jueves, 28 de enero de 2016

UNIVERSALIDAD Y TOTALIDAD

La literatura es una tentativa de representar la existencia en su pertenencia a la totalidad, no un conjunto de tesis o leyes cuya veracidad exacta y universal puede discutirse. No debemos confundir lo Exacto y Universal con la Totalidad. Es decir, no debemos confundir la verdad de las leyes universales de la física (todo lo medible y contable que nos proporciona una conciencia general de la percepción), ni la utilidad o el daño de lo existente en tanto en cuanto es visible, con la Verdad del Espíritu, de la Conciencia o del Alma (llamémosle como queramos), que se afirma mediante el pertenecer a una Totalidad que se esclarece a sí misma y se limita. Esta Totalidad no se puede llegar a saber objetivamente; solo se comprende en ese movimiento de pertenecer mediante el cual el existente (el lector) y la cognoscibilidad entran en contacto. Para entendernos, es discutible la veracidad de la cosmovisión del universo tal y como la planteó la teoría Newton frente a la que propuso Einstein, pues la fuente de reflexión es la realidad material. Pero cuando la fuente de reflexión que define la verdad es la espiritual, como es el caso de la literatura, ocurre que ideas literarias antagónicas o contradictorias, por ejemplo, las de Dante y Don DeLillo, pueden ser ambas verdaderas.

Estas confusiones se deben, pienso yo, a que el desarrollo y esplendor de la novela como forma de representar la realidad coincide con el desarrollo y máximo esplendor de las leyes universales de las ciencias empíricas y experimentales durante todo el siglo XIX, poco minutos antes de que estas mismas ciencias, con la física a la cabeza, comenzaran a meterse en Un Lío (al menos desde la teoría de la relatividad) que desarrolló toda su capacidad liante durante el siglo XX, y del que todavía no han salido, arrastrando con su ímpetu a las otras ciencias experimentales y a gran parte de las artes representativas. Excepción hecha de la narrativa, que ha seguido conservando su precepto originario e inamovible: Alguien, el Narrador, le cuenta algo a otro Alguien, el Lector. Es decir, la narrativa conserva ese precepto permanente, en tanto en cuanto remite a lo divino, pues está ligado a esa Totalidad a la que sabe que pertenece, que indica que la realidad es, al menos, cosa de dos, sino es arbitrariedad, en el mejor de los casos, o locura en el peor. La narrativa no debe confundir las leyes generales del universo propias de su coyuntura histórica (ayer la mecánica newtoniana hoy la mecánica cuántica) con la Totalidad del mundo de siempre, que es lo que ella está llamada a representar. Eso la salvará de meterse en Líos, como le ha ocurrido a la pintura, la música y las demás formas representativas de la realidad, en parte "perdidas", a su vez, en el mismo laberinto en que cayó la física moderna a partir de Einstein.

Pero el ser humano sigue necesitando, por encima o debajo de la realidad más mostrenca, ennudada e inverosímil, la comparecencia en su existir de la Verdad. Y ésta solo comparece en el encuentro con ese binomio que es la expresión mínima necesaria para sostener a toda narración y que es, repito: Alguien con autoridad decide contar Algo a otro Alguien que decide escucharlo. La narrativa es la única, hoy y siempre, que puede hacer que esos dos alguien dejen de ser un par de don nadie. La verdad individual, la única realmente existente, ahí es donde se trata.