viernes, 3 de julio de 2020

PUBLICATARISMO

La política cultural para el sur de Francia quedó fijada por aquel ministro impar de la V República, André Malraux, allá por el año 1959. Malraux entendió cabalmente que la cultura es eso que ayuda a hacer menos dolorosa la herida incurable entre la máxima dignidad, propia de nuestra condición de seres humanos, y el tratamiento indigno tal y como la muerte pone fin de manera incontestable a la existencia humana (la imposibilidad de más condiciones de posibilidad), tratando así a esos mismos seres humanos como animales. Esa enorme farsa que hay entre el gozo por que haya nacido un niño, a sabiendas que ese mimos día comienza a rodar el tiempo de descuento hasta el minuto final, solo lo podemos sobrellevar mediante el invento que hagamos de nuestras prácticas culturales. Por eso los animales viven, mientras que los humanos existimos; por eso lo que los animales tienen a su alrededor se llama entorno, mientras que los humanos estamos rodeados del mundo por todas partes. La cultura, por tanto, es el nexo de unión entre la existencia humana y el mundo que lo rodea, para sobreponerse a la indignidad a que de forma inexorable lo aboca la muerte. 
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Lo que Malraux hizo fue hacer resaltar a la vista del futuro turista o visitante todo el patrimonio histórico del sur francés, y darle un valor acorde con la nueva industria que, después de la Segunda Guerra Mundial, estaba empezando a emerger por aquellos años. Me refiero, como no, a la industria cultural. No olvidemos que, a principios de la década d los 50 del siglo XX, los norteamericanos abrieron este camino con la creación de la Ruta Romántica en Baviera, estado federado del sur de Alemania. Como puedes observar estas actuaciones político culturales anticipan ya esa idea del papel de la cultura tal y como la piensa una parte de la filosofía actual (Javier Gomá), según he mencionado antes. No en balde la generación europea de la postguerra supo como ninguna otra anteriormente no solo de la indignidad de la muerte, sino de la propia indignidad de la vida que la precedió y que hizo posible tanta destrucción y sufrimiento en un cúmulo de situaciones limite, como decía ayer. Aunque mas tarde he ido comprobando que esta concepción de la cultura occidental moderna pretende mas que sobrellevar dar brillo y apariencia a una visión materialista de la existencia contra la que atenta sin reparos la indignidad de la muerte, lo cual choca de frente con la imagen cultural que tenían los feligreses de la Iglesia cátara del siglo XI y XII, en la que una exaltación de vida espiritual transcendente les llevó a un desdén absoluto por la vida material que consideraban una obra del diablo.
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Fue así como, sin previo aviso, me topé de frente con el primer signo, insignificante en ese momento para mi, de la cultura cátara, a  saber, un cartel muy bien diseñado visualmente y colocado estratégicamente en la carretera departamental 118, en el que se indicaba algo para mi sorprendente: chateau de Queribús, Dernier bastión catara. Lo que después he aprendido a traducir como que ese castillo fue el ultimo foco de resistencia cátara, año 1255, contra las fuerzas de la alianza formada por la el rey de Francia, perteneciente a la dinastía Capeto, y el papa del vaticano.
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No me ha dejado de sorprender, desde que vi el cartel anunciador del castillo de Queribus, el significado posterior del mismo, la intención de las autoridades turísticas francesas y la mi propia al dejarme llevar por esos parajes a lomos de mi bicicleta. Tres actitudes diferentes pero pertenecientes todas al mismo surgimiento originario, al decir de Jaspers.