Me sigue pareciendo sorprendente, después de lo que ha llovido y esta
lloviendo, que, en un momento del día, sigamos utilizando la locución: “voy a
ver lo que está pasando en el mundo”. Y que para satisfacerla nos pongamos
delante de la tele, de la radio o de cualquiera de los periódicos en papel o
digital que se publican. A nadie se le ocurre, o yo al menos nunca lo he oido,
decir: “voy a ver lo que esta pasando en mi mundo”. Y a continuación leer unas
páginas del libro que se tiene entre manos y escribir, pongamos, una docena de
rayas sobre lo leído. Enviando, a continuación, el resultado a los otros
lectores que comparten esa lectura con uno.
Y digo que me sorprende porque, sinceramente, la locución “voy a ver lo que
está pasando en el mundo”, después de haberla escuchado infinidad de veces no sé
que significa. Y menos aun entiendo el sentido de acudir a los medios de comunicación,
creyendo que ahí nos van a dar la respuesta adecuada. Sin embargo, “voy a ver
lo que está pasando en mi mundo”, se entienda o no lo que allí está pasando, nadie
me puede negar que es una expresión que se ajusta mas a nuestra hechura como
seres humanos. Y es aquí donde, creo yo, se encuentra la explicación mas
plausible de nuestra estrávica conducta. La visión panorámica que nos ofrecen
los medios de comunicación sobre como va el mundo no nos compromete a nada. Propiamente
nos convierte, por mas que acudamos cada día a su reclamo publicitario, de
manera permanente en nadie. Mientras que la lectura de una novela nos obliga a
adoptar un punto de vista, que es el nuestro, único e irrepetible. Nos hace sentir
que somos alguien.
Todo esto que digo lo sabe de sobra cualquier ciudadano actual. Sin embargo
la pregunta no se desvanece: ¿por qué, sabiéndolo, consentimos que la visión
panorámica e impersonal de ver lo que está pasando en el mundo
engulla, fagocite a la del punto de vista, íntimo e irrepetible, de ver lo que
está pasando en nuestro mundo? ¿Por qué, sabiéndolo, la mayoría de los lectores hablan aupados en la atalaya de esa mirada panorámica, sin poder
tener compromiso alguno, ahí, con lo que han leído? ¿Por qué les cuesta bajar
al albero, cara a cara con el narrador y con los otros lectores? Por más que las
preguntas no se desvanezcan y aticen con fuerza, la respuesta inalterable surge
altiva e imperiosa con mas saña, si cabe, por parte del sujeto en cuestión: “de
como está yendo mi mundo solo hablo delante de mi psiquiatra o mi abogado, cuando lo
necesito”. Entonces, solo se entiende la expresión: “voy a ver lo que está
pasando en mi mundo”, en el caso de que vaya mal, es decir, cuando la vida duele.
Y solo se habla de ello delante de un experto. Ergo, ¿qué fiabilidad tienen las
palabras que se dicen cuando la vida nos va bien, que suponen el 99,99 de las
que utilizamos? La misma que les otorga y reconoce el Diccionario Oficial de la
Real Academia de la Lengua, donde se encuentran almacenadas y ordenadas,
dispuestas para el uso de quien así lo decida. La verdadera Democracia Lingüística esta ahí, en ese Diccionario. Y también el sueño ideal, la máxima aspiración de todo lector hoy, convenientemente
conectado. La forma actual de creer ser alguien hablando o leyendo, para continuar siendo verbalmente ciego. Es decir, un don nadie.