Algunos recordatorios que espero no molesten. Siempre el mismo temor a nuestra propia libertad, a la falta de criterios delante de lo que leemos. Y ante estos temores siempre la misma conducta: a ver que dicen los libros de la historia, o de la cultura, o de la ciencia, o de la sociología, o de la psicoclogía. Antes esos temores incontrolados siempre tenemos que tener al lado, cuando leemos una novela, algunos de esos libros de referencia que he mencionado. Creemos que el criterio especializado de los expertos que escriben en esos libros es también el nuestro por el hecho de tenerlos a nuestro lado mientras leemos la novela. Sin darnos cuenta de que el acto de la lectura no es de ese mundo del que hablan los expertos en sus respectivos libros. Sin darnos cuenta de que la lectura no es un acto de expertos, sino un acto que compete a la libertad de cada individuo en tanto que lector. Un acto donde aprende a conseguir y desarrollar, a través del despliegue de su imaginación, su facultad de obtener un criterio.
Antonio Muñoz Molina, lo dice así en un artículo de su blog:
“La novela exige del lector un esfuerzo de imaginación que lo es también de extrañamiento de sí mismo: dejar en suspenso la cansina familiaridad del yo para aventurarse en mundos y en vidas que son fantásticas no porque sean imposibles sino porque son los mundos y las vidas de otros. Y ese esfuerzo por parte del lector se corresponde con el que el novelista ha tenido que hacer previamente, tanto si lo que cuenta se basa en experiencias propias o cercanas a él como si es del todo inventado o sucede en lugares o en tiempos que él —o ella— no ha conocido. En el primer caso, el material autobiográfico se vuelve novelesco porque el escritor lo cuenta como si le hubiera sucedido a otro; en el segundo, el salto cognitivo es mayor, porque el relato de lo ajeno, de lo del todo inventado o lo muy distante sólo dará una impresión de verdad al lector si el novelista no lo cuenta como si lo hubiera vivido o lo estuviera viviendo.”
Es esa cansina familiaridad del yo la que, intuyo, no conseguimos quitarnos de encima cuando leemos en silencio y soledad la novela en cuestión. La misma tabarra que nos acompaña - y que es la máscara cabal del miedo que nos embarga - cuando hablamos sobre lo que hemos leído. Una cansina familiaridad del yo que, como el color de nuestros ojos o el tamaño de nuestras manos, no puede evitar estar presente durante muchos momentos de la lectura. Y no tiene que ver con haber leído la novela de una manera u otra, sino con la dificultad que tenemos para estar y permanecer dentro de ella, mejor dicho, dentro de su lenguaje, que es en definitiva lo que significa leer: una personal experiencia con el lenguaje con que el narrador nos cuenta lo que sucede en la novela "Amsterdam".
La dificultad de estar y permanecer dentro de la experiencia del lenguaje de la novela, hace que con demasiada frecuencia, al querer hablar de ella nos salgamos fuera de su campo de acción narrativo. Es decir, volvamos a la cansina familiaridad de nuestros yo, con sus tópicos, lugares comunes y frases hechas. Con esa particular habilidad que tenemos para quitarnos de en medio lo que no sabemos dentro de la novela, poniendo el acento y el énfasis en lo que hemos oído y conocido, o hemos estudiado, haciéndonos expertos de ello, fuera de la novela, en la vida. Claro que los objetos nos interpelan, nos miran. Claro que los objetos cobran vida en nuestra experiencia. Eso que se dice que tienen un valor sentimental. Claro que entre las personas vivas, y las muertas, nos intercambiamos diferentes tipos de energía. Sea dicho según el lenguaje de los expertos de ramo. O dicho popularmente como “fulanito me cae bien y menganito me cae mal” o “a este le han echao mal de ojo”. En fin, claro que si, todas estas sensaciones ya las conocíamos por la experiencia vivida, y sabíamos de ellas porque lo hemos leído en algunos de los libros especializados aludidos, o a través de la jerga popular. Sin embargo, de lo que se trata con la experiencia de la lectura del libro de Ian McEwan, es comprobar de qué forma sabemos eso que ya sabemos.