Así acaba la reseña de la película, "Ida", que leí en una revista de cine:
“Con reminiscencias, al menos en sus aspectos formales, del cine de Bergman o del de Dreyer, ‘Ida’ llega a ser un contundente análisis de la fe, entendida en su sentido mas amplio y no solo el religioso. Es esta profunda convicción y respeto por los sentimientos íntimos y la capacidad de transmisión de sus imágenes, reduciendo el texto a la mínima expresión, la que confiere una grandeza inesperada a la obra y que nos emociona no obstante el frío aparente de unas imágenes casi estáticas y ascéticas, pero que permiten apreciar los pliegues del corazón y adivinar cada uno sus latidos."
A los latidos de mi corazón, tan incontestables en su aspecto biológico como misteriosos si me atengo a sus razones emocionales o sentimentales, le convendría más que la película se hubiese titulado ,“Una tumba”, en consonancia con esa ambigüedad e incertidumbre. Pues una tumba es ese lugar donde todo se desliza hacia la nada, bajo la mirada desconcertada y melancólica de quienes esperan temerosos y callados su turno, aunque en realidad en esa escena - eternamente la misma y siempre diferente – se despliegan toda la potencia de las horas vividas, de los recuerdos que emergen desde el fondo magmático del tiempo. En esa tumba, la presencia fantasmal de los huesos de sus moradores (Roza y su familia) se une, como en un ensalmo, a la vida presente de su asesino y de sus deudoras sentimentales (Wanda e Ida). Es delante de esa tumba donde todos dan fe del itinerario de sus destinos. Es esa tumba la única que los emulsiona. Donde se evocan las pérdidas, se convocan sus duelos y se imaginan sus consuelos. Y, también, la venganza.
Sin embargo, la fe de Ida y el nihilismo de Wanda no emulsionan por el solo hecho de que la segunda busque a la primera, mas bien se amontonan o se acumulan en su peripecia conjunta. No sé muy bien que hacer con ello. Soy incapaz de ver con claridad a través de ellas. Me cuesta entender porque el nihilismo suicida de Wanda busca la fe inocente de Ida. Un personaje roto junto a otro que no se puede romper: ¿la fe es lo único que nos salva? ¿Ese es su contundente análisis a que alude la reseña del principio? No digo que la fe y el nihilismo me sean ajenos. Podría ser por qué, ¿Ida - el ángel postrero de Wanda - sale del convento para tratar de salvarla? ¿Es que Wanda - cuando la conocemos es fiscal general del Estado polaco - no tenía fuerza y poder para llegar por si sola a la tumba desconocida de su hermana y su hijo, que es lo que quería? ¿Necesita Wanda - ella que tiene las manos manchadas de todo - la fuerza y el olor de la fe limpia de su sobrina Ida, para acometer la empresa que desea: enterrar como es debido a sus seres queridos? ¿Explica todo ello su salto por la ventana lanzándose al vacío?
Me complació ese aire, en la tertulia posterior, de no tener prisa para alcanzar algún tipo de claridad por parte de los comensales. Como en todas las tertulias, a esas horas, el menú fue el único relato convincente y fiable. De lo único que de verdad sabíamos. Me gustó esa trajín cruzado de silencios y de miradas, que invitaban a colocarse pacientemente delante de lo que cada uno estaba pensando con lo que acaba de ver: pensando en lo que no sabíamos. Eludiendo hacer un recuento - punteando, como se hace con la lista de la compra, lo que ya sabemos que hemos comprado - de lo que nos había mostrado Pawlikowski o lo que nos decía la reseña. He dicho una tumba porque de todo lo que se nos mostró me pareció el lugar, que desde lejos, mejor nos convocaba a todos. Seamos polacos o no. Seamos creyentes o no. Una tumba es el centro simbólico desde donde se debería haber narrado, a mi entender, la película.