La carta del email decía, mas o menos, que volvemos a la carga dado que estamos de acuerdo en que nos apetece vernos las caras después de tanto tiempo aislados por el virus de marras. Así que si os parece quedamos debajo de la estatua que la municipalidad ha levantado en honor del ángel caído. Algo insólito, tal y como lo pensó Telmo al leer el email, si se tiene en cuantía la tradición confesional de que es deudora la clase política municipal, sea de un color o de otro. Durante los días siguientes los destinatarios del email fueron contestando de forma convencional, sin mostrar un entusiasmo especial dada la excepcionalidad de la convocatoria, aceptando unos la invitación y disculpándose otros por razones personales explicitadas únicamente en el caso de que su ausencia se debía a que no estarían en esa fecha en la ciudad del ángel caído. Solo Telmo disculpó su ausencia añadiendo su preocupación, que pretendió ser irónica a riesgo de no ser del todo entendido, por el lugar elegido para formalizar el encuentro entre los asistentes como paso previo para ir después a alguna terraza cercana. Desde la frontera (fueron la primeras palabras de Telmo en su email, pues es el lugar donde vive habitualmente), todo el día me encuentro embozado, solo con el alivio de alguna escapada a la France donde enmascararse en público no es obligatorio. Ya de paso os recuerdo que Francia celebra hoy su día grande (14 de julio), pero sin perder el temor al bicho pequeño. Metáfora cabal del mundo que viene. Si Napoleón levantara la cabeza..., es que La Grandeur ya no es lo que era. Abrazos y cuidado con el diablo donde os habéis citado, seguro que no lleva máscara. No hace falta insistir que no podré estar ahí para comprobarlo, dado lo lejos que me encuentro. Que los paséis bien sin contagiaros.
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La base conspirativa de la naturaleza humana sobre la que se fundan nuestras creencias y nuestras ideas es algo a lo que Maquiavelo le otorgó un estatuto respetable y práctico dentro de la filosofía política occidental en su obra mundialmente conocida, El Príncipe. Aunque desde los inicios del pensamiento cristiano el diablo era el gran conspirador para imponer el Mal entre los seres humanos, alejándolos del Bien que representaba el camino hacia Dios. No funcionaba, por así decir, dentro del marco o campo de juego de las predicciones políticas, mas bien iba siempre a su aire aprovechando el vacío legal que el dominio del Vaticano sobe los asuntos terrenales le permitía. Pero a partir de la obra del autor florentino, que inspiró a los grandes filósofos de la política del siglo XVII, la futura imagen del diablo mutó y se instaló entre los tejemanejes de los seres humanos en sus quehaceres políticos, que cada vez eran mas complejos y laicos, si no al margen del camino de Dios si mediante la invención de alguno de los atajos que cada vez eran mas frecuentes entre los conspiradores políticos y sus cómplices.
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La noticia la leyó Telmo en uno de los periódicos locales, pero se hizo viral en las redes sociales días antes de la implantación del estado de alarma por las autoridades competentes. AL parecer, la mano derecha de un muerto en accidente tráfico, que había sido trasplantada a otro que había sobrevivido al mismo accidente pero que había quedado mutilado de aquella misma mano, empezaba a dar signos de indisciplina en el organismo de su reciente receptor. Como si añorara, decía una de los comentarios, a su antiguo dueño. Y es que la necesidad inaplazable de tener una identidad sin que haga falta tener al mismo tiempo, por decirlo así, un relato verbal ordenado acorde con aquella, como había pasado hasta hora, sino únicamente un cuerpo cualquiera donde alojarse forma parte de la identidad, valga la redundancia, de los tiempos digitales y víricos en que vivimos. Así el diablo puede alojarse en cualquier hueco que la pereza o la vanidad humana ha dejado libre creyendo que ya estaba por completo amortizado. Y desde ahí saltar, como hace el virus de marras, sobre el primero que asome meta la nariz donde no le llaman.