jueves, 30 de julio de 2020

CIENCIA SIN ALMA

“No se que es el alma. Pero me imagino que nuestros cuerpos de algún modo rodean lo que siempre ha sido.”
(“Piezas en fuga”, de Anne Michaels)

Cabría responder, también, remedando a como lo hizo San Agustin respecto al tiempo: “Si me preguntas que es el alma no lo sé, pero si no me lo preguntas lo sé.” El caso es que los predicadores digitales del presente, que es mas que probable que no hayan leído la novela de Michaels ni las confesiones del padre de la Iglesia Católica, están empeñados en crear un consenso entre la población adicta de que estamos en un viraje irreversible de la historia. Dicen los expertos que hay que remontarse hasta la época del idealismo alemán para encontrar la matriz en la que alojan sus profecías seculares los predicadores digitales. Y es que aquellos escritores y pensadores que protagonizaron el paso del siglo XVIII al siglo XIX con el nombre de Sturm und Drang (en español 'tormenta e ímpetu') interpretaron su época como el viraje mas profundo de la historia, partiendo del ideal cristiano colocado en el eje del tiempo occidental, que al fin llegaba a su definitivo remate y perfección. 
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Lo de menos fue la ilusión engañosa de aquella aventura espiritual, lo importante fue que inauguraron, por así decirlo, la vanidad moderna, que se incorporó sin aspavientos a la edad técnica que estaba en marcha y en pleno desarrollo tirada por el nuevo poderío que desplegaba la máquina de vapor, símbolo técnico indiscutible de la segunda mitad del siglo XVIII. Todo lo cual, aventura espiritual del Sturm und Drang y la maquina de vapor abrieron juntos el camino a un tipo de grandeza desconocida hasta entonces, en la que el raquitismo espiritual iba en aumento en la misma proporción que la máquina de vapor distribuía materiales entre las poblaciones hasta entonces aisladas y desconocidas entre ellas. O dicho con otras palabras, la hombre científico apoyado en el procedimiento y proceso técnico iba quedándose sin el alma de donde nació el impulso investigador de sus promotores. El hombre científico se desentendió, transmitiendo el abandono como un logro sin precedentes a las generaciones posteriores, de los vínculos, históricamente condicionados, a la estructura de una alma universal profunda. El hombre ciéntifico perdió, por tanto, esa condición urbi et orbi en su mirada y se entregó a las modas epocales que le iba señalando la técnica, convirtiéndose así en el hombre técnico o experto que se adueñó de la vida moderna. Perdiendo, de paso, una cualidad de vida de valor incomparable e indispensable. Hoy sus herederos, investigadores, técnicos y consumidores (los digitales) ocultan su desconcierto bajo el manto de la necedad de pensar que los problemas a los que se enfrentan, no son en sí porque no han sucedido siempre, sino que son los últimos. Mientras tanto, la infelicidad del mundo avanza secretamente. 
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Sin embargo, ¿por qué somos defensores entusiastas, pues no dejamos de manifestar plena conciencia de ello, de que en toda circunstancia de la existencia humana hay inmensas posibilidades nunca antes presentadas? ¿Por que creemos ciegamente que nuestro ingenio técnico hace que las posibilidades sobre la tierra sean infinitas? ¿Por que llamamos a eso felicidad, cuando, también tenemos conciencia de ello aunque sea de manera inconfesable, bajo los oropeles del éxito de esa experiencia digital, discurren los peores desastres espirituales?