jueves, 9 de julio de 2020

RUINAS SON RUINAS

En su afán por dar un sentido moderno a unos hechos que se produjeron hace ya ochocientos años, las autoridades turísticas francesas han reconvertido la marcha del espíritu y la razón medieval, que representó la herejía catara en su defensa contra el poder de la dinastía de los Capeto por un lado y contra el poder del Vaticano por otro, como si se tratara de algo demostrable científicamente aunque la ciencia de entonces no tenga nada que ver con la de ahora, como si quien hubiera movido los músculos de ese esfuerzo descomunal fuera una razón palmaria e incuestionable. Y es cierto, al menos esa ha sido mi experiencia, que en un primera toma de contacto el visitante agradece que en la taquilla donde le venden el billete de entrada a las instalaciones del castillo correspondiente, también le ofrezcan un tríptico donde se le explica de manera detallada y con ese estilo historiográfico moderno antes descrito lo que entre esas ruinas sucedió antaño, muy antaño. Sin embargo, una de las ventajas que tiene el que las autoridades turísticas francesas no hayan reconstruido en su totalidad los castillos y fortalezas donde sus propietarios de entonces, dieron cobijo y protección a los disidentes cataros, es que han dado así un nuevo valor propio y apropiado a las ruinas no como restos de algo ya concluido, sino como una manera de renovar lo que ha venido después, y que tan adecuadamente representa el turista visitante que se da una vuelta entre sus paredes desnudas. Ruinas son ruinas, seria el lema de mejor hace posible abrirle un hueco en la sensibilidad del turista a lo que allí ocurrió.
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No siempre es necesario, dice la filosofía existencial, que lo verdadero se materialice; basta con que se cierna espiritualmente sobre el ambiente y genere acuerdo; basta que, como un repicar de campanas, ondee en el aire serio pero amable.
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Si mal no recuerdo no leí nada parecido en los trípticos que daban en las taquillas donde vendían los billetes de acceso a los castillos y fortalezas cataros. No obstante, me parecen las palabras que mejor representan lo que se siente al pasear entre sus ruinas, y, por extensión, entre las paredes de cualquier monumento del pasado, convertido por obra y gracia de esas palabras en un acontecimiento imprevisto del presente de quien las repita en su intimidad mientras pasea entre sus salas y recovecos. Tal vez semejante falta o carencia sea debida, pensé mientras me acercaba al castillo de Peyrepertus (localizado igualmente sobre un peñasco enfrente de Queribús), a que los historiadores positivistas y pragmáticos siguen inspirando y guiando las decisiones culturales de los políticos elegidos, como ya pasa en la educación y el urbanismo y ahora en la sanidad. Para tal menester construyen, reconstruyen y deconstruyen los hechos para adaptar la Historia oficial y con mayúsculas a la época presente, inventándose de paso para el mismo fin la época anterior y recordando a la siguiente, todo bajo la aureola de su palmito de expertos sabelotodo.
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En la vida inauténtica, comenta Narbona la obra de Heidegger, el tiempo está dominado por la expectativa del éxito y el apego a los logros mundanos. En cambio, en la vida auténtica, que asume la perspectiva de la muerte como la condición absoluta de la libertad humana, se mantiene la apertura del Ser actualizando el pasado como rememoración de lo ya sido, y vivificando el presente como instante, donde el hombre repudia lo impropio de las habladurías y cotilleos que imperan en el domino de la actualidad, apropiándose de su destino mediante su capacidad de elaborar y realizar proyectos, sin solidificar su acción en ninguna posibilidad. La actitud del filosofo alemán hacia el pasado no es de ruptura, sino de querer lo que ha sido, regresando a las posibilidades que constituyeron el presente. Esta especie de amor del destino salva al pasado de su estado atemporal, abstracto, insertándolo en una relación crítica con el presente, pues la vida auténtica, al repetir las posibilidades que constituyeron su ser actual, establece un trato respetuoso con lo anterior, mostrando que el hoy no es una superación de lo precedente, sino su continuación.