viernes, 17 de julio de 2020

SIMON DE MONTFORT

A la clase media occidental actual lo único que le interesa es entender la vida no comprenderla (al igual que a Simón de Montfort hace ochocientos años). Es decir, lo que le interesa al burgués digital de hoy es tener a mano siempre el manual de instrucciones de cada acción que emprenda en la que, por ejemplo, pueda entender con prontitud que lo obvio que se interpone en el camino de aquella es invisible, y así poder seguir adelante tomando las medidas pertinentes, invisibles a su vez. Que nada te detenga, es el dictum mas repetido por la publicidad a la hora de vender sus productos, sea aquello el virus de una gripe, o la ambición de algún contrincante. De igual manera interpretó  Montfort el mandato papal para luchar contra la herejía albigense. Te hablo de narcisismo y de individualismo. El sentimiento que mejor los inspira es la autorrealización. Por autorrealización hay que entender la fuerza que empuja al individuo a considerarse el centro de su vida y ésta como una obra. Hoy como ayer.
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Los cronistas de la época e historiadores modernos nos presentan a Simón de Montfort como bien dotado para la estrategia militar, obsesionado por manifestar su catolicismo (como ahora su ateismo el burgués digital) hasta el punto de ordenar celebrar misa de campaña antes de entrar en combate, por muy urgente que fuera la situación, y, sobre todo, hombre despiadado y sanguinario (como, bajo el disfraz de su inteligencia civilizada, lo es igualmente el burgués digital actual). Su crueldad, aplicada tanto en el trato a los prisioneros como en el campo de batalla, se hace patente en las terribles mutilaciones, en el descuartizamiento en vivo, en el despedazamiento de cuerpos. La presencia documentada del dirigente de la Cruzada en cada uno de los "espectáculos" horripilantes que se organizaban es un dato más a añadir. Uno de los episodios más crueles de la cruzada se dio en la ciudad de Bram (hoy la colorista siliconizacion de muchas ciudades y almas oculta la barbarie que hay detrás de la cultura digital) en la primavera de 1210, donde, tras rendirla, Montfort mandó dejar ciegos y mancos a más de cien de sus habitantes, a los que mandó cortar también orejas, nariz y labios, menos a uno, al que dejó un ojo, para que pudiera guiar a los demás hasta Cabaret, que pensaba asediar. Todo ello con la intención de desmoralizar a sus habitantes. No hace falta insistir que estos cronistas se refieren a la Cruzada contra los albigenses o cátaros, decretada por el Papa Inocencio III al frente de la cual puso a Simón de Monfort, legado con todos los poderes y atributos. 
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La propia vida es la obra de este sujeto, se llame Simón de Monfort o burgués digital, que no se mira ni en el espejo de la santidad, ni en el de la producción, ni en el de la política, y en los que se refleja exclusivamente por necesidad, no porque crea obtener de ellas ninguna utilidad moral, psicológica o social. Solo quieren actuar con sus propias reglas militares o digitales, adecuar su acción a sus sentimientos y emociones, y depender lo menos posible de los otros. Lo que en terminología más llana conocemos hoy como "ser auténtico". Y ayer como un señor de la guerra. 
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¿Hay peligros en lontananza con este tipo de conductas imperecederas? Los ha habido siempre. En la época de Simón de Montfort el peligro estaba en no poder acabar con la herejía albigense, según el Vaticano, y que cundiera el ejemplo entre la cristiandad. Al entender de la iglesia albigense el peligro radicaba en desaparecer para siempre, como así ocurrió. En la época de la democracia del siglo XXI, debido al desdén por la acción comunitaria de los autorrealizados ilimitadamente que los ciega con una indigencia espiritual creciente, el peligro es que proliferen las dictaduras blandas bajo el paraguas o palio de la formalidad democrática. Con otras palabras, el peligro de la autorrealización ilimitada y la indigencia espiritual que le acompaña es que la humanidad se conduzca hacia una nueva Edad Media, con sus cruzadas y legados papales, sin pérdida de la pose y el mohín digital, por supuesto.