El caso fue que me pareció conmovedora (quiero
decir, me movió el alma) la exposición del pintor francés, en tanto en cuanto
sus retratos supieron traerme al presente actual aquel pasado que
representaban. Es decir, componían el presente del pasado,
algo que solo se puede hacer con lenguaje poético. Ingres, pinta a los hombres de la burguesía emergente sin ocultar sus acusados
rasgos prepotentes y perdonavidas. Fue, tal vez, la última vez que los
poderosos se dejaron pintar así. Luego, con al avance del siglo XX, empezaron a
convertirse en sombras impenetrables. Ingres pinta también a sus mujeres, que
lo protegen y lo adulan, destacando lo terso y pulido de lo que dejan ver de
sus cuerpos y los minuciosos detalles de sus vestidos y complementos. Son
cuadros que se hacen presente en lo bello digital de hoy. Los cuadros de Ingres forman parte de
una tradición pictórica que sigue imitando la obra de Dios, hombres y mujeres
incluidos, adaptados al tiempo en el que vivieron. Y, por tanto, cuando un
espectador actual los mira no puede por menos de emocionarse, a favor o en
contra, pues la realidad que estos le ofrecen es una realidad reconocible y
compartida en el fondo del alma del propio espectador. Porque Ingres sigue
pintando desde esa misma alma común del mundo. Uno ve al señor Bertin y ve a un tipo del siglo XIX, pero siente su mirada como la de quien
detenta el poder en cualquier tiempo y lugar. ¿Quiere decir eso que cuando los
vanguardistas y revolucionarios de principios del siglo XX dieron
por muerto a Dios, éste se escondió hábilmente en sus adentros? ¿Cómo pudieron
creer en semejante osadía si a Dios no lo habían visto nunca, únicamente a sus
representaciones? Son preguntas a las que nosotros, los herederos del todos
aquellos disparates, no nos hemos atrevido a responder todavía, pero que a
medida que nos alejamos de aquellas fechas fatídicas, hace ahora cien años, se
hace más apremiante que lo hagamos, pues el runrún de lo que habite en nuestro
interior no sólo no cesa, sino que aumenta cada día.
Sin embargo, los cuadros y composiciones
geométricas de Kandinsky sencillamente me
dejaron en el mismo sitio, pues me mostraron, sin variación distinguible desde
la ultima vez que los vi, el pasado pictórico que antecedió al presente actual.
Es decir, registraban notarialmente el pasado del presente, lo cual solo se
puede hacer mediante le lenguaje histórico. Kandisky, aún con un alma y una fe atormentada, decide probar a pintar
sus círculos, cuadrados, triángulos y sus manchas de colores desde la Diosa
Razón exclusivamente Humana del momento histórico en el que vive, a ver si así
se curaba de sus crisis de fe, con una voluntad decidida a hacer como artista lo
que le venga en gana. La composición inobjetiva de los
colores en los cuadros de Kandinsky fue lo que me hizo verlos no como
acontecimientos artísticos, sino como un gesto histórico de una voluntad datado
a principios del siglo XX, que fue el inicio de lo que luego se ha llamado arte
abstracto: liberar a los
colores de toda esclavitud objetual, es decir, que el verde no dependa de la
hoja de parra que lo soporta, y que se manifestara de forma autónoma con todo su
poderío y esplendor. Como dijo Kasimir
Malevich - artista soviético, con quien el artista ruso Kandisky se reunió en
las primeras horas de la revolución soviética, en las que todo fue posible
incluso el certificado oficial de la defunción de Dios por decreto
revolucionario - en la hoja de parra y en las figuras humanas de la pintura
burguesa se veían indefectiblemente la figura del Dios Creador. La Revolución Soviética no podía tolerar eso. Los pintores abstractos creyeron, entonces, que era hora de cumplir, porque era superior, una misión
histórica, antes que conseguir la visión artística que por oficio les correspondía. |
¿Hay progreso en las composiciones de Kandinsky
respecto a los cuadros de Ingres?
A Ingres su fiebre iconográfica le llevó por
caminos variados, que van desde la mitología griega a los retratos de los
prohombres y las mujeres de su tiempo. Un tiempo biográfico longevo que le
permitió vivir gran parte de los avatares del cambio de rumbo de la humanidad,
que propiciaron las revoluciones burguesas del siglo XIX. A Kandinsky su
arrebato de iconoclastia no lo alejó, sin embargo, de la poesía, que escribió
primero en forma de libro: "De lo espiritual en el arte". Pero si
abrió los caminos para las nuevas formas de pintar, que aplicaría obsesivamente
Picasso: yo no pienso lo que veo, sino lo que pienso. El ojo que piensa.