amenazaba cambio. El que había abierto la grieta en mi conciencia continuaba buscando, por decirlo de alguna manera.
lunes, 19 de febrero de 2018
EL SILENCIO DEL MAR, película de Pierre Boutron
El caso fue que un amigo me recomendó que viera la película “El silencio del mar”, de Pierre Boutron, que a él le había parecido muy buena. Y como ahora tenemos entre manos el estudio de los asuntos del alma, interpreté que la bondad de la película era una expresión que le salió de su alma. Deduje, entonces, que si la cosa iba entre almas (mi vino a la cabeza que hay una película que se llama Entre copas) valía la pena verla. No me equivoqué en la apreciación. Teniendo en cuenta los riesgos que acepta el director en la puesta en escena, el amor que surge entre un oficial nazi y una profesora de piano de un pueblo de la Francia ocupada. Valga decir, que Boutron vuelve sobre lo que Melville había filmado por primera vez allá por los años cuarenta. ¿Cómo se pueden hacer visibles los anhelos del alma, sin que se vean entorpecidos por los deseos del cuerpo, en un contexto tan hostil a esos menesteres y entre dos personajes destinados a realimentar su odio nada más verse? En fin, ¿cómo hacer viable lo que siempre está oculto en las relaciones habituales entre personas, piensen lo piensen o esté Dios de su lado o en contra? Antes de ver la película parecería una pregunta impertinente a un cuerpo como el nuestro en la actualidad pertinaz en su positivismo mecanicista, o, por decirlo con otras palabras, una pregunta imposible de contestar por un cuerpo más espiritual? Pero después de verla, a mi entender, obró el milagro de sentar alrededor de una mesa a seres tan disímiles. Los dos, si son honestos consigo mismos, habrían descubierto, a tenor de cómo se cuenta la historia, la dimensión exacta de su ignorancia. Y hablo de honestidad del espectador en el momento que se encuentra delante de la pantalla, pues este es el punto de vista que el narrador le exige al espectador, para estar a la altura de la de los protagonistas. Pues en la escena final de relato, no puedo no creer al oficial nazi e igualmente no puedo no creer a la profesora de piano. Y el espectador no puede hacerlo porque, aunque me parezca increíble de acuerdo a las expectativas que se me levantaron al principio, estoy con ellos compartiendo ese lugar permanente donde no tiene cabida las palabras habituales con que justificamos lo que hacemos, y menos los asuntos que no entendemos. Digamos lo permanente, lo que sucede independiente del uniforme que llevamos puesto y del lado moral que hayamos decidido ocupar, incluso en situaciones históricas tan aparentemente indiscutibles a la hora de tomar partido, como es la experiencia del nazismo.
De donde sale ese nazi tan educado y de donde ese paulatino interés por esos modales inopinados de la profesora de piano es un misterio. Sin embargo, el misterio se va apoderando de la atmósfera de la película, aunque el insiste en su comportamiento y ella en su silencio por que aquel ha ocupado su casa contra su voluntad. Un misterio como lo es la música de Bach que los une y empapuza, hasta el adiós final de ella, únicas palabras que le dirige durante toda la película, antes de que él parta sin ninguna convicción para el frente ruso seguramente a morir por Alemania y porque así lo quiere el Furher. Un misterio que está hecho del mismo “material” de ese lugar, también misterioso, de donde viene lo que vemos de la conducta de él, que se abre paso sin aparente resistencia entre el dogma de odio e hierro de la ideología que su uniforme representa, y de la conducta de ella que se abre paso igualmente contra su férrea voluntad de resistente. Un lugar misterioso que es imposible de topografiar con ninguna de las técnicas más modernas de representación gráfica de las superficies terrestres y, por extensión, de la superficie del cerebro del cuerpo humano que por ellas transita de aquí para allá cada día. Cualquier intento por parte del espectador de querer revelar ese misterio es confundirlo, y confundirse, con el suspense propio de las pelis de este género, cuyo pacto con el lector es asegurarle que es lo suficientemente inteligente o perspicaz como para desentrañarlo. Los une la música, que es donde se encuentra la esencia verdadera de lo que son, como para los antiguos alquimistas la moneda redonda de oro o de plata tenían la misma esencia que el sol y la luna. Y lo realmente deslumbrante es que el carácter explícito de las imágenes de la película sean capaces de llegar a la intimidad del espectador, tan ambigua y delicuescente. Tan difícil de dejarse abordar por un lenguaje tan directo y evidente como el de las imágenes, y dejarse a continuación acompañar hasta esa esencia de los protagonistas, que, al tiempo, da forma al lugar donde se está dirimiendo la esencia de todo lo que está viendo, por otro lado, como una película más de la larga lista que dan cuenta de la experiencia de la ocupación de Francia por los militares del régimen nacional socialista.
viernes, 16 de febrero de 2018
INFIERNO, INFIERNO, INFIERNO
¿Que es lo que primero se le puede pasar por cabeza a quien de forma entusiasta se engancha al viaje en twiter, #Dante2018, para leer la Divina Comedia? ¿Qué puede significar este viaje medieval para unos twiteros acostumbrados, aunque nada más sea de oídas, a los más extravagantes de los periplos de hoy en dia? A cuya nómina hay añadir, como no, el que está imaginando Elon Musk con destino a Marte. Pienso que en la imaginación del viajero actual cabe cualquier cosa menos la necesidad de reconocer el orden de su ser, que su pensamiento moderno, al que está adscrito de manera irrenunciable, se empeña en hacerle creer que no existe. Conversar con Dante, pienso yo, debería ser el intento de reconocer el orden positivamente religioso de los sueños y del espíritu de quien hoy ha tomado esa osada y creativa decisión. ¿Lo puede admitir ese “Estoy la última, que es lo mismo que decir que estoy a la moda o estoy en la vanguardia”, todo ello santo y seña del Yo Listillo Moderno? Mira que no paran de advertírselo las preocupaciones que muestran en sus escritos filósofos y literatos, incluso antes de que toda esa muchedumbre se arracimara como una lapa alrededor de los artificios de las redes sociales, “vienes al mundo para saber por qué vienes al mundo, pero eso tiene un peligro, que si tu “Yo Listillo Moderno” trata de entender (literalmente) la vida, es casi seguro que lo convierta todo en una fiesta. Ahí precisamente estamos, cuando vas y se te ocurre engancharte a leer en twiter la Divina Comedia de Dante”. ¿Honestamente, crees que estás en condiciones de asistir a esta nueva fiesta?
En el primer capitulo de su libro “En los oscuros lugares del saber”, Peter Kingsley escribe algo que me sigue pareciendo un misterio, que se hace más oscuro e inabarcable, si cabe, al compararlo con la ligereza con que se acercan los twiteros dantescos a la Divina Comedia, si me atengo a sus breves twits que, dentro de la lógica que impone el artificio, dejan ver al respecto. Dice así Kingsley: “si tienes suerte, lector, en algún momento de tu existencia te encontrarás en un callejón sin ninguna salida. O para decirlo de otra manera: si tienes suerte, llegarás a una encrucijada y verás que el camino de la izquierda te lleva al infierno, que el camino de la derecha lleva al infierno, que la carretera que tienes delante lleva al infierno y que, si intentas dar la vuelta, terminarás en un completo infierno. Todos los caminos te llevan al infierno y no hay escapatoria, no tienes alternativa. Nada puede ya satisfacerte. En ese momento, si estás preparado, empezarás a descubrir dentro de ti lo que siempre has deseado y nunca has podido encontrar”. Me atrevería a decir que es el sentimiento que, no de una forma simultánea pero si diacrónica ni con igual intensidad en cada caso individual o colectivo, domina la existencia actual de quienes circulan sin parar de un lado para otro dentro de un trajín que parece no tener principio ni final, únicamente presente. El que todo el mundo se afane por transmitir el sentimiento contrario, a saber, que vivimos en un mundo que se parece a un gimnasio donde, con un buen entrenamiento, todo tiene arreglo y explicación, y que, por lo tanto, no hay nada por lo que preocuparse pues nuestro destino final es, para hablar en clave dantesca, el cielo. Siempre hablan de entrenamiento nunca de miedo o de dolor. Ninguno de los temores, que han acompañado durante siglos a nuestros antepasados en sus desplazamientos físicos o mentales, parece que formen parte de la herencia recibida por los twiteros dantescos o de lo que sea el gancho, al que de repente les surge la necesidad de engancharse. Otorguemos, sin más demora, a los enganchados de toda laya y condición el honorable título de ser epítome honorable de lo que hoy significa viajar, ya sea de forma física o mental. Pues, volviendo con los enganchados de la Divina Comedia, no demuestran temor alguno a irse con Dante para nada, o a “morir” en el intento, o a dejar el enganche solo por cansancio, o porque el viaje de Dante los pueda vencer poniéndolos delante de su auténtica naturaleza. Nada hay en sus breves palabras que haga sospechar algo parecido a eso. Solo, a veces, algunos de los twiteros muestran un leve entusiasmo por “experimentar” cómo llegar con palabras antiguas al cielo. Tenga eso que ver, tal vez, con el hecho de darle cancha a su morbo comparativo respecto a como han llegado ellos, con sus palabras de hoy, a lo que creen que es el paraíso moderno. Dante se mueve en una verticalidad ascendente, que va del infierno al cielo pasando antes por el purgatorio. Busca alcanzar desde la vulgaridad de la vida humana la excelencia divina. Sin embargo, los twiteros no abandonan, ni quieren hacerlo, el infierno en que se transforma la horizontalidad de lo igual donde habitan. Sigan, o no, los pasos del gancho de turno.
jueves, 15 de febrero de 2018
ESTRABISMO EDUCATIVO
Es bastante corriente toparme con entrevistas o artículos donde de manera reiterativa los protagonistas insisten en que hay que cambiar el modelo educativo vigente, pues se ha quedado obsoleto. No puedo por menos de pensar, entonces, en la obsolescencia calculada, a la que todo lo que se encuentra bajo la influencia de la sociedad actual está de una u otra manera destinado. Desde los ordenadores, pasando por las calderas de calefacción, hasta los sistemas de sanidad o educación pública vienen con fecha de caducidad en las etiquetas. Los expertos en neuroeducación aseguran que el cerebro humano no ha cambiado en los últimos quince mil años, pero, paradójicamente, ven con recelo el modelo educativo actual que tiene una edad de tan solo doscientos años. Uno de ellos llega a decir que si en un aula de cualquiera de las escuelas actuales se colara un niño del neolítico, el profesor no se daría cuenta. ¿Si el cerebro es el mismo porque hay que cambiar el modelo educativo? Yo pienso que los que abogan por cambiar el modelo educativo no están pensando en la región de verdad y belleza eterna - podríamos decir - que está por encima del destino y de las contingencias de los diferentes pueblos o sociedades, y que deben poseer unos sujetos como los humanos que no han cambiado de estructura cerebral en quince mil años. Una verdad y belleza que deber dar cuenta de la verdadera naturaleza humana, a la que se debería adaptar cualquier plan educativo que pretendiera afianzar esa humanidad sobre la faz del planeta. Vistas y sentidas como fuerzas intemporales deberían ser el punto de partida de cualquier adaptación a los tiempos subsidiarios de la historia, y no al revés, como parece desprenderse de los protocolos que tienen que cumplir quienes se hacen cargo del éxito obligatorio que deben alcanzar los innovadores planes educativos antes de que les llegue su relevo por el siguiente, que están pensados con un ojo puesto en el sistema productivo dominante y con el otro en el virtuosismo de la tecnología que a él se encuentra asociada. Este estrabismo metodológico no sólo se aleja cada vez más, pues cada vez es más sofisticada la tecnología que lo acompaña, de aquella verdad y bellezas eternas fundamento y sentido de nuestra humanidad mortal, sino que la insistencia imperativa en su mirada desenfocada acabará por hacerlas desaparecer de cualquier horizonte de esperanza humana. Entonces, ya no habrá impedimento para que los planes de educación formen parte indisoluble de los balances anuales de las corporaciones que los tengan a su servicio.
miércoles, 14 de febrero de 2018
#DANTE2018
Sin vacío ni silencio no hay filosofía ni literatura. O dicho con las palabras de San Juan en su Apocalipsis: “No temas por lo que vas sufrir en el encuentro contigo mismo.” Estaba cenando con unos amigos cuando, de repente, uno de ellos va y nos dice, henchido de satisfacción y buscando nuestro reconocimiento antes que nuestra complicidad, que desde principios de año se encuentra enganchado a la lectura de la Divina Comedia, de Dante Alighieri. No sé si el reconocimiento, desde luego podría asegurar que no la complicidad, pero lo que sí consiguió a tenor de los rostros de quienes en ese momento compartíamos la mesa con él, fue el desconcierto más absoluto. Todos menos una, que casualmente se encontraba a mi lado, que no mostró ningún gesto significativo, únicamente le preguntó, dejando pasar los 15 segundos de fama que el menda consideró que se merecía, ¿cómo que estás enganchado? No dijo, como que estas enganchado a la Divina Comedia, solo quiso subrayar el acto de engancharse como algo significativo en sí mismo, independientemente del gancho. Fue entonces cuando el menda desplegó todos sus encantos. La cosa surgió, dijo, cuando nada más volver de vacaciones descubrí vía Twitter que alguien proponía hacer una lectura a través del artificio twitero de la obra magna de la Edad Media. El procedimiento consistía en leer los tercetos encadenados de la obra de Dante, cuántos había que leer en cada ocasión era una iniciativa que se reservaba el inventor del evento, e ir comentándolos en los respectivos twiters que cada cual tuviera a bien enviar, claro está, si le petaba o tenía tiempo, valga la redundancia. Otro de los asistentes a la cena se opuso a la iniciativa con delicadeza, argumentando que la alta exigencia que demandaba la Divina Comedia al lector moderno no se adaptaba, sin banalizar el intento, al formato de Twitter. El resto de los asistentes hasta ocho no dijo ni fu ni fa, lo que aprovechó el enganchado, dado que eran mayoría, para hacer proselitismo de su audaz decisión nada más comenzar el año entrante. Ni corto ni perezoso se levantó y fue a por su ordenador para que visualizáramos como el asunto había alcanzado la categoría suprema: se había hecho viral. O dicho de otra manera, la iniciativa original de un señor desde la Argentina, creo recordar, había entrado de lleno en el ámbito del espectáculo. Tampoco hace falta que insista en qué consiste el espectáculo en una carpa como Twitter.
Ahora bien si me atengo a la otra parte de la iniciativa, a saber, leer la Divina Comedia, y siguiendo las palabras de quien mostró su disconformidad en la mesa misma de la cena, ¿puede madurar tal idea, osada y creativa, si se comunica mediante el artificio de Twitter, uno más de los que forman nuestra artificiosa vida moderna? Twitter (el artificio) garantiza a los twiteros que pueden hacer lo que quieren (léase cómo se expresaban la multitud que apareció en la pantalla de nuestro amigo enganchado), pero como campo de acción de la conversación entre las diferentes lecturas no garantiza que puedan querer o amar lo que hacen, en este caso leer la Divina Comedia de Dante (la obra de Arte). Más bien, lo que propicia es que haya tantas Divinas Comedias como lectores (multitud en este caso), no tantas lecturas como lectores de la impar obra de Dante, que es algo muy distinto. Falta algo. Lo que Martel llama en su obra “Vindicación del arte en la época del artificio” (mencionado en este blog en varias ocasiones) el proceso de individuación en el Arte, que lo diferencia del individualismo refugiado tras las murallas del artificio. Pues como también dice Martel, de acuerdo con San Juan, no hay nada a lo que tenga más miedo el Yo Moderno que a perder el control de sí mismo y volcarse en lo otro.
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martes, 13 de febrero de 2018
EL GIRO QUE VIENE
El caso fue que, sin previo aviso y sin que yo sea un seguidor fiel de sus pasos, se me echó encima la última heroicidad del último hijo de Apolo, a la sazón Elon Musk. El martes 6 de febrero la empresa que él preside consiguió poner en órbita al Falcon Heavy (los detalles, en las noticias de internet sobre la hazaña espacial). Lo que si quiero destacar antes de iniciar la conversación sobre la vuelta a nuestras vidas del ideal educativo griego (propósito de esta nueva etiqueta), por si Musk se hubiera encarnado en él y yo no me hubiera enterado, es lo que dice wikipedia de este señor de origen surafricano y varios pasaportes en su bolsillo: “Musk afirma que los propósitos de SolarCity, Tesla y SpaceX giran alrededor de su visión de cambiar el mundo y la humanidad de forma drástica. Algunas de sus metas consisten en frenar el proceso de calentamiento global mediante el abandono de los combustibles fósiles por energías renovables, sobre todo la energía solar, y reducir el riesgo de una posible extinción de la raza humana mediante la evolución hacia una "civilización multiplanetaria" a través de la creación de una colonia humana permanente en Marte de alrededor de un millón de personas”.
Mientras Marte espera a esa primera colonia, me pregunto si estará formada por hombres y mujeres humanos o solo por animales humanos. Las intenciones del señor Musk son buenas pero no dejan ver quien huye de quien, si el lado animal del lado humano de la especie o al revés. O si es mero turismo espacial. Si de lo que trata es de formar una colonia de desperdicios alejada para siempre de la excelencia humana o una colonia de élite alejada definitivamente de los desperdicios. Sea como fuere, en la imaginación de Musk parece estar incubándose un giro interpretativo del mundo, como ya le ocurrió a Platón respecto a Parménides y, siglos más tarde, a la Razón Empírica de los jóvenes revolucionarios franceses respecto a la Idea de Dios Creador. Dice Werner Jaeger, que entiendo reclama también su condición de hijo de Apolo en su libro “Paideia”, nombre bajo cuyos auspicios se acogen a partir de este momento todos los comentarios de esta etiqueta homónima, nombrada así como una forma de rendir homenaje a la colosal obra del autor alemán, “Lo universal, el logos, es, según la profunda intuición de Heráclito, lo común a la esencia del espíritu, como la ley lo es para la ciudad”. ¿En que medida el giro interpretativo de Elon Musk rompe con la intuición milenaria de Heráclito al abandonar la órbita terrestre? Lo cual significa, ¿romper con la posibilidad de recuperar el ideal griego educativo en el planeta Tierra, como manera de sacar del atolladero, donde se ha metido por su propia forma de pensar, la educación actual? Continúa Jaeger, “En lo que respecta al problema de la educación, la clara conciencia de los principios naturales de la vida humana y de las leyes inmanentes que rigen sus fuerzas corporales y espirituales, hubo de adquirir la más alta importancia. Poner estos conocimientos, como fuerza formadora, al servicio de la educación y formar, mediante ellos, verdaderos hombres, del mismo modo que el alfarero modela su arcilla y el escultor sus piedras, es una idea osada y creadora que sólo podía madurar en el espíritu de aquel pueblo artista y pensador. La más alta obra de arte que su afán se propuso fue la creación del hombre viviente. Los griegos vieron por primera vez que la educación debe ser también un proceso de construcción consciente”. ¿Cabe en la expedición que imagina Musk, para formar en Marte una civilización multiplanetaria, un hueco para el libro de Jaeger?
Hasta el momento de crisis actual el ideal griego de educación ha estado presente, con más o menos fortuna e intensidad, en los programas educativos de las sociedades occidentales. “La palabra alemana Bildung (formación, configuración) - dice Jaeger - designa del modo más intuitivo la esencia de la educación en el sentido griego y platónico. Contiene, al mismo tiempo, en sí, la configuración artística y plástica y la imagen, «idea» o «tipo» normativo que se cierne sobre la intimidad del artista. Dondequiera que en la historia reaparece esta idea, es una herencia de los griegos, y reaparece dondequiera que el espíritu humano abandona la idea de un adiestramiento según fines exteriores y reflexiona sobre la esencia propia de la educación.” ¿El monumental despliegue tecnológico de la empresa de Musk impide que veamos el ideal griego educativo que lleva dentro, necesario para que fructifique esa civilización multiplanetaria? ¿No fue la técnica la que colaboró lo suyo en los anteriores giros interpretativos mencionados? O dicho con palabras imaginadas por Musk, “ante el peligro real de la desaparición de la especie humana (la misma amenaza que seguramente sintió Jaeger, cuando escribió Paideia en plena ascensión y furia del nazismo) vuelvo a Atenas pasando por Marte, después de dejar en la Tierra todos los desperdicios que me sobran”. ¿Musk, o de nuevo Ulises? O nos acogemos al genio platónico, a saber, antes de hacer ficción con la ciencia aprendamos a hacerla con la realidad de cada día, Dialoguemos. A lo mejor así, la Razón Empírica vuelve a llevarse bien con el Dios Creador.
lunes, 12 de febrero de 2018
ENTRE BLOQUEOS
Así se cuela la cultura del entretenimiento entre las grietas que se abren cuando un bloqueo del alma humana no ha finalizado y aparece el siguiente. Me refiero a los bloqueos inaccesibles de estos fervorosos adalides del bien estar de la clase media digital, que insisten en una existencia con la que no pueden construir un cuento verosímil, pero que han llevado hasta su cima el principio de incompetencia de Peter. Adelantándose muchos siglos a este bien estar que oculta sus grietas con denuedo y desesperación, lo dijo Agustín de Hipona, y Petrarca lo revalidó ante lo que tenía delante aupado en lo alto del Mont Ventoux en su famosa subida de 1336, a saber, somos admiradores entregados de las maravillas exteriores pero no prestamos la más mínima atención a lo que ocurre dentro de nosotros mismos. Hoy el mando a distancia ha obrado el milagro de darle la vuelta al calcetín y poder volver a leer la advertencia del de Hipona sentados cómodamente en la butaca del comedor de nuestra dacha y hacerlo de una forma sin culpabilidad y sin amenazas. El giro sería convirtiéndonos en admiradores recurrentes de las calamidades exteriores pero, al mismo tiempo, publicistas tenaces de las maravillas que ocurren cada día aquí a nuestro lado (por cierto, nada me produce más estupor como comprobar las veces que escucha la palabra campe@n una criatura, al minuto siguiente de empezar a caminar, por parte de quienes, como no puede ser de otra manera, alardean de que son los que más le quieren), y que lo son en la misma proporción que somos capaces de darle a aquellas el estatuto de calamidades que no nos afectan por estar distantes, ya que las pantallas consiguen banalizarlas hasta convertirlas en distintas porque le ocurren a personas desconocidas. Ahora veo muchos jóvenes campeon@s, probablemente miembros de esa primera generación permanentemente adulada por sus mayores, tan satisfechos consigo mismos que consideran que exponer sus opiniones y sus gustos es más que suficiente.
sábado, 10 de febrero de 2018
JOHN BERGER
Siguiendo la sabia mirada de Carmen Dalmau, al cumplirse el primer año de su muerte, os dejo una semblanza o itinerario del pensador inglés en 14 puntos (por poner un número que no fuera el diez). Sacados del artículo de Dalmau mas algunas notas que yo he ido acumulando. Asi ordenados me da por pensar que puede facilitar la lectura de algo que me parece enormemente complejo, a unas mentes como las nuestras acostumbras a funcionar a diario con esa sistemática bajo el brazo, valga la paradoja.
1 En su larga vida ha escrito intermitentemente sobre arte, sobre pintura o fotografía, pero no como lo hacen críticos e historiadores, sino como escritor, como artista que se sumerge en el universo de una imagen, como creador, como poeta.
2 Escribe con la misma intensidad de las grandes y las pequeñas cosas, con mirada de pintor, considera que se debe hablar con el mismo rigor y seriedad del aspecto de una rama de ciruelas moradas en su jardín de Quincy como de una obra de Boticelli.
3 Es fundamentalmente un hombre libre y su rechazo al mercado del arte se encuentra precisamente ahí. Ama los errores de los pintores que él sabe detectar porque posee el buen ojo del pintor.
4 Ve en la pintura, y en el arte en general, el sentimiento de lo inacabado y de la fragmentación de lo real. Lo que le distingue de otros críticos o historiadores es su sensación de habitar un mundo enfermo pero no tan mísero y agotado como para no abrirse a la imaginación.
5 Entre Troya e Ítaca, Berger contempla Occidente y cómo se incendia el horizonte de su época, pero, al contrario que el ángel de Benjamin/Klee, al mirar atrás sólo ve el brillo entre las ruinas. El viaje es siempre el camino hacia los otros territorios de persuasión, donde se desarrolla el teatro alegórico de la humanidad.
6 Para Berger lo importante no es ver, sino cómo vemos las cosas, y que, desde la aparición de la fotografía, es el ojo de la cámara el que modifica el sentido de lo que vemos. Lo importante para él son los modos de mirar.
7 Es consciente de que el impresionismo, y especialmente el cubismo son la manifestación de la nueva mirada en la pintura, fruto de ese nuevo ojo mecánico. La descontextualización, la fragmentación de las imágenes, su encadenación con otras provoca una transformación de las mismas, alterando sus significados originales. Antes el espectador iba a las imágenes, ahora las imágenes viajan hacia el espectador.
8 Las reproducciones mecánicas transforman el significado de lo que vemos, porque descontextualizan la función, el lugar para el que fueron pensadas, y la televisión o las postales, al upresentar las imágenes con un ritmo, acompañadas de una banda sonora, asociadas a otras imágenes, modifica la percepción que tenemos de las mismas, condicionando su lectura, modificando sus silencios.
9 Piensa, como Eric Hobsbawm, que el marxismo es un instrumento válido de análisis de la realidad. El suyo es un marxismo humanista, que se coloca junto a los desfavorecidos frente a los poderosos. Vive la historia de los emigrantes, de los campesinos, como una forma de resistencia frente al poder.
10 Para el la pintura genera un espacio en el que los artistas le dan alojamiento y hospitalidad, como un refugio. El lugar en el que se produce la revelación. La pintura genera espacio y atrapa el tiempo. Fija ese instante el que el artista tiene la revelación de la imagen.
11 Lo que le gusta es que le digan que es un “story teller”, un contador de historias. Y cuenta esas historias con la palabra, con el dibujo, con la intuición poética, con la razón poética.
12 Se aproxima a la obra de arte, que para él sigue siendo una experiencia sublime, como lo hace un poeta de la experiencia, con la razón poética. Traza constelaciones, construidas a través de intuiciones, digresiones, fogonazos, y siempre con marcado posicionamiento político.
13 También se enfrenta al hecho de que no es útil establecer categorías tales como fotografía, pintura, apariciones, sueño, porque lo importante es el significado que encierra una imagen, y tratar de descubrir ese significado. No se trata tanto de hacer visible lo invisible, sino de saber encontrar el significado de lo visible.
14 La fotografía tiene para Berger, una intrínseca relación con el tiempo. Siempre que miramos una imagen fotográfica nos enfrentamos a dos tiempos diferentes. El del momento en que se hace la fotografía y el que se contempla. Una incisión entre el momento registrado y el momento de mirar.
viernes, 9 de febrero de 2018
MIRA QUE FELIZ SOY
El viaje de vuelta a Roteburg desde Nuremberg tenía el sello indiscutible de la DB (la Renfe alemana, para entendernos). En el corto recorrido que separa las dos ciudades, había que hacer dos transbordos. A estas alturas de mi condición de usuario anual de la DB, creo que no seré capaz de adquirir la mínima confianza en sus impecables servicios, a los que cuando quedo fuera de su influencia, es decir, cuando no los tengo que utilizar, reconozco que es de los mejores, por no decir el mejor servicio de transporte público del continente europeo. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que me pasa?, le pregunté a Duarte. Me vio nervioso, más nervioso de lo normal, pues no contábamos con los imponderables que, incluso, el sistema mejor organizado no puede soslayar. De repente, el tren perdió velocidad y se paró. Lo primero que hice, no sé por qué, fue mirar el reloj y de reojo a Duarte. No llegó a pasar ni un minuto cuando una voz, entre acusmática o enlatada y en directo, no supe distinguirla, dijo en alemán, que Duarte me tradujo con toda diligencia, las causas de la parada no prevista del tren. No dijo, sin embargo, que eso no afectaría en absoluto a los dos transbordos que teníamos que hacer lo viajeros cuyo destino era Roteburg. No te preocupes, me susurró al oído Duarte, esta gente sabe lo que se hace, nosotros viajemos donde viajemos y estemos donde estemos, nunca nos podremos quitar de encima, incluso nos lavemos como nos lavemos, esa roña que produce paulatinamente el resentimiento y la desconfianza hacia lo que sostenemos con nuestros impuestos. O dicho en román paladino, dijo frunciendo los labios de forma irónica, cree el ladrón que todos son de su condición. No dije nada, pues sé que somos hijos legítimos del lazarillo de Tormes. Sencillamente le cogí la mano a Duarte y me puse a mirar a través de la ventana. Después de “predicar” en los clubs de lectura o tertulias literarias hasta decir basta, aquello de que no hay leer ni mirar literalmente, no iba a caer en la trampa de sentirme molesto por creer que Duarte me había llamado ladrón. Lo que no fue óbice para que reconociera que esa frase hecha, dicha en la actualidad y en el centro del continente europeo, rebasaba el ámbito hispano y su proverbial obsesión por meter mano en la caja común, alargando su sombra o influencia a muchas de las actitudes o puntos de vista que han aparecido frente a lo que acabábamos de ver en Nuremberg, durante los dos días que habíamos estado visitándolo. ¿Cómo sino se explica que de aquellas barbaries y el legado de sus ruinas, vengan estos cuentos de hadas? Salimos de aquella nunca antes vista convergencia de furia y fuego en forma de una clase media más o menos acomodada y nuestras vidas se rigen, al menos de acuerdo a la corrección oficial, bajo el imperativo de “mira que feliz soy”. Se nos han solucionado todos los problemas. Ergo, no tenemos más que exponer lo felices que somos. Cogemos un ordenador y le damos a todas las teclas y para firmar le damos a la última tecla, click. Hala.
El tren se puso en marcha pasados más de los cuatro minutos que teníamos para hacer el primer transbordo. Apreté la mano de Duarte, como cuando el avión inicia el despegue, y conté hasta mil. Me puse a pensar en el autorretrato de Durero, que tanto le había fascinado a Duarte (¡qué guapo!, ¡guapo!), por si había en él algo de lo que justificara el primer renacimiento alemán, con su vuelta a la estética de la Grecia antigua, que se perdió o lo perdieron quienes, como Albert Speer, también abogaban por el ideal griego para la construcción, en el definitivo intento, de la gran Alemania. Ciertamente Durero, como su discípulo más aventajado, Rafael Sanzio, trasmitían en sus autorretratos una imagen apolínea indiscutible, que también lo conseguía Leni Riefenstahl en sus documentales y con sus propias auto fotografías, no así muchos de los jerarcas del régimen nacional socialista, que se pusieron delante de su cámara con la vana ilusión de que pudieran salir beneficiados. Caí en la cuenta, entonces, al comparar el primer renacimiento de los Papas y con el del tercer Reich del Holocausto, que lo que les diferenciaba y, por tanto, los hacía radicalmente diferentes, era el furor del resentimiento industrial que inspiraba al segundo tiñiendo a todos los otros sentimientos más allá de la época de la que duró. pongamos, incluso, hasta el mira que feliz soy de hoy mismo, frente a la expresión natural de los sentimientos humanos, que brotaron con todo su esplendor después de siglos de constricción vaticana. En el rostro de Durero había un indubitativo fulgor por la nueva luz construida para ese nuevo amanecer del que su cara era, Duarte dixit, el mejor portaestandarte, en el de Riefenstald, sin embargo, lo que sobresalía era el brillo que destilaba la sombría pesadumbre de una amenaza oculta de lo peor tras lo rostros de los jerarcas nacionales socialistas y de muchos de los planos de su documental la voluntad de poder. Como estaba previsto, llegamos tarde a la estación donde teníamos que hacer el transbordo. Con nosotros se bajó también una familia con dos o tres niños pequeños, uno de ellos todavía era un bebé que iba en su carrito. Duarte me hizo un gesto con el brazo y me miró buscando mi complicidad. Estamos salvados, dijo en voz alta, lo que hizo que la madre de los niños volviera la cabeza sonriendo. No le hizo falta traducción, pues entendió a la primera cuál era mi nerviosismo. Puso su rostro más comprensivo y señaló con el dedo al otro andén. Allí una funcionaria de la DB esperaba en posición de firmes, como recalcando que ese tren no iba a arrancar, y no tanto como reproche a los que llegábamos tarde a la cita del transbordo. Media hora más tarde llegábamos a Roteburg a la hora prevista. Después de pasar por la pensión Elke, y recibir los parabienes de su dueño y dependiente del colmado que la ocultaba en sus traseras, nos dirigimos al restaurante Mytos a cumplir con la promesa contraída con Robin de Tesalónica en el viaje de ida a Nuremberg. En su afán por seguir siendo amable, nos ofreció un vino Griego para que brindáramos con él por nuestro improvisado encuentro.
jueves, 8 de febrero de 2018
TENÍA UNA VIDA Y ELEGÍ MIL MÁSCARAS
Este año que los dioses han querido que en el calendario de los hombres las fanfarrias de los carnavales alcancen hasta el día de san Valentín, te dejo este poema del más veterano de los holandeses errantes, Cees Nooteboom, sacado de una antología de sus escritos titulada “Tenía mil vidas y elegí una sola”, y que como puedes comprobar yo he cambiado, como no podía ser de otra manera, para celebrar la ocasión de esta coincidencia cósmica.
El poema dice así,
El poema dice así,
Éste es el diálogo más antiguo de la tierra.
La retórica del agua
estalla sobre el dogma de la piedra.
Pero en el final invisible
sólo el poeta sabe cómo acaba.
Moja su pluma en las rocas
y escribe en una mesa
de espuma.
miércoles, 7 de febrero de 2018
EL IDEAL GRIEGO
Salí de la casa d Durero con la idea de que había entendido las palabras de Albert Speer cuando justificó la megalomanía de sus obras mediante la expresión del valor de las ruinas, refiriéndose con ello a las ruinas de la antigüedad, dándole así el mismo rango al futuro del esplendor del tercer Reich representado en las construcciones de Nuremberg. No era la primera vez, ni tampoco será la última, que la antigüedad griega enciende la imaginación del mundo occidental cuando entra en una de sus crisis profundas. Quieren llevan la antorcha quieren ver en aquella época la solución rápida y definitiva a los males de la propia mediante un acto de metempsicosis La palabra metempsicosis viene, fíjate, del griego. Suele traducirse como reencarnación, aunque ambos términos se refieren, sin embargo, a cosas distintas. Podría traducirse como "traspaso del Alma", escrita con mayúscula, puesto que el paso en cuestión se refiere al Alma del alma, es decir, al Espíritu, que es el que peregrina a través de los distintos seres, como el hilo atraviesa las cuentas de un collar, para vivificarlos momentáneamente. Para otros representa el correlato griego de la doctrina hindú de la transmigración de las almas. Traigo a colación esta nota de wikipedia para resaltar la desmesura delirante en que caemos siempre los occidentales cuando nos muerde la crisis que nuestra propia egomanía produce, con tal de que el Tirano Absoluto del Yo - el gran mimado y consentido de la modernidad entre sus pañales, ya que sin su paranoica obsesión por desear todo lo que se mueve la modernidad misma, como la conocemos hasta ahora, dejaría de existir - eche sus eructos, se tire sus pedos y emita sus mohines después de la ingesta del biberón o de la papilla. ¿Recuperar el ideal griego?, o lo que haga falta recuperar, dirá el deseante. Siempre y cuando que al desear ser como los griegos, o como quien haga falta, sea lo que eso sea y como sea, al día siguiente ya lo tengamos entre las manos, vía Amazon. Pues esto de Amazon es un artilugio muy antiguo, tan antiguo como los griegos, aunque sea ahora cuando parece que corre a más velocidad, haciendo de los deseantes de siempre, que a menos velocidad del artilugio fueron también suplicantes en su valle de lágrimas, más deseantes que nunca hasta convertirse en solo deseantes, únicamente deseantes. Perdiendo en el camino cualquier tipo de anhelo. Recuperar el ideal griego no debería ser, aunque le pese al deseo del deseante, solo admirar las ruinas que nos han llegado y hacer peregrinaciones anuales al lugar donde se encuentran. El ideal griego fue una forma de inteligencia que aunó, como nunca se había hecho hasta entonces ni como nunca se volvió a hacer nunca jamas, el tiempo de la historia (Él tic tac del reloj) y el tiempo del espíritu (el misterio insondable del alma), dentro del espacio de la ley de la polis. Era como una segunda circulación sanguínea que, siendo incolora, corría invisible y paralela a los latidos rojos de la primera visibles cada día en andar de los atenienses. Como comprenderás, tal y como entendemos hoy el tic tac de reloj y la nula cobertura que le damos al alma, que preferimos equipararla a la mente y a esta estabularla en un cerebro dentro de una calavera, que deambula sobre dos piernas arriba y abajo y de casa al trabajo en las ciudades o metrópolis en que se han convertido las polis griegas, con este mecanicismo imperante, digo, volver al ideal griego hoy solo es posible mediante el esfuerzo sostenido de la imaginación de quien lo intenta, y solo se puede dar en el ámbito de la creatividad humana que, junto con la holística, forman los dos atributos esenciales de nuestra naturaleza. A todo ese colosal esfuerzo los griegos lo llamaban Paideia, y nosotros no hemos llegado nada más que a meterlo en el carpeta de instrucción pública, que, con todas las innovaciones y eufemismos añadidos, a la larga se ha quedado en mera instrucción para encontrar trabajo o engrosar las listas del paro, desplazando lo público al ámbito innombrable aun de las ruinas modernas. Obviamente estamos a años luz de aquel planeta griego y perfectamente fuera de su órbita, sin embargo, cada cierto tiempo siempre hay alguien que nos recuerda su existencia para hacernos ver que estamos muertos y hay que levantar el ánimo y parecer que seguimos vivos. Albert Speer talmente y tantos después de él que no paran, a su manera, de imitarlo.
En los intermedios de bonanza deseante solo vemos al planeta griego como un estrella cuya luz pensamos que se apagó hace miles de años. Y es que el ideal griego arrastra un inconveniente: inauguró el pensamiento occidental y su vocación de no estarse quieto en casa, es decir, de necesitar pasar a la acción. ¿Que hubiera pasado si el otro Alberto de Nuremberg, Durero, hubiera detenido el tiempo de la historia? Ya montados en el tren de vuelta a Roteburg me vino a la mente la imagen de Alberto Durero a través de la fascinación que había sentido Duarte por la imagen que él mismo, hoy lo llamaríamos selfie, dejó para la posteridad, a sabiendas de que iba a llegar a ella brillando en olor de multitud. ¿En que medida ese retrato así como la casa donde lo pintó y vivió, con todos los recuerdos que alberga dentro, se pueden considerar una ruina? ¿O lo que nos llega, a través del cuidado y la restauración constantes, es el brillo de las ruinas que tanto encandila al turista moderno? ¿Es de la misma naturaleza el amor que sintieron los renacentistas por el ideal griego que la del que pudieron sentir los románticos o Albert Speer? Él último de los peores románticos. Tengo la sensación de que a medida que nos alejamos en el tiempo histórico, nos alejamos mas y más de su órbita hasta quedar fuera de ella, como ya he dicho, en la misma proporción que se nos aparece la urgencia que tenemos de volver a pertenecer a ella. Eso es, pienso yo con el manual del ideal griego recién bajado de internet, justo cuando la voz del Tirano Absoluto que es el Yo Moderno quiere para si la última palabra, la última frontera, con lo que, tal vez sin saberlo, este pidiendo para todos ser el abanderado de las últimas y definitivas ruinas del planeta. Quizá la serenidad y orgullo sin imposiciones del bello rostro de Alberto Durero, nos lo esté diciendo desde un tiempo en que todavía era posible recuperar los valores perdidos de la inteligencia y el espíritu de los antiguos griegos. No me atreví a decírselo a Duarte, me conformé con creer que estaría de acuerdo conmigo.
martes, 6 de febrero de 2018
15’ DE FAMA
Después de muchos días sin pasarse por la biblioteca se acercó con parsimonia hasta donde yo estaba y me espetó, sin mediar palabra, quiero ser artista. Bueno, sin mediar palabra no es exacto del todo, ya que, a decir verdad, la confirmación de ese deseo no hacia otra cosa que ponerle el broche final a una serie de conversaciones que habíamos mantenido durante los meses anteriores. ¿Cómo Andy Warhol o como Vincent van Goth?, le pregunté no sin doble intención, y a sabiendas de que la comparativa le iba a coger del todo por sorpresa, pues nunca habíamos hablado en esos términos. ¿Qué quieres decir?, me preguntó con cara de verdadera contrariedad, acentuando los pliegues de la frente. Que si quieres ser un artista que no renuncia a sus quince minutos de fama, o un artista que vive de espaldas a las manecillas del reloj, le respondí. ¿Pretendes decirme que Warhol es peor artista que van Goth?, me preguntó a continuación. Nada de eso, le puntualicé, solo te he querido decir lo que te he dicho, a saber, que Warhol es a Manhattan como van Goth es a Arlés. Luego el carácter de cada uno viene definido por el tipo de ficción con que convivieron. Yo pienso que Warhol poseía el reloj y van Goth el tiempo. Eso es todo.
lunes, 5 de febrero de 2018
NOSTOS EN NUREMBERG
Pensar que si uno hace lo correcto le pasará algo bueno, se me antojó, a punto de abandonar Nuremberg, una frase hecha cuya vigencia había durado muchos siglos, a través primero de su fase vaticanista y laica o secular después desde la revolución Francesa, pero que allí mismo había empezado su inevitable declive hacia ninguna parte. Para entendernos - y dado que en el vuelo de la imaginación lo sucesivo puede experimentarse simultáneamente, y la distancia pueda experimentarse como inmanencia - después de ver la casa de Alberto Durero y las instalaciones narrativas del tercer Reich (la sala 600 incluida), la frase de marras, de la que soy todavía un fiel devoto, se aparecía ante mi como una frase en ruinas. A partir de las cuales, si miraba los hierbajos que le han crecido al lado, cabe preguntarme si la cultura de masas actual es una sublimación de nuestro malestar creciente, aunque, si me dejaba llevar por el brillo que todas las ruinas al mismo tiempo también trasmiten, puede que a lo que esa misma pregunta se refiera es si la cultura de masas es la cima de nuestra felicidad después de siglos de penurias y sufrimientos. Einstein que con su visión física del mundo sabía que había abierto la caja de los truenos, sabía también que solo hay dos cosas que no dejan de expandirse, a saber, el universo y la estupidez humana, aunque, apostillaba, del primero “no las tengo todas conmigo”. Tal vez entienda ahora mejor la respuesta que dio, y que ya mencioné el otro día, cuando le preguntaron que si creía en Dios: sí, creo en el Dios de Spinoza.
Sea con los hierbajos o con los brillos, lo que las ruinas nos dejan, su valor auténtico, es la nostalgia de perder el regreso a casa. El nostos de los antiguos griegos. ¿Que significa esta frase de evocación homérica en los inicios del siglo XXI? Un siglo que ha heredado todas la ruinas visibles e invisibles de los siglos anteriores, fruto de los excesos de esa expansión de la que Einstein no tenía ninguna duda, que ha provocado la separación de lo que debía seguir estando junto y que su teoría física había logrado volver a juntar casi sin proponérselo. Me refiero a lo que Cees Nooteboom llama viajar, por no desviarme del origen y motivo fundamental que vienen provocando estas palabras que componen la crónica de la Ruta Romántica en bicicleta. Para el escritor holandés en la antología fragmentada de su obra titulada, “Tenía mil vidas y elegí una sola”, dice que “viajar es algo que hay que aprender, es una interacción constante con los demás, mientras que al mismo tiempo estamos siempre solos”. Ante lo cual yo pienso que la nueva tecnología asociada al nuevo siglo - al contrario de lo que experimentó Durero con la tecnología que inspiró y dio alas el suyo - ha desplazado el aprendizaje, que es intensivo y apunta a la oscuridad de lo que desconocemos y no conoceremos nunca, en favor de la acumulación de información, que es expansiva y que puede llegar a ser el correlato, si no lo es ya, de eso que decía Einstein que no tenía ninguna duda de que se expandía. Lo cual ha atentado contra la segunda premisa de la cita de Nooteboom, a saber, ya no queremos o no sabemos estar siempre solos, o lo que es lo mismo, ya no podemos volver a casa, aunque no por ello semejante pérdida deja de ser el significado de aquella nostalgia que padecemos desde que hemos entrado en esta deriva en que nos hemos embarcado siguiendo los brillos de las ruinas que hemos heredado. Por ello nadie quiere quedarse fuera de un mundo que, por el simple hecho de no estar apiñado alrededor de algo o alguien, los que allí gobiernan determinan si entras o no. Como continúa diciendo Nooteboom en la obra mencionada, al fin y al cabo viajando “uno se convierte en lo que realmente es, en un total outsider, en alguien que no está en su viaje en ninguna parte. Para mí por lo menos esto viene a ser una sensación de calma casi metafísica. Viajar se convierte, pues, en lo que realmente es, en un símbolo de ese viaje mayor del que, si somos del todo sinceros, tampoco entendemos gran cosa: el viaje por este terrenal valle de lágrimas”.
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