Hemos venido al mundo para saber por qué estamos aquí. Cual es nuestro lugar en el mundo desde el que lo miramos y pensamos, atentos a la perspectiva o profundidad de campo que nos proporciona. Todo lo cual te lleva peguntarte con frecuencia, ¿qué pasó en el mismo espacio en el que estoy?, ¿quién toco, miró, creó este objeto que estoy contemplando y que se conserva casi intacto desde entonces? No puedo relacionarme con esas personas en el mismo espacio, pero si puedo hacerlo en el tiempo. Solo hay que levantar el velo de la historia y preguntar a lo que hay debajo. Solo hay que entender que aquel tiempo no lo agotaron las vidas que lo tuvieron y que, por tanto, los restos, por decirlo así, forman parte del mundo heredado. Entendiendo la palabra restos no como escoria o despojo, sino como tiempo sin usar o no ocupado todavía. Tiempo pasado intacto que se cuela y se pone al lado del tiempo futuro igualmente intacto, formando así entre los dos la ilusión de eternidad del presente.
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Al visitar los castillos cátaros, que hoy forman parte de la oferta turística de las autoridades culturales del sur de Francia, el turista atento percibe una doble presencia. Por un lado, las ruinas visuales que remiten a los vencedores de aquella cruzada, entre los que destacan, a parte de la dinastía de los Capeto y el Vaticano, la Inquisición. El término Inquisición o Santa Inquisición hace referencia a varias instituciones dedicadas a la supresión de la herejía mayoritariamente en el seno de la Iglesia Católica. La herejía en la era medieval europea muchas veces se castigaba con la pena de muerte y de esta se derivan todas las demás. La Inquisición medieval se fundó en 1184 en la zona de Languedoc (en el sur de Francia) para combatir la herejía de los cátaros o albigenses. En 1249 se implantó también en el reino de Aragón, siendo la primera Inquisición estatal. Por otro, el tiempo de aquella rebeldía que todavía perdura entre las paredes de los castillos y que se puede reavivar mirando y preguntando a lo que queda a la vista o a través de las almenas al espacio exterior que se mantiene incólume o en los patios de armas o en lo que descubre de repente el visitante en los muchos recovecos de su itinerario guiado. O, porque no, preguntando a los objetos de la tienda de souvenirs que siempre esperan al visitante para que deje sus dineros, y que desde su impostura o inautenticidad no dejan de interrogar, a su vez, al tiempo que lleva incorporado el turista con su presencia. Los cinco hijos de Carcasona (castillo de Termes, castillo de Aguilar, castillo de Queribús o dernier bastión, Castillo de Peyrepertuse, castillo de Puilaurens) es como denomina el relato turístico del sur de Francia a las ruinas de estos enclaves rocosos, que son testigo firme de la victoria del ejercito aliado (Capetos mas Vaticano) sobre la iglesia albigense, pero también guardianes o vigías de la frontera que a partir de entonces (1258, con el tratado de Corbeil) se estableció entre los Capetos y el rey de Aragón, que renunció así a su aspiraciones expansionistas tras pirenaicas.
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La Inquisición fue, sin duda, no la ejecutora última de aquellas ruinas (de eso se encargó el legado papal Simón de Monfort) sino solo la responsable ética y la que hoy da el testimonio vivo, introduciéndose con desparpajo en el tiempo del visitante que entre esas paredes, ruinosas y altivas al mismo tiempo, se cuela y dialoga con lo que se imagina a partir de lo que allí se encuentra. No es difícil deducir por parte del visitante, a partir de esta conversación aludida, que la Inquisición es el antecedente de las policías políticas o stasis, para entendernos, de toda estructura de poder totalitario moderno, refractario como aquellos a la más mínima disidencia en su feudo. Este es el verdadero valor de la herejía cátara no tanto sus preceptos y obligaciones, deudores de su época, como su ejemplaridad disidente frente al poder absoluto de aquellos años.