miércoles, 22 de julio de 2020

MINORIA DE EDAD 2

¿Que pensaría Henry James si, pongamos, un adicto a una determinada ideología política o a la marca corporativa de una determinada profesión u oficio (por poner estas adicciones como sentimientos previos y constitutivos de la obligación identitaria, hoy tan de moda) aceptaran con cierto entusiasmo la invitación para participar en un club de lectura sobre algunas de sus obras? ¿Como encara el pensamiento propio de la esfera pública la presencia en el dintel de su puerta de entrada del pensamiento privado propio de las adicciones? ¿Tendrá que leerle la cartilla de comportamiento o tendrá que poner un cartel en la puerta de entrada donde se indique que queda reservado el derecho de admisión del uso del pensamiento privado por parte del uso del pensamiento en la esfera pública? James, que fue el gran renovador de la narrativa decimonónica cuando se encaró al reto de contar historias en el siglo XX, y también uno de los primeros que puso a la conciencia del ser humano, representada en la de los personajes, en el centro de la narración, pensaría que este tipo de adictos nunca son buenos cómplices para el propósito que debe tener ese tipo de encuentros, y que, por tanto, no es recomendable invitarles. 
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Un adicto (sea a la droga, a la ideología, a la profesión o, en el extremo de su adicción, adicto a la nada) es sobre todo un negador y, en los momentos en que está bajo el influjo del mono, es también una implacable aniquilador del otro y de lo otro. Aun así el adicto es aceptado en los entramados de poder ya mencionados y en aquellos organismos que dependen de la oficina de propaganda del estado en nombre de la libertad de expresión, no de la manifestación libre de su pensamiento, lo cual le hace creer al adicto que puede entrar en cualquier sitio al no querer entender que en cualquier sitio de la esfera pública no puede entrar cualquiera. La mayoría de las cosas que pueblan la cabeza del adicto, y que dan forman al pliego de condiciones para el despliegue y uso de su pensamiento privado, no forman parte del uso crítico del pensamiento en la esfera pública mediante el que se aborda la tensión narrativa que ordena la novela o la película en cuestión. Es, por decirlo con palabras de James, como tratar de escribir y leer sobre el ser isabelino del siglo XVI, o sobre el ser griego del siglo V antes de Cristo. Lo que si puede hacer el pensamiento crítico en la esfera pública es preguntarse sobre lo que se preguntaban los personajes del siglo XVI y del siglo V antes de Cristo, un isabelino o un griego para entendernos, pues tiene acceso a los libros de entonces donde estas preguntas aparecen, para responder a continuación con lo que esos pensadores críticos son aquí y ahora.
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Quizá se entienda mejor esta distinción entre el uso del pensamiento privado y el uso del pensamiento publico por parte de la misma persona si escuchamos atentamente a Henry James cuando dice que “la experiencia nunca es limitada y nunca es completa. Es un inmensa sensibilidad, una  especie de enorme telaraña de finísimos hilos de seda, suspendida en la cámara de la conciencia, capaz de atrapar en su tejido toda partícula que flota en el aire.” Si el uso del pensamiento en los entramados de poder te lleva a la adicción, el uso del pensamiento en la esfera pública te lleva a la lucidez. La experiencia humana es abarcadora, y conjuga ambos usos al mismo tiempo, sin miramientos ni libro de instrucciones. El abismo que se abre entre la adicción y la lucidez requiere, entonces, de la cautela permanente de la conciencia.