miércoles, 8 de abril de 2020

LA MONTAÑA MÁGICA 2

TIC TAC, TIC TAC
Lo primero que Telmo descubre con agrado, al seguir los pasos de Hans Castorp camino de Davos, es la capacidad que tiene de asombrarse ante los paisajes nunca antes vistos. Y al decir nunca se ha de entender las palabras de Telmo en su sentido mas literal de la expresión, lo que también afecta a lo que al joven ingeniero le va sucediendo en las páginas siguientes. El no poder evitar asombrarse, quedarse perplejo(mas adelante, por ejemplo, enamorarse de Claudia), en fin, el que los afectos estén por encima de la voluntad pone a Telmo, y por ende al lector actual que se acerque a esta novela, frente a un complejo dilema, a saber, el que ahora sea al revés, es decir, que cualquier joven de la edad y condición de Hans Castorp, o aledañas, tiene como única guía y valor de sus acciones su expresa voluntad de hacerlo así, sin considerar si eso que hace lo quiere, entendido este querer en la acepción que lo vincula a los afectos. Dicho de otra manera, la fuerza evidente de voluntad se ha impuesto a la endeblez e imprevisibilidad de los afectos, y esto es lo que debe de ser porque así lo prescribe el imperativo de la marcha de la historia hacia la justicia absoluta de la humanidad. Hans Castorp sin ningún dispositivo digital que lo acompañe en el viaje, deja caer, en la medida que Telmo, como buen lector, trata de alojarlo en algún lugar de su sensibilidad en el momento que efectúa su lectura, el velo de la falsedad que cubre a cualquier joven actual, igualmente de veinte años, igualmente ligado a una familia de clase media, igualmente ingeniero y como todos los ingenieros con mando en plaza en el mundo laboral, en fin, igualmente con las misma seguridad de que si alguien puede comerse el mundo son él y los de su generación y de su formación científica positivista. Telmo rescata de sus apuntes, que siempre le acompañan en sus lecturas pues en un momento u otro éstas acaban por remitirle a aquellos, esta cita de Borges: “Un libro es una cosa entre las cosas que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con la persona destinada a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no pueden descifrar ni la psicología ni la retórica (ni la historia ha añadido Telmo en sus apuntes). La rosa es sin por qué, dijo Angelus Silesius; siglos después Whistler declararía el arte sucede (pero no progresa, lee también en una nota a pie de la última página de sus apuntes). Ojalá seas lector que este libro aguardaba.” Los añadidos de Telmo a sus apuntes le parecen los mas determinante de la cita, en el momento que hace la lectura, pues le ayudan a salir del atolladero en que sin darse cuenta se había metido, ya que, una y otra vez, los prejuicios, los lugares comunes y, como no, el tiempo propio de su existencia se entrometen contra su voluntad, dificultando ese anhelo que prefigura Borges en su cita, que ojalá Telmo sea el lector, no uno mas, sino el irrepetible lector que la montaña mágica está aguardando. Lo que le está impidiendo entrar dentro del universo de la novela, y viceversa, ahora si se da cuenta Telmo, es precisamente el peso, o la roña como a él le gusta decir, del tiempo histórico o del tic tac del reloj o de la muerte. Efectivamente, no ha podido dejar de sentir hasta ahora que lo que hace y dice Hans Castorp es propio de un enclencle, si lo compara con el desparpajo que un tipo de su edad y condición se mueve hoy por el mundo y habla a quien se encuentra en los carriles y plazas de ese mismo mundo. En fin, a Telmo le cuesta desprenderse del peor de los prejuicios que existen para poder ser el lector que Hans Castorp se merece, a saber, porfiar en que el tiempo del joven ingeniero hamburgués es inferior o menos desarrollado históricamente, y por tanto tecnológicamente más atrasado, y por tanto social y psicológicamente menos evolucionado, que el suyo propio. El problema no está en discutir la exactitud o no, y en que aspectos, de tal comparación,  el problema, Telmo así se da cuenta pocos antes de que Hans Castorp sea recibido en la estación de tren de Davos por su primo Joachim Ziemssen, el problema está, suspira con emoción contenida, es que no hay tal problema, ya que los asuntos que van a vivir Hans y Joachim, a partir de su encuentro en la ciudad montañosa suiza, son como los de cualquier joven de su época (y aquí la comparación con los de ahora si tendría sentido) pero resulta no lo son. Y este “son como” hace que los primos protagonistas aparezcan al fin ante el lector Telmo como lo que son, por decirlo así, un acontecimiento existencial, y en ningún caso un documento histórico. Aunque honestamente reconoce que así habrían continuado siendo - sonríe Telmo por el descubrimiento que acaba de hacer al seguir a los dos primos, sentados juntos en la parte trasera del coche que los lleva desde la estación de Davos hasta el sanatorio del Berghof - de haber continuado en su lectura apegado al dictado de la historia. Y de esta manera el nunca habría logrado ser el lector que Hans y Joachim más los demás protagonistas - que poco a poco van surgiendo de la voz sinfónica del narrador sabelotodo que, dicho sea de paso, bendito sea - se merecen que Telmo sea.