Si lo miramos desde el punto de vista de la Historia Oficial, la virilidad que exhiben en su duelo los húsares napoleónicos, en la película Los Duelistas de Ridley Scott, es un asunto propiamente militar de aquella época. Pero si lo miramos desde el surgimiento originario de toda existencia humana (es de lo se ocupa el cine y el arte en general), que sucede siempre fuera del imperativo de la Historia Oficial con mayúsculas, la virilidad es el camino correcto para llegar a ser adultos y adultas en el mundo, no en la Historia Oficial.
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Por eso los hermanos y las hermanas se pelean con frecuencia, mientras viven en la casa familiar, mediante duelos rudimentarios (al igual que los niños y las niñas en la escuela y en la calle). Duelos fratricidas que continuan practicándolos, con otros rituales y armas más sofisticados y sutiles, cuando ya son adultos y no viven juntos en el nido familiar. No otra cosas acaba siendo el duelo de los húsares napoleónicos, hermanos de armas al fin y al cabo.
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Dicho con otra palabras, al mundo se entra y se está en su exterioridad con virilidad, pero se es en su interior cuidándolo con femineidad. Categorías consideradas del mismo rango y respeto en el modelo democrático que alienta y protege a la sociedad con anhelos pluralistas e igualitarios en la que vivimos. Ni obligatoriamente abrupta y castrense la virilidad, ni necesariamente edulcorada y rosa la femineidad. Ni atributo exclusivo de los hombres la virilidad, ni de las mujeres la femineidad.