lunes, 11 de enero de 2016

LA VERDAD DE LAS PALABRAS DEL NARRADOR

Un colega lector me confesó que había leído dos veces la novela, “Amsterdam”. ¿Por qué?, le pregunté. Sin dilación me contestó, por orgullo. Piénsalo de nuevo, le sugerí. El orgullo, el amor propio, o como queramos llamar a ese impulso vital, es la fuerza que nos ha animado a volver a leer la novela de Ian McEwan. La pregunta, sin embargp, continua, ¿por qué volviste a leer “Amsterdan”? Yo volví a leer la novela, le dije, por una única razón, por saber qué verdad había en ella, qué verdad había en las palabras de su narrador. Que quede claro que he dicho: saber qué verdad había en las palabras del narrador, no que sus palabras dijeran LA VERDAD. Al acabar de leerla por primera vez renové la venia que le había dado cuando decidí acompañarlo en mi lectura, a pesar de la frustración que me produjo que mis espectativas no se cumplieran, tal y como las habia imaginado. Eso no me impidió sentir que la exposición de sus palabras desprendían fuerza, y detectar que esa fuerza tenía que aguantar y dar forma a algo que sabía era verdadero, aunque no sabía cómo. Volví a leer la novela ya que quería saber el por qué. Veamos.

Todo este preámbulo me lleva a formular, una vez más, algunas preguntas esenciales. ¿Por qué tenemos esa necesidad de leer, de escuchar historias imaginadas? ¿De dónde viene nuestra necesidad de la ficción? En fin, ¿por qué decidimos abrir un libro? Aunque parezcan fáciles las respuestas, porque está en todas las bocas mediáticas, lo cierto es que tenemos notables dificultades para enfrentarnos a ellas sin remordimientos. El hecho mismo de sugerir la verdad que esconden, como he podido comprobar, pone las uñas de los presentes en estado de alerta, y su serenidad en suspenso. Nadie quiere estar muy alejado de esta sacrosanta palabra, verdad, que certifica nuestra presencia en el mundo. Pero, ¿qué significa? ¿De qué estamos hablando cuando la invocamos y la evocamos? Pocos son, sin embargo, los que quieren pensar sobre ella. La mayoría prefiere quitársela al vecino, en lugar de pensar sobre qué verdad hay en las palabras del propio vecino. Sin entender que justo es para eso para lo que vale leer, para escuchar a un narrador. Esa es su valiosa aplicabilidad después en la vida, para escuchar al vecino. Para escuchar al otro. Para dejar de escucharnos a nosotros mismos, atreviéndonos a entrar en el misterio de nuestra existencia. El mundo del otro.

Por ello pienso que muchos lectores sienten que conspiran contra su verdad si se detienen a pensar, mientras leen, en qué verdad hay en las palabras del narrador. Es como si dijeran para sus adentros: ya he leído el libro pasado, que no ha estado nada mal, por cierto, pero ahora a lo mío, y a lo de los míos. Es decir, a cultivar y engordar mi verdad. Y, sin embargo, nadie puede desmentir que esa verdad existe. Lo que ocurre es que se parece mucho a la de todos los otros lectores, y a la del vecino. La verdad de qué ahí está nuestra vida, cómo está y para qué está ahí es evidente. Es común a todos, y es demostrable mediante la razón empírica o práctica. El por qué está ahí, no. La verdad del por qué de la vida de cada uno la mueven impulsos ocultos, únicos e irrepetibles. Tiende a hacerse ininteligible, dentro de cada persona, a medida que va viviendo. Y tiene que ver con nuestra honda presencia y nuestra finita residencia sobre la faz de la tierra. Todo lo cual la hace inevitablemente propicia para ser explicable en forma de ficción narrativa. Para eso vale leer, para que el lector piense en qué verdad hay en las palabras del narrador. Para pensar sobre lo que tiene de ininteligible la vida propia, que tiene que ver con el por qué de la del vecino. Con la del otro. 

Acabo con una pregunta y una obscura premonición. ¿Qué ofrecen los narradores y los personajes de las novelas que leemos, capaces de provocar una necesidad precisamente en aquellos lectores que mejor pueden prescindir de pensar en qué verdad hay en sus palabras, negando también toda posible relación o aplicabilidad en su vida cotidiana - como así lo dicen abiertamente -, por estar firmemente asentados en su verdad familiar, social, psicológica, política, económica,...? El poder aprender y entretenerse, si fuera el caso, con ellos, dicen. Quizá, pero hemos de reconocer que se trata de una forma de aprender y entretenerse muy extrañas. Muy extrañas si las comparamos con la cantidad de entretenimientos y aprendizajes que el mundo de hoy nos ofrece, todos mas descansados, mas sociables y mas útiles empíricamente que tener que escuchar la voz obscura y ambigüa de los narradores de los que vengo hablando. Parece, entonces, que el probable camino de aquella larga pregunta no está a la vista, ni debe gozar del priviliegio de lo que está ya firmemente asentado como verdad en la vida de todos y cada uno de los lectores.