EL MUNDO EN UNA FERRETERÍA
Poco después de que Telmo conociera a Roberto, el protagonista de la película
“Un cuento chino”, de Sebastián Borensztein, el primero se preguntó porque tenía que entrar en la ferretería donde trabaja el segundo. La pregunta le parecía pertinente siguiendo el precepto de todo lector o espectador que, comprometido con la lectura o con la película que ha decidido leer o ver (es decir, que ha decidido darle la venia o escuchar y mirar lo que el narrador de aquellas cuenta con lo dice, adquiriendo de esta manera el necesario pacto de responsabilidad que este tipo de actividad necesita), de no aceptar nada por ya dado de manera definitiva. Bajo los auspicios de este precepto, digamos, ético de relación con el narrador y estético con la forma que debe adquirir esa relación, Telmo se preguntó porque Roberto no lo recibía en una librería o en una farmacia o en una sastrería o en un despacho burocrático o en una biblioteca o...¿Cual era la intención al recibirlo en la ferretería donde se ganaba la vida y donde, aparentemente, también se ganaba su vida? ¿En cualquier otro de los lugares mencionados, se peguntaba a su vez Telmo, Roberto se presentaría ante el espectador igualmente huraño, cascarrabias, misántropo, etc.? O por mor de la función que cumplen en el entramado que forma el sistema social vigente, Roberto no podría manifestar ese carácter asocial, por decirlo así, en pleno rendimiento. Como no podía ser de otra manera, a la pregunta que el mismo Telmo se hizo no pudo responder hasta después de haber acabado de ver la película. Fue entonces cuando le resultó mas evidente la simbología que el narrador pretendía destacar ante el espectador al meter a Roberto en una ferretería. Esa no era otra que trasmitir al espectador una imagen visual (no se dice valga la redundancia, porque también hay imágenes literarias, filosóficas, periodísticas, poéticas, etc) suficientemente elocuente para definir, de una vez por todas el carácter del personaje, a saber, Roberto esta atornillado a su ferretería como lo pueden estar cualquiera de las estanterías donde almacena los tornillos, arandelas, tuercas y demás productos de una tienda de ese tipo. En fin, como lo pueden estar cualquiera de esas estructuras sólidas que forman los puentes, las casas y las demás estructuras sólidas donde es difícil imaginar que pueda fluir algo entre sus partes, pues ya todo está solidificado entre ellas. Para entendernos, un puente es un puente hasta que se caiga por la fatiga de los materiales, que no se detecta por que nunca se quejan hasta que se lo lleva una riada o se hunda una mañana sin previo aviso. Así Roberto, el ferretero protagonista de “un cuento chino”, con una única diferencia que este no deja de quejarse constantemente lanzando exabruptos, o insultos cada vez mas recargados de adjetivos malsonantes, contra todos los clientes que entran en su ferretería a tocarle las pelotas. Lo cual es un indicio nada despreciable para el espectador Telmo de que Roberto es como un puente o una torre Eiffliel, pero no es ni un puente ni una torre. Es y sigue siendo un ser humano. La primera manifestación de tal evidencia oculta tras su atornillamiento vital es la aparición, o visión, de otro ser humano de procedencia oriental, china mas en concreto. La segunda es cuando una mujer con forma de ángel, a Telmo no se le ocurre mejor acoplamiento de Mary con esa forma de aparecer ante Roberto y ante el mismo, lo hace como la enamorada incondicional de Roberto. Pues es la que le dice nada más ser conocida también por el espectador, que es un hombre noble y honesto pero atornillado a un inmenso dolor del que no sabe como desprenderse, ofreciendo su amor incondicional para tal menester.
En la conversación posterior al visionado de la película Telmo tomó nota de que la mayoría e los contertulios no se había parado a pensar en este aspecto de quien es Roberto y desde donde habla, que como todo buen espectador sabe es la condición de posibilidad necesaria para que el espectador sepa cual es lugar desde él mismo va a mirar y pensar lo que ocurra en la película, con su protagonista principal al frente. Esta, digamos, dejadez hizo, como ya suponía Telmo de antemano, que empezaran a proliferar turnos de voz de los contertulios en los que las palabras azar y absurdo, psicosis y culpa, por poner dos ejemplos, comenzaron a tomar casi todos el protagonismo de la conversación, sin que nadie de quienes así hablaban, por supuesto, se dignara a explicar a los otros que querían decir con cada una de ellas o de otras, pues daban por obvio que todo el mundo saben de que estaban hablando. O sea, que en el horizonte de inteligibilidad de lo que decía cada conversador, dentro del ámbito y tiempo de la tertulia, aparece únicamente el propio conversador. Lo que le lleva a Telmo a deducir que no hubo conversación, sino intervenciones monologuistas en paralelo, en el mejor de los casos.